La madre, extremadamente ladillada, le grita a su mocoso de 17 años, a punto de salir en su moto: “Ojalá te vayas y no vuelvas más, desgraciado. Cómo me amargas la vida…”. Pero el chamo ya le había sacado a la “vieja” además de la madre, algo sustancioso de muna para meterse dos pases por la tarde y comprarse unos calmantes por la noche. El chamo se llama Ricardo, aunque en la guía telefónica de Miami lo registraron sus padres como Richard. Querían cambiarse también el apellido porque no hay cosa que les degrade más cuando se presentan y les sale en inglés esa bazofia de nombres latinos tan horribles. Ahora residen felices en la gran ciudad de las oportunidades, de la libertad, de los sueños, de las fulgurantes nenas que queman (aunque Richard parece que por allí no fumea). Pero ya al menos Richard no tendrá que vivir bajo la plaga del comunismo, bajo la tiranía del hijo dilecto de Fidel, así que la vida de Richard es de lo más chévere. Se levanta a las diez de la mañana para asistir a un instituto fantasma que le dará el título de bachiller, para que luego continúe en una universidad de tercera o de cuarta, de las miles piratas que existen en el condado Miami. Richard cuenta con una banda de amigos (todos salvados de la garra del totalitarismo cubano-venezolano) que sádicamente le asalta los bolsillos a sus padres para tronarse con todas las drogas que fulguran en el Norte: meterle desaforadamente a los playstations, pasarse los días visitando tiendas, viendo películas de thrillers o pornográficas, tragando hamburguesas y papas fritas; hablando hasta la nauseas de marcas de ropa, zapatos, carros y motos; balbuceando delirantes insultos contra el comunismo; a los padre de Richard les hubiese gustado que su hijo se levantase a alguien de ese montón de viejas y carajitas aburridas de su sector pero el chamo se les está volviendo extrañamente neutro o ambivalente. Doña Margarita de Mónaco Zuloaga de Azpúrua y Pocaterra, la madre, cuando no le soporta la tritonante música que le monta en su casa, le grita: “Coño, te voy a mandar a Venezuela para que Chávez te meta cien kilos de grillos y para que te meta una fusta eléctrica”. En casa de doña Margarita no hay una biblioteca ni falta que le hace: puros cuadros de artistas del estrellato de las telenovelas mejicanas, biombos, candelabros de plata, alfombras… y el cuarto de Richard, ricamente empapelado de Robotcops, marcianos, maricones y musculosos superdotados. ¡Ah!, porque además Richard no pierde la esperanza de participar en el “Super Universe Latin Young”, ya que su hermana se llevó el año pasado el cetro de Miss Nenita Internacional del “Schoolgirls Young Virgin Mommy”.
Richard le roba los CD’s a la hermana, le miente con un bellaco a la abuelita cada vez que le pregunta qué hace en la calle; esconde droga en los anaqueles de la cocina, le importa un comino que le hablen de la historia de su país porque a fin de cuentas no piensa volver jamás a “esa mierda de parásitos, cobardes y negros”. Sólo dios sabe, cuánto le cuesta a doña Margarita convencer a Richard para que asista, aunque sea diez minutos, a las conferencias en The Liberty Center Association for the Peace in Latin America, en las que disertan magníficamente Orlando Urdaneta, Patricia Poleo, Aníbal Romero, Antonio Sánchez García, Nelson Bocaranda, César Miguel Rondón, y es cuando Richard enardecido le grita: “¡Después te pones brava cuando te digo que me voy a ir de la casa y me voy a meter a marico!”
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