- Una de las luchas más ardua que llevó a cabo el Comandante Chávez, fue el adecentar aquel viejo, pervertido y aberrante poder judicial del Puntofijismo. En llegando a Miraflores, el Comandante tuvo que vérselas bien feas con este monstruo que de inmediato le tendió la celada para que le fuese imposible llamar a una Constituyente. El que intentase hacer algún cambio en este Poder era de inmediato engullido por una mefítica peste. En 2001, se le encargó a Luis Miquilena y Manuel Quijada el intentar iniciar una reforma del Poder Judicial, pero a la postre fue algo que acabó fortificando a las mafias judiciales de entonces, todo un mar de perturbaciones que acabaron conduciendo al golpe del 2002 y una posterior sentencia (toda una verdadera plasta como dijera el propio Chávez) en agosto de 2003, que dictaminaría que los golpistas estaban ardorosamente preñados de buenas intenciones.
- Hoy en América Latina, en casi todos los países, el verdadero poder está concentrado en intocables jueces, con capacidad para quitar y deponer presidentes, para inhabilitar políticos, para arrebatar bienes a otras naciones y desafiar todas las leyes internacionales.
- La Alta Corte de Justicia de la Gran Colombia condenó indigna, arbitraria e ilegalmente a muerte al Capitán Leonardo Infante, provocando con ello la desintegración de la patria. Esta condena fue un adefesio jurídico manejado arteramente por Francisco de Paula Santander, para imponerse y acabar con los héroes venezolanos como Bolívar, Urdaneta y Sucre. Ese fue la aplicación del primer Law Fare en la América independizada de los españoles. De allí en adelante todos los magistrados de las Altas Cortes, serían elegidos a gusto del tirano que se hiciera con el poder.
- La maldición jurídica-religiosa, que aún muestras sus garras y aún padecemos, comenzó en nuestro continente en 1492. Nuestros aborígenes tenían sus propias leyes naturales, en cada lugar en la que estaban asentados. Antes de la llegada de los españoles no teníamos ladrones, ni prostitutas, ni mendigos, ni habladores de pendejadas, como tampoco envidiosos o pervertidos, y todo lo que se tenía era compartido entre las comunidades con bastante equilibrio y estabilidad social. Pero en cuanto llegaron los españoles, y se impusieron sus leyes y sus picapleitos, sus locos y degenerados, surgieron los alzamientos y las guerras civiles interminables. Tan es así, que el primer demandado en este continente fue Cristóbal Colón. Los suyos, le pusieron los grilletes y murió aherrojado como un miserable.
- En nuestro continente no se conocían las masacres, de gente quemadas en hogueras, de empalados, de gente aperreada (porque ni perros feroces teníamos), de amputaciones de manos y pies, ni mucho menos de violaciones. Se nos enseñó a ver enemigos entre nuestras propias tribus y se nos incitó a matarnos unos con otros. Se trajeron las más terribles estrategias basadas en el terror. No conocíamos ni nos interesaba el pecado cristiano ni de las condenas al infierno, pero aquí llegaron los curas y los abogados y nos dijeron que había un Dios al que debíamos amar so pena de ser considerados herejes y de ser empalados o quemados. Empezó la maldición de las leyes ajenas, y en nombre de ellas nos llamaron flojos, feos, ladinos y ateos. Así comenzaron los primeros tribunales de justicia en nuestro hemisferio.
- Evangelizar, pues, se hizo sinónimo de opresión, de horror, de muerte. Y resulta que nuestra soberanía comenzó a descansar en la Corona y comenzamos a ser condenados por normas y reglas que nos llegaban del otro lado del charco. Allende los mares. Los mamotretos de códigos eran manejados a su antojo por asesinos, curas y malvivientes que habían salido de muchas cárceles españolas. Pero el enredo jurídico de los diversos códigos era pavoroso, para poder interpretar las leyes nuestras, sujetas unas al Derecho español imperial o al Derecho Metropolitano, al Derecho Indiano o al Municipal, a la Real Pragmática o Provisorio, a la Real Cédula o a las Ordenanzas y de Instrucción. A los Reales Decretos o Reglamentos, sujetas a las Ordenanzas de Burgos o a las de Valladolid, todas ellas contentivas de docenas de enrevesados capítulos.
- El despelote de las leyes después de nuestra Independencia, hizo que Páez junto con otros generales venezolanos, con la ayuda de especuladores, se dedicara a adueñarse por precios irrisorios los haberes militares de los llaneros de Apure y del Oriente. Lo que a la vez hizo que el latifundio pasara de manera intacta de la colonia a la era de la Independencia. El nuevo Monarca de aquella Venezuela destrozada se llamará José Antonio Páez, quien nos impondrá de manera intacta toda la estructura legal de la colonia. En verdad, a partir del primer mandato de Páez regresarán los realistas expulsados y dueños de tierras, para apoderarse de la economía nacional, de los consejos de gobierno y de los Tribunales de justicia. Comenzó Paéz a anular las confiscaciones de los bienes de los emigrados, arrebatándoselos a los guerreros de la Independencia, a quienes se les habían asignado en recompensa de sus servicios, para devolvérselas a sus antiguos propietarios y a sus descendientes que regresaban al país.
