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Una de las manías (galimatías) de doña Inés Quintero (con nombre de reina portuguesa) es sostener la "gran falsedad" de que Bolívar murió en la más absoluta pobreza. Pareciera no entender DOÑA INÉS, que la pobreza se trata de un ejercicio espiritual, "el voto de pobreza", tal cual como lo practicaban, por ejemplo, los franciscanos. Este voto de pobreza en Bolívar no fue algo que él lo proclamara como una actitud ante la vida, sino que fue una practica diaria desde 1812, cuando decidió entrar de lleno en la lucha por la independencia de Venezuela.
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Ponga mucha atención DOÑA INÉS: El pequeño Bolívar, en brazos de la negra Hipólita, conoció primero la esclavitud que el esplendor de su linaje. La negra Hipólita, haciéndolo su hijo, en la hacienda de los Valles de Aragua, lo cargaba entre los siervos de la gleba, escuchando sus cantos, sus plegarias y poesía. Veía Simón a su alrededor esclavos que aún entre penas y sinsabores, reían y bailaban. Era otro dios al que amaban, y otra la manera de entender el suplicio de aquellas penas, y ellos hablándole de los extensos sembradíos, de las minas y bienes que habría de heredar, le decían: "Tú también eres un esclavo".
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Postrado en Santa Marta, seco, atormentado y flaco, con más males del alma que físicos, qué podía importar ya el que le prestaran una camisa (que nunca devolvió), qué podía servirle a Bolívar, DOÑA INÉS, el que hubiese sido el dueño de las minas de Aroa, "un valioso yacimiento de cobre, propiedad de la familia… el patrimonio de Bolívar al momento de su muerte, además de sus pertenencias personales, sus joyas, medallas y algo de efectivo. Los detalles están en su testamento que puede ser consultado en línea. Está versión de un Bolívar empobrecido y en la inopia es parte de la idealización que ha acompañado la construcción del culto heroico sobre su vida y obra…". ¿Puede usted entender lo que le quiero decir?
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Siga escuchando Doña Inés: La condición de esclavo se llevaba en la sangre y se adquiría al nacer en América. Defender en nombre de sus privilegios lo que tenían, encubrir las injusticias, asesinar y robar para el poder que les daba España, y actuar como eternos serviles a sus intereses, era la más perversa y vil manera de prostituirse y vivir en servidumbre. Sus riquezas eran usurpaciones, y estaban amasadas con la ignominia y el despojo. Había un sentimiento de estafa, y eso que aún no tenía siquiera ocho años. Aquella vida ya asegurada, aquellos negocios tan prósperos eran fortunas asentadas sobre escoria y crímenes. La farsa de ser afortunado, noble y respetado, por títulos, privilegios y abolengos. Al morir su madre, tiene nueve años. Edad difícil para aceptar la muerte de los seres queridos, y en la desolación de aquellas extensas propiedades, la muerte señorea todo. Encomiendo mi alma a Dios -dirá en su testamento-, nuestro Señor, que de la nada la creó, y el cuerpo a la tierra de que fue formado...
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Uno no sabe qué pensar de estos historiadores, tan cultos, pero a la vez tan desconocedores del HOMBRE. Yo dije una vez que, por ejemplo, don Ramón J. Velásquez (a quien conocí y prologó uno de mis libros) con todos los miles de libros que se leyó, nunca entendió un ápice sobre las ideas del Libertador. Lástima. También puedo decir lo mismo de Doña Inés. Son realmente elementales y torpes sus juicios, hasta pueriles, se quedan sólo con los huesos de las ideas, y de allí no salen, y acaban con ellos haciendo burda propaganda partidista.
