La dulce odisea de hacer turismo en tiempos de post pandemia y de bloqueo …

(En la foto vemos al famoso Chamín con Sant Roz)

  1. Luego de siete años sin ver el mar, sin pisar descalzos la arena salada, sin echarse a mirar horas y más horas el azul refulgente de esa paz infinita en la que se mezcla el mar con el cielo, un grupo de sobrevivientes del Covid, decide hacer un viaje a Chichiriviche, se trata de un grupo residente en Mérida que busca lavar tantos males hundiéndose en ese calma curativa y bendita, tan elogiada por el poeta Andrés Eloy Blanco en su canto al mar de Occidente. Eso sí, nosotros no iríamos para hundirnos en el mar sólo hasta los hombros, en tal caso trataríamos más bien de volvernos el protozoario del cual provenimos. Bueno, lo decía Hemingway: el mar y el alcohol lo curan todo.
  2. Será un viaje, digo, desde Mérida hasta Chichiriviche, vamos en carro propio, por lo que hemos de ir muy prevenidos ante cualquier percance que pueda presentarse en medio de la post pandemia y de los estragos que nos ha dejado el bloqueo de Estados Unidos y la Unión Europea. Debemos, inevitablemente, transportar una reservita de dólares que (nunca se sabe), en ningún caso pueden ser menos de cuatrocientos, exclusivamente para cualquier avería que pueda sufrir carro en un trayecto tan largo. Es imprescindible también, tener efectivo en moneda nacional. Aparte de esto, deben llevarse los alimentos que han de consumirse en el camino y durante la estadía (víveres sobre todo), los indispensables dólares para la gasolina, asegurando el presupuesto que contemple gastos necesarios en un viaje a la playa como son el agua a consumir, las frutas, los vegetales, etc. En cuanto a emborracharnos nos contentaremos con poner en marcha nuestra imaginación, nuestro ingenio.
  3. Para la partida, pusimos el despertador a las tres de la madrugada, teniendo nuestra camioneta previamente condicionada en sus elementos mecánicos y surtida full de gasolina. Preparamos un termo con café y dos tandas de viandas, una para el desayuno y otra para el almuerzo (arepas y sanduches). Nos apertrechamos con varios bidones de agua y algunos chuches para ir engañando las tripas durante el trayecto, con galletas o bocadillos.
  4. Vinimos a coger carretera a eso de las cinco de la mañana por la vía del páramo. Apenas amanecía, comenzamos a darnos cuenta de que en todo lo recorrido, no llegamos a ver una sola estación de gasolina funcionando en Mucurubá, Mucuchíes, San Rafael o Santo Domingo. A pocos kilómetros de Barinitas, nos apeteció tomarnos un café sintiendo la felicidad del momento, esa alegría que trasmite el cambio de lugar, el viaje, el movimiento y, en un restaurante de carretera pedimos café y empanadas; el esmero por servirnos en una mesa con mantel, por llevarnos el café en bandejas con taza y cucharilla, puso en ascuas y en alerta a nuestros esmirriados bolsillos…
  5. Ese tramo del páramo que pertenece al estado Barinas, presenta algunas fallas de borde y ciertos desniveles peligrosos, aunque en general puede decirse que no está tan deteriorado. A las 9 de la mañana, pasamos por la bomba de gasolina de Barinitas, la cual encontramos funcionando, eso sí, como casi todas, está dolarizada. En este punto nosotros todavía contábamos con tres cuartos de tanque. En Barinitas decidimos dar cuentas de nuestra primera vitualla. Nos detuvimos, salimos del carro, nos estiramos, liquidamos unos exquisitos emparedados de jamón de pavo y queso amarillo con pan árabe preparados por Paola, los cuales trasegamos con nuestro cafecito cosechado en los Pueblos del Sur.
  6. Qué gran consuelo y alegría nos producía el bello paisaje llanero al tomar por la autopista José Antonio Páez. Serían como las 9:15 de la mañana, aún con lo fresca de la mañana, con un tiempo semi-apagado, y nosotros embebidos, mirando de lado y lado los campos cultivados de maíz, con esos enormes potreros reverdecidos con pinceladas de ganados en uno y otro punto en sus amplias extensiones. Es indescriptible la fascinación que produce en uno ese cambio repentino de las montañas con la zona llana y caliente, un renacer, un refluir de la sangre y del espíritu, puesto que todos lo que aquí vamos, como hemos dicho, pasamos meses y años encuarentenados en un apartamento o en una clínica, hospitalizados por Covid. El ramalazo de este renacer, de este sentir que aún seguimos vivos y amando la vida, y buscando el mar, es una experiencia milagrosa, conmovedora.
