No hay buenas relaciones entre EE.UU. y Venezuela. ¡Peor incluso: están rotas! Es un hecho notable durante las últimas dos décadas, desde el mandato de Hugo Chávez. No se oculta a nadie en el globo terráqueo porque ambos países están señalados por estrellas de poderes: uno presume ser la primera potencia del mundo y el otro es la mayor potencia petrolera, más allá de frivolidades como Hollywood o las mujeres bellas, respectivamente.
Se rompen las relaciones tipo señor-lacayo porque el presidente bolivariano propuso la igualdad en los roles y se resistió a la sistémica explotación que proponen los del norte en sus convivencias, sacando al país del enjaulamiento histórico y esclavista, masificando la actitud, de paso, hacia el resto del continente. Ello, naturalmente, fue combatido por los monárquicos locales, a quienes les pareció un exabrupto la propuesta de igualdad entre un país de insignes estrellas como los EEUU y otro miserable y subdesarrollado como Venezuela. ¿Iguales? ¡Imposible! Uno es el motor del mundo y el otro tendría que ser el depósito del combustible o granero, según sea la exigencia. ¡Para eso se tienen pozos petroleros, además de reservas de otros riquísimos atributos!
No es original de Chávez la protesta. En la tierra de Bolívar abunda la insurgencia, pero dispersa y asistemática. El logro del presidente fue hacerla doctrina de Estado y llevarla a la práctica. Expulsó a los "gringos de mierda" de la sede de espionaje que tenían en La Carlota y les plantó la cara exigiendo respeto. Su argumentación fue la realidad: Venezuela es un país de próceres fundadores de la América libre y republicana, y en su tiempo, con soldados descalzos, batió ejércitos de formación prusiana. El adalid de tan heroicas proezas fue Simón Bolívar, un hombre desprendido como pocos y uno de los cinco más grande jefes militares de la historia humana. Tal discurso, a la mar de dignificante y necesario para la salud mental y autoestima libertaria de una nación, había sido borrado de la narrativa político-histórica venezolana. Los gringos habían ganado silentes batallas, y más conocidos eran los héroes George Washington, Superman o el Hombre Araña en las escuelas que el mismo Libertador. Y para coronar, habían convencido culturalmente que sí, que es cierto que Venezuela era un granero, miembro preponderante del patio trasero imperial. Una de sus últimas hazañas fue proclamar que la Amazonia les pertenecía y la manejaban unos estúpidos, susceptible de ser recuperada en cualquier momento.
Expresadas semejantes perlas, cabe preguntar ¿por qué se afana tanto la dirigencia política del país, de Venezuela, en implorar "buenas relaciones" con los EE.UU. a todas luces sacrificando el carácter y temperamento magníficos, dignos e independentistas del país? Pertinente es procurar, a nivel de diplomacias, la concertación y entendimiento con otros país, pero no más allá a costa de otros precios. La política misma lo exige, pero en términos dignamente políticos (no contra la polis misma). Se lee en los medios de comunicación que el canciller colombiano, Álvaro Leyva, está mediando ante los EE.UU. para que ocurra el milagro de que se apiaden del país bolivariano. La otra cara de la moneda es que los EE.UU. concilian cuando quieren, cuando necesitan petróleo o algún metal, y para tales fines deciden que Nicolás Maduro es presidente y no Juan Guaidó (el autoproclamado), y, cuando obtienen lo buscado, vuelven a Guaidó y denostan del presidente constitucional. Lo más heroico de todo, que de heroísmos se habla, es que mientras negocian con el país de Bolívar, obtienen lo que desean sin acceder siquiera a aflojar o quitar las sanciones económicas. ¡¿Igualdad?!
Necesario es ejercer el carácter y temperamento nacionales. Priorizar la independencia. "Abrirse", como dicen coloquialmente los colombianos. Asumir la estrella concedida al país por la historia y la Providencia (providencia bolivariana). Aceptar el gentilicio y destino de una de las pocas tierras de libertadores. Piénsese, para terminar, en un país diminuto pero extraordinario como Corea del Norte, que no se arredra, y decidió asumir su destino de autonomía y libertad: no pierde ocasión para no rogar, sino para avanzar y proclamar su existencia libre ante las maquinaciones del temido coloso norteamericano.