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Como DOÑA INÉS, deben ser todos los miembros de la Academia de la Historia (algo que detestable el doctor Pepe Izquierdo): hacerse a las rabias ANTICHAVISTAS y ANTIBOLIVARIANOS. El caso de Nora Bustamante es elocuente en este sentido, quien después de haber escrito un extraordinario trabajo sobre los hechos de la década de los cuarenta ("Isaías Medina Angarita, Aspectos históricos de su Gobierno", Fondo Editorial Lola Fuenmayor, 1985), en los que se refleja palmo a palmo todo lo que la administración estadounidense hizo para derrocar a Medina, aplicándole exactamente lo que le hicieron a Chávez, dio una gran voltereta perdonándole todas sus perversidades y crímenes a los gringos, y ahora hasta amándolos.
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Ser honesto como historiador no da caché ni es de buen tono. Ser honesto como historiador es atraerse enemigos con mucho poder y prestancia. Doña Inés, se califica a sí misma historiadora, ucevista, tarbesiana y caraqueñísima, y pone por las nubes su mejor consigna: "Si conoces tu Historia, no te la pueden cambiar". En sus galimatías sobre Bolívar estampa: "En 1827, cuando estuvo en Venezuela, repartió las propiedades de la familia entre sus hermanas y sobrinos. Jamás renunció a las minas de Aroa. Su plan era venderlas y vivir holgadamente de estos recursos al retirarse de la vida pública. No lo logró en vida. Pero sus herederos cobraron una suma millonaria cuando las vendieron a una compañía inglesa por 38.000 libras esterlinas. Este era el patrimonio de Bolívar al momento de su muerte, además de sus pertenencias personales, sus joyas, medallas y algo de efectivo. Los detalles están en su testamento que puede ser consultado en línea. Está versión de un Bolívar empobrecido y en la inopia es parte de la idealización que ha acompañado la construcción del culto heroico sobre su vida y obra…".
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Lea esto DOÑA INÉS: Nos vamos a referir ahora a esa especie de mendicidad sagrada que sobrellevaban tanto Bolívar como Tolstoi. Sabemos que Tolstoi provenía de una de las familias más distinguidas de la sociedad rusa. Su abuelo, Volkolnski, era un orgulloso aristócrata terrateniente que se permitía una vida independiente ante los mismísimos todopoderosos de la vieja Rusia. Perteneció al séquito de Catalina la Grande y, después, fue embajador en Berlín. La familia de Bolívar tenía grandes propiedades y en sus antepasados se encuentran hombres de garra para la aventura, muy capaces no sólo de decir sus verdades, sino de hacerlas también realidad. Creían en lo que hacían y decían. Nosotros los latinoamericanos somos, tal vez, la raza más cercana al carácter poético, desgraciado y religioso de los rusos. De esa Rusia que se lee en los libros de Dostoyevski y Tolstoi. DE LA OBRA DE SANT ROZ "NOS DUELE BOLÍVAR".
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Siga leyendo DOÑA Inés: De igual modo, Bolívar, a su manera, se acerca a la magnificencia milagrosa de la mendicidad. A ambos le tienen sin cuidado los bienes materiales y e1 frívolo provecho de la realidad inmediata. Han llegado al convencimiento consciente o inconsciente, instintivo o meditado- de que en e1 pedir, ya sea para e1 simple vivir o para hacer e1 bien-, está la salvación del que da; algún merecimiento o justificación de nuestra permanencia. Que en nuestro sufrir y en nuestra angustia estamos pagando por alguien, por un pueblo, o tal vez por un continente entero…. Bolívar se bautiza de mendigo desde e1 instante mismo en que se hace soldado para salvar a la patria; su práctica de la mendicidad, comienza a tener notoriedad desde que pierde la plaza de Puerto Cabello y escribe a Miranda: De gracia no me obligue Ud. a verle la cara. E1 demonio de la humillación y de la mengua le persiguen inclementemente: abandona sus propiedades y arruinado y