Federico Nietzsche no aceptaba ninguna adaptación engañosa al medio, y presentía por doquier el germen de la derrota y del fracaso, la pudrición de la gente, los cadáveres apilados que esperan en cada esquina para ser sepultados; en las miradas secas puras, percibía las oscuras calaveras que cruzan sonrientes las calles, y que saludan. Federico Nietzsche no llegó a ser un hombre feliz sino valiente. Pero los hombres valientes no sirven para el triunfo del vulgar sensualismo, lo que busca hoy la inmensa mayoría de la gente. Un hombre valiente en estos tiempos es un hombre solitario y temido. Federico Nietzsche fue valiente por haber sido su propio acusador y llegó a elevarse por encima del sufrimiento. Jamás gozó de la buena salud de los satisfechos con lo que este mundo. "En mí –decía- falta todo rasgo enfermizo; aun en las graves enfermedades, no he estado enfermo".
Y si pensaba en Dios era para reclamarle por qué había creado el mundo y al hombre y fuesen sus monos. Al hombre, ese animal cruel; ese animal que juzga.
Además el hombre no deja de ser para él una enfermedad del existir, y cuyo valor es precisamente su propia enfermedad. Pudo haber dicho: “Estoy enfermo de agonías, luego engordo, luego duermo y luego muero.” Un enfermo, además, plagado de ilusión y de falsas imaginaciones: animal complejo en su mentira artificial e impenetrable. Porque lo que constituye el fundamento del desarrollo del alma humana - el impedimento - es, al mismo tiempo, el fundamento de los engaños, de las degeneraciones y de las enfermedades.
No podía comprender Federico Nietzsche, de que a pesar de que no nos conozcamos a nosotros mismos constantemente nos estemos valorando. Y qué buenas notas nos damos.
¿Y quién ha podido superar su pasión? ¿Quién ha entrado en posesión del sueño más fecundo? Seguramente fue Jesucristo, el único cristiano que ha tenido la humanidad, y que murió en la Cruz. Si fuésemos verdaderos cristianos, deberíamos terminar en la cruz. Pero no queremos en nada parecernos a Él, y entonces preferimos opinar, para después pasar a las garras del Estado que no tardará en convertirnos en buenos ciudadanos (envidiosos). ¿Estará América Latina altamente fatigada? ¿Necesitaremos de veras una guerra, con el fin de no perder en los medios de la cultura, a la cultura y a la existencia misma?
¿Estará América Latina, envilecida por esa democracia que nos llegó por la vía de la Revolución Francesa?
Porque lo que nos pasa, decía Federico Nietzsche, es que sentimos cada vez menos placer por el verdadero conocimiento, y si cada vez se nos quita más alegría a la metafísica, a la religión y al arte consoladores, la vida estará amenazada por una caída irremediable en la desesperación. ¿Será que la humanidad puede mucho menos de lo que quiere, tal como lo demostró la Revolución Francesa? Porque el hombre que ha llegado a ser a partir de los monos, está por volver a ser mono. (Quién sabe si esto puede ser un gran consuelo para la humanidad). Se necesita, en fin, una nueva clase de filósofos y jefes. El pueblo que supere la posibilidad de convertirse en masa, será de influencia decisiva. Hay que mantener viva en cada uno de nosotros la llama de que debemos ser un dios. Todo esto, Federico Nietzsche lo ha pensado.
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