Ella, María Esperanza Díaz Mendoza, joven anzoatiguense que salió del país para irse a los Estados Unidos, a tratar de atrapar para sí el gran sueño americano, y que, quizás pensó llena de ambiciones ilusas de estar en América para los americanos que, también sería de los venezolanos que han luchado para conseguir un título universitario que les ilumine el camino de andar más segura en esa tierra de imprevisiones y tragedias, donde la vida siempre está al filo de ser sacudida por la muerte por sus armas que son muchas que a diario tiñen de sangre su paraíso capitalista, además con un dólar que ensarta al mundo de terribles compromisos y, en donde el alcoholismo como la droga son la variante exquisita de tanta perversión que espanta y mina la conciencia de su baja existencia.
"Ya me voy de esta tierra y adiós" pudo haber sido su despedida entre los suyos. Todo un mundo pensaría ella que la esperaba y como allá hay trabajo -esclavizante por cierto y mal pagado- para los latinos que como ella buscan subsistir quizás, pensando a la buena de Dios, donde con cubanos y ahora con venezolanos arraigados a ese porvenir que no es de lujos, izo su bandera de la esperanza y como toda una mujer de esparcidos sentimientos a morir allá se fue, pues la muerte la esperaba y en extrañas circunstancia está lo que le haya pasado que, en los días por venir pudiéramos tener una reseña confiable de lo ocurrido que sirva para registrar que algo malo le sucedió.
Mientras acá queda el desvelo, la rabia, lágrimas encogidas de amor y de recuerdos y, un malestar que desanima por la triste noticia de se fue y no volverá jamás, posiblemente se la tragó el deseo de ser otra allá, alejada de las metáforas delirantes de acá que nos encierra dentro de una pobre realidad que ha dejado de ser circunstancial, inundados de problemas que nos amargan la vida y, que los mismos gringos como imperio se han encargado de echar a andar, pero aún así con guerra económica, Venezuela persiste, todavía la bandera de su libertad está bien en alto y la autoestima del venezolano de un mejor mañana no se detiene, encajamos en este ir y venir de todos los días crucificados pero no vencidos.
La muerte de María Esperanza es un extraño caso entre tantos casos de los que se suceden en los Estados Unidos, donde nada es extraño que suceda y todo es posible como extraño, pero lo cierto es que, la muerte de esa venezolana suma como una más de los tantas que han perdido su vida fuera del país, siendo Colombia la campeona unitaria de los desaparecidos que han quedado sembrados allá de venezolanos que, como ilusos y libres se van en busca de oportunidades que mejoren sus vidas en ese país, donde la muerte persiste en cada rincón de su geografía, pero no la muerte natural sino la que viene y entra por homicidio y enluta a nuestro país y, que nos resigna a tener paciencia y más paciencia sin odio.
Esta venezolana con apenas unos pocos días de residencia en los Estados Unidos: se ha inmolado en nada agradable circunstancias con sobredosis de droga de por medio que, salió de nuestro país con todo un mundo de su juventud encima y lastimosamente, perdió su vida tratando más bien de hacerla más duradera y más agradable en ese país que, nos deja una pequeña lección que, dentro o fuera del país, siempre habrá esperanzas para seguir subsistiendo, aunque nuestros destinos estén marcados, la vida continua y nuestros pesares son la conformación de un mejor subsistir.
Paz por los que paz necesitan y más atención y cuidado para aquellos que como migrantes venezolanos andan por el mundo por la crisis que todavía afecta a este país nuestro país, pero que sigue adelante por la bandera de su libertad sin encogerse de amarguras en busca de ese horizonte hermoso y grandioso que sigue a la vista.