Mi papá y mi mamá fueron maestros de escuela. En el caso de mamá, era casi una tradición familiar que arrancó con su generación. Quiero decir: casi todos mis tíos fueron docentes o alguna vez ejercieron esa digna profesión. Papá fue director de escuela y supervisor, antes de fajarse como profesor en el Instituto Pedagógico de Caracas. Como tal, tuvo que calarse los desfiles de las celebraciones "patrióticas" de la dictadura perezjimenista y los castigos que consistían en mandarlo como supervisor a diferentes ciudades del país. Me viene a la mente una imagen que vincula a mis padres con la lucha gremial. Mi papá llevándole la cena a mamá que se había quedado esa tarde, hasta la noche, en su escuela, la "Enrique Chaumer", de Lídice. La señora cumplía su turno en una posición de combate: el mismo plantel donde dirigía su trulla de chiquillos. Era una huelga de maestros. Las bandas armadas de AD acechaban.
No recuerdo bien las circunstancias precisas, ni la fecha. No tenía ni diez años entonces. Algunos detalles me ubican, más que en el tiempo, en la historia. De hecho, escuché comentar a las compañeras de mamá acerca de la desaparición de Argenis Daza (recordado maestro y militante), quien era su compañero de trabajo. Eso me ubica en los años (terribles, por la dureza de la represión) del gobierno de Raúl Leoni. Las maestras (había también varones) tenían que quedarse cuidando su centro de trabajo. Por eso, Jesús Puertas Álvarez tenía que visitar a su mujer y llevarle la cena. Sé que en 1969 hubo otra jornada huelguística de los maestros, de gran significación y trascendencia, y se pueden mencionar otras fechas importantes que siempre reflejaron la calidad humana y combativa de este respetado segmento de los trabajadores, entregados a la labor trascendental de educar, muchas veces chantajeados por la apelación a una indiscutible vocación, que es interpretada por la insidiosa oficialidad como un destino de sacrificios indecibles y la posibilidad de un chantaje que les niega hasta el último derecho a levantar la voz por su propia dignidad.
Me viene el recuerdo a la mente a propósito de la exitosa jornada de lucha que desarrollaron los maestros y maestras el pasado 9 de enero. Exitosa porque constituye un triunfo sobre el miedo, las amenazas y los ataques pérfidos del gobierno, instrumentados incluso a través de memoranda de la comisión de Defensa de los Derechos de la LOPNA, que incitan a los representantes a "reclamarle" a los maestros y maestras el respeto al derecho a la educación de los hijos. Los muy cobardes pretenden enfrentar pueblo contra pueblo. Los de los maestros y maestras son aprensiones naturales de gente que han tenido que meterse a emprendedores para poder llevar algo a sus hogares, mientras continúan con la dura y extenuante labor de educar niños y niñas. Y lo han hecho, no respondiendo a la burla cruel y descarada de la actual ministra de Educación, quien las ha instado a "hacer tortas" para redondearse el sustento. Ya es una victoria sobreponerse a todo esto, y salir a la calle a hacerse respetar. Constituye una nueva demostración del desprecio de este gobierno hacia la educación a cualquier nivel, la designación de esa señora en una posición por donde pasaron personalidades de la talla del inolvidable Prieto Figueroa, eterno luchador por la educación popular.
El gremio de los maestros es de los de mayor tradición de lucha en este país. Tradición que viene desde la década de los cuarenta y quizás antes. Esto es bueno recordarlo una y otra vez. Ese temple y esa decisión se alimenta de una historia que es muy importante reconstruir en esta hora, cuando quizás hay toda una generación, la de los treinta y pico, que como nacieron a la conciencia política con Chávez (o contra Chávez), sienten que aprendieron a luchar con esos personajes de los últimos veinte y tantos años. Eso no es cierto. Los maestros han enseñado dignidad a través de sus luchas desde hace muchas décadas. Han forjado una cultura cívica que ha quedado como una reserva moral de la Nación, incluso en estos momentos de mengua, de fragmentación social, de dolorosa desconexión con el ideal de Patria, producto de un pésimo gobierno.
Por supuesto, se trata de saber luchar. Se equivocan los que piensan, desde el gobierno pérfido o desde una oposición en franca descomposición, que se trata de un resurgimiento que puede anunciar una insurrección contra el gobierno. Se trata de algo mucho más importante. Se trata de la recuperación de un pueblo que retoma las armas de su combatividad y su decisión. Se trata de la restauración de la dignidad de un Pueblo que se sacude los engaños y chantajes, como un gigante que abre los ojos y decide andar.
Como han afirmado sus líderes, que han asumido su rol en las calles, en las visitas y asambleas en las escuelas, en la brega diaria: se trata de una "acumulación de fuerzas". Qué interesante que esta respuesta a las políticas de hambre y represión de este gobierno, hayan sido asumidas precisamente por las maestras y los maestros. También habría que mencionar a los pensionados y los obreros de SIDOR, el sector eléctrico y el de salud; así como a las madres y padres de la Patria Niña. En ellos se encuentra hoy en día la esperanza de un amanecer de luchas que logre evidenciar la ruindad del presente gobierno y la posibilidad de abrir nuevos caminos, diferentes a los terribles por los que hemos pasado hasta ahora.