avergonzado es echado a Curazao, sin medio alguno para alimentarse, viendo su propia figura y destino con hastío y con horror. E1 mendigo va luego a la Nueva Granada a implorar ayuda para su pueblo. Un desconocido por demás extranjero y derrotado, tiene que soportar allí todos los infortunios de la vanidad y de la estupidez humana. Después de una sucesión angustiante de imploraciones, préstamos, insultos y amenazas, se adentra al mismísimo infierno de la degollina española. Sale de La Grita con un cuerpo de estropajos como él, cuya única esperanza está en darlo todo de sí mismos. Triunfa en Niquitao, triunfa en Los Horcones, triunfa en Taguanes, triunfa, triunfa... hasta llegar a Caracas... Escoge de escenario para la guerra sus hermosas posesiones agrícolas de San Mateo... Y luego, de nuevo, e1 delirio de la caída: sin dinero, sin ejército, sin patria, sin poder, vuelve a la indigencia más absoluta. Regresa a la Nueva Granada a implorar ayuda y es tratado con injuria y con desprecio por la sarna de la envidia y la ambición. Huye entonces a Jamaica a ordenar sus trastornados pensamientos y dolores. Imaginemos la miseria que representaba aquel territorio colonizado por los mercantilistas ingleses; él, sin embargo, lo arrostra todo sin queja ni vacilación. DE LA OBRA DE SANT ROZ "NOS DUELE BOLÍVAR".
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Y este último remate DOÑA INÉS: Es Bolívar un poseso incurable de un sueño y de una esperanza total: ser plenamente libre para libertar a los demás. Se va a Haití, que podía ser e1 último lugar del mundo que alguien se imagina visitar para rogar una limosna; pero allá va él, con e1 zurrón lleno de fe y de locura. De allí sale con otro grupo de estropajos divinos que, hacía poco, eran e1 próspero negocio del colonizador europeo. La expedición no da los resultados esperados y Bolívar debe mendigar a Mariño un puesto desde e1 cual pueda servir a su pueblo. De desgracia en desgracia, recorre un inmenso territorio de desolación y muerte. En e1 Orinoco ve de nuevo la estrella de su fortuna y emprende e1 camino del Sur. Siendo e1 héroe definitivo de las batallas de Boyacá, Carabobo y Bomboná, no deja sin embargo de mendigar a Santander y a sus secuaces la libertad del Perú. Mendigando pudo también reunir en Panamá a algunos representantes, para que América Latina se sintiera fuerte, unida, con fe en sí misma, con dignidad entre las naciones del mundo. E1 peregrino incurable habrá de implorar incansablemente: ¡Unión! ¡Paz! ¡Seguridad! ¡Leyes implacables contra e1 delito y la corrupción!... Inútil. Diputados y congresos se burlarán de él. E1 25 de septiembre de 1828 la estulticia "liberal" lo hace que se esconda por tres horas bajo un puente: ¿Se ha llegado a peor mengua de habilidad para sobrevivir en este mundo?... En las cercanías de la muerte cada cual "busca una isla" para saldar sus remordimientos y tristezas. León Tolstoi desesperado sale hacia una estación de trenes para ver si consigue algún lugar más allá de la inmensa Rusia que ya le ahoga, que le martiriza. Quiere huir de todo; hasta el propio caminar sobre la tierra le es molesto, odioso. Sólo compenetrarse con la oscuridad eterna es lo que piden sus nervios, su impaciencia; pero debe esperar resignadamente a que le llegue el último día. Su muerte, su destino, no le pertenece. El ha sido un escogido. Bolívar también huye y no sabe de qué. Después de renunciar a la presidencia, siente un abismo terrible con lo viviente: No sé a dónde iré -dice en una carta a Gabriel Camacho el ll de mayo de l830-; . . . no me iré todavía a Europa hasta no saber en qué para mi pleito, y quizás me iré a Curazao a esperar el resultado, y si no a Jamaica; pues estoy decidido a salir de Colombia, sea lo que fuere en adelante. También estoy decidido a no volver más, ni a servir otra vez a mis ingratos compatriotas. La desesperación sola puede hacerme variar de resolución.