  7. La autopista se encuentra en perfecto estado y en su recorrido en ninguna alcabala encontramos esos contratiempos que tanto se señalan por las redes. En realidad, podemos decir que no nos pararon ni nos revisaron en ningún punto. Nuestra camioneta se mostraba serena y en perfecto estado. Veíamos en el camino ventas de cambures, miel y costales de maíz en sus mazorcas. Enfilamos hacia Acarigua, luego torcimos a la izquierda rumbo a Barquisimeto por una autopista maravillosa, sin tropiezos y sin un solo bache. Eso sí, nos comenzamos a encontrar los fastidiosos peajes que resultan muy caros no tanto por lo del importe que es de apenas un bolívar como por el tiempo que lleva pagarlo. Vamos atentos, viendo el nivel del tanque de gasolina.
  8. Estamos ya internándonos en los laberintos de autopistas y avenidas de la agitada urbe de Barquisimeto, buscando, ahora sí, una bomba de gasolina. Apenas nos queda un poco menos de un cuarto de tanque. Nos detenemos en una que están poniendo, buscamos el modo de encontrar la cola, pero pronto nos percatamos que es de las subsidiadas y por lo tanto con una inmensa concentración de vehículos. Desistimos. Eso nos podría llevar allí varias horas. Seguimos nuestra marcha. Más adelante vemos otra bomba y nos detenemos. Nos dicen que ha llegado gasolina pero que comenzaran a poner dentro de dos horas. No disponemos de tanto tiempo. Seguimos buscando, hasta toparnos con la estación La Morenita, dolarizada, situada en contravía. De aquí seguimos hacia Cabudare para encontrar el empalme hacia Yaritagua o San Felipe.
  9. Nos encontramos en una de las autopistas mejor cuidadas, de las más hermosas de Venezuela, parece toda ella un jardín con kilómetros de arriates bellamente podados, toda una sinfonía de verdes, con cayenas y trinitarias, con frondosos árboles y umbrosas caminerías. Uno va dejándose llevar por lo absoluto de lo pasajero, absorto en la nada, como navegando a toda vela fuera del tiempo y más allá de todas las reverberantes líneas del horizonte. Poco antes de toparnos con los límites de Carabobo paramos en unas chicharroneras. Tomamos agua, nos estiramos y enfilamos hacia Morón. Presentíamos el mar tan cerca, el viento marino, la luz ambarina y milagrosa de la eternidad, y de pronto esa mezcla acre de fuego y de sal en el aire. Los cocoteros y la espuma de las brumosas olas a lo lejos. Era la una y media de la tarde y nos parecía que el camino entonces se nos hacía tan largo que no acabábamos por llegar al punto de Sanare en el que nos desviaríamos hacia Chichiriviche. Con el corazón en vilo, entregados a tantos recuerdos felices, anegados de melancolía, y así fuimos hasta llegar a Ciudad Flamingo en la que habíamos pagado un apartamento para una estancia de cinco días. Llegamos a Villa Victoria, bajamos nuestros macundales y fue allí donde dimos cuentas de nuestro segundo yantar de la jornada a las dos de la tarde. Arreglados nuestros peroles nos fuimos a Chichiriviche para darnos el primer chapuzón, y ahí frente al mar nos quedamos hasta el anochecer.
  10. El mar, ese perfecto y eterno padre, acogiéndonos en su seno, abrazándonos, meciéndonos, llevándonos y trayéndonos con grandiosa placidez y armonía, y devolviéndonos a la ameba de la cual venimos. No quiere uno ni despegarse ni despedirse. Al día siguiente (domingo) nos fuimos a Playa Sur, cerca del conjunto vacacional Sirena (que está en plena decadencia). La playa estaba atestada de visitantes por lo que optamos dirigirnos a la de La Curvita. Allí nos quedamos todo el día disfrutando de unas aguas tibias, serenas y transparentes. Estábamos decididos a no perdernos un solo día de playa. El lunes tuvimos la suerte de encontrar un peñero que nos llevó y nos trajo a Cayo Muerto por sólo diez dólares cuando todos los demás cobran treinta. En Cayo Muerto hicimos una buena amistad con el vendedor de ceviche, Juan Manzano, hombre ducho preparador de platos de mar. Decidimos probar el ceviche de Juan y dijimos que teníamos que volvernos cevicheros al volver a Mérida, de lo excelente y sencillo que pareció este plato. Juan tiene cuarenta años, trabajó en el CICPC, y durante la pandemia tuvo grandes pérdidas de cientos de kilos de guacucos, mariscos y pescados. Nos enseñó a preparar un excelente ceviche. Cayo Muerto se encontraba bastante desierto ese día lunes, con sus aguas cristalinas, buen sol y placentera brisa. Llevamos nuestras sillas, una sombrilla, la comida, suficiente agua y entre mirar el maravilloso azul del cielo y las aguas, entre chapuzón y chapuzón, callar y estar con nosotros mismos nos pasamos desde las 9 hasta las 4 de la tarde.
  11. Así nos habríamos de estar hasta el viernes haciendo lo mismo, es decir, no desperdiciar un solo día de playa, sin duda renovándonos, rejuveneciéndonos, olvidándonos de esa rutina enclaustrada que se respira en las ciudades. El día jueves nos fuimos a la playa La Curvita, donde está un restaurante regentado por Chamín un joven de cuarenta años, cuyo verdadero nombre es Julio Yamarte. El restaurante se llama "Algarabía Marina". Fuimos los primeros en llegar, a eso de las 9 de la mañana y ocupamos las mejores mesas, la mejor sombra y lugar. Chamín resultó un ameno anfitrión, todo un personaje de novela, con cualidades de deportista y de chef. Chamín juega en una selección de basquetbol que en ocasiones compite con el equipo al que pertenece el gobernador de Falcón, Víctor Clark. Me refiere Chamín que Víctor Clark le ha dado un apoyo y un empuje al deporte como ningún otro gobernador en el pasado. Frente a nosotros, mientras conversamos, estamos viendo Cayo Sal, que pareciera que está cerca y que uno pudiera llegar nadando y le pregunto a Chamín si ha hecho esa travesía y me contesta que muchas veces y que es muy fácil. Claro, hemos recorrido el malecón y en una plataforma o especie de muelle internada sobre el mar he visto grupos de niños lanzándose en aguas profundas y haciendo toda clase de piruetas al nadar. Aquí se nada como se camina o se respira. Interrumpo esta narración, la cual estoy grabando para no perder detalles, porque ha llegado Chamín con un carite a la plancha y al ajillo que él mismo ha preparado…
  12. El inconveniente principal en estos viajes tan largos y en estas condiciones especiales, es el de la gasolina. Cuando buscábamos desde Mérida una posada, se nos decía que en Chichiriviche se conseguía todos los días gasolina subsidiada. No es cierto. Como estábamos alojados en Ciudad Flamingo teníamos que hacer recorridos de unos veinte kilómetros diarios, y el día martes vimos que estaban poniendo gasolina en Chichiriviche, al chequearme en el capta-huellas me apareció que sólo me correspondían 23 litros, siendo que tenía más de cuatro meses que no utilizaba el subsidio que me corresponde, imagínense 23 litros para una persona que está viajando con su familia desde Mérida, lo cual me indicaba de inmediato que se está haciendo negocios con lo que a uno se le asigna. El jueves, cuando acudimos al pueblo para abastecernos antes de emprender el regreso, la bomba estaba cerrada.
  13. Nos llegó el viernes, el día del regreso a Mérida. A las 5 de la madrugada estábamos arreglando nuestras maletas y preparando el consabido avío con café para termo, arepas con queso y huevos revueltos, dando a la vez tiempo para ver si era posible echar gasolina en la estación de Sanare (dolarizada). Salimos de Ciudad Flamingo a las 6:30 de la mañana y al llegar a Sanare encontramos la bomba cerrada, nos dijeron que podía conseguir en Boca de Uchire, pero nos perdimos y no la pudimos ubicar. Cerca de Morón, al fin pudimos poner full. Continuamos nuestro recorrido pasando por Barquisimeto hasta entroncar con Acarigua para luego tomar por la "José Antonio Páez". A las once de la mañana, en plena autopista y debajo de un frondoso árbol le hicimos honores a nuestras arepas. Poco antes de llegar a Barinas la camioneta comenzó a presentar una falla que se fue acrecentando a medida que nos acercábamos a Barinas donde repusimos completamente el tanque de gasolina.
  14. Al emprender el ascenso hacia las cumbres andinas, la falla se hizo tan preocupante que hubimos de buscar un mecánico en el punto de la Mitisus, ahí cerca de Las Piedras. Lo típico: se había dañado la bomba de la gasolina por lo que fue necesario bajar el tanque, limpiarlo y cambiarle la fulana pila, un trabajo que se llevó dos horas. Felizmente, y a la final, pudimos llegar a nuestra casa, un poco después de la siete de la noche, a la Mérida lluviosa pero cálida, a la Mérida de las mil y una madrugadas, ya sabes por qué…


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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