- Retomando esa obsesión civilizatoria que buscaba Rómulo Gallegos para Venezuela, bien pudiera colegirse de estos hechos, que los padres o abuelos de Santos Luzardo (el de la novela "Doña Bárbara"), los dueños del hato Altamira, fuesen de esos propietarios favorecidos por estas criminales medidas que acabaron aplicándose a miles de llaneros que había dado su sangre por libertar nuestra patria. De esos llaneros estafados, engañados y humillados, provenían Pajarote, Juan Primito y el propio Brujeador. ¿Entonces, cuál era ese imperio de la ley que el protagonista de Doña Bárbara trataba de imponer en su estructura novelística y de manera moral? ¿La de Páez y sus adláteres?
- Y aquí viene el razonamiento prejuiciado de Vallenilla Lanz, que a fin de cuentas es muy similar a la idea que de los llanos tiene Gallegos1: "Entonces sucedió lo que había previsto el Libertador: los llaneros se dieron de nuevo al robo y al pillaje, como lo venían practicando desde los tiempos coloniales, con la diferencia de que ahora podían disfrazar sus bárbaros impulsos proclamando principios políticos y "reformas" constitucionales. Ya nuestros nómadas habían entrado en la Historia". La ley que se aplicaba en las ciudades era peor que la que se aplicaba en las más recónditas selvas venezolanas. Las mesnadas que como gamos van de un lado a otro del país, con sus caudillos a la cabeza, van siempre bien apertrechados de una pandilla de doctores que dominan a la maravilla los códigos, y que en cuanto se suben a las ancas del poder acapararán los ministerios, las aduanas y las presidencias de los Estados. Son doctores muy versados en Derecho Romano, viajados, que han nutrido sus conocimientos en Europa y los Estados Unidos. Son los que prestidigitadores que con artificios sutiles pueden darle carácter de legalidad a cualquier estropicio que urdan sus jefes. Artistas en el disimulo, en la artería, en la traición. Tuvimos un presidente de la república de nombre Ignacio Andrade, llamado el Pontífice máximo del Liberalismo, que protestaba ante el Congreso porque las leyes y el derecho escrito hubiesen avanzado, no por el natural y lógico progreso de la sociedad, sino por los caprichosos meandros de los pervertidos intelectuales que las interpretaban y manoseaban a su gusto y parecer.
- Veamos estos testimonios del abogado y magistrado de entonces, don Pedro Núñez de Cáceres2, sobre el estado de la administración de justicia en 1852. Para esta época, Núñez de Cáceres servía a la Corte Superior como Ministro Presidente. Trabajaba allí de procurador un tal Hilario Matos, al cual se le atribuían casi todos los hurtos que ocurrían en Caracas, y eso que Matos, según don Pedro, era de lo menos malo. Otro procurador, de nombre Ramón Landa, era conocido por ebrio y tenía pendientes varios recursos de amparo por auto de prisión librados en su contra a causa de sus picardías, falsedades y cohechos. Otro procurador, Ramón Andrés Delgado, había sido condenado a presidio por falsario, pero se fugó y las autoridades no lo encarcelaron por ser una buena pieza del liberalismo. Delgado siguió siendo admitido en el foro y ejerció mucha influencia sobre los jueces.
Refería Núñez de Cáceres que al entrar al tribunal ubicado en San Pablo se sentía un horror involuntario, una especie de melancolía indefinible por ser un taller de penalidades en que todo era por cohecho y dinero, y en donde juez, agentes y ministriles eran capaces de cualquier género de bajezas y falsedades, y añade: "El hombre de bien, al pisar aquella guarida de maldades, se siente envilecido, anonadado bajo el peso de la ignominia, y se retira del odioso recinto con más vergüenza que si se saliera de un lupanar".
Un tal magistrado Federico Guillermo Silva, amigo íntimo del general José Gregorio Monagas, Presidente de la República, concurría a la tertulia donde se le ordenaba confirmar o revocar decretos, enredar éste o aquel negocio, perjudicar al uno, favorecer al otro. El juez Silva era el más sumiso de los esclavos del presidente Monagas.
No pasaba día en que a un juez no le llegara un sobre repleto de pesos para que sentenciara según el gusto del que podía comprar la justicia. La razón y la justicia estaban de parte de los bufetes más delincuentes.
En el juzgado de San Pablo no había seriedad ni circunspección; se escuchaban risas y algazara de borrachos y se debatían los secretos sumariales a pleno pulmón; corrían arreglos maliciosos, propuestas de sobornos, empeños para lograr una providencia, retardos en los decretos o bien su festinación para fines réprobos. Y no era el litigante el que proponía los cohechos, sino el mismo juez y su secretario los que pasaban a casa de los interesados para ofrecerles providencias a cambio de dinero.
Un día que fue echado el juez Silva por las insólitas marrullerías que hacía; éste, como todo un gran magistrado de la República, dijo que él no era ningún zoquete para salir de su cargo sin dinero, sabiendo que no lo reelegirían.
El foro, pues, hasta prácticamente el presente se compone en gran medida de los peores enemigos de la justicia. Al juzgado de San Pablo concurría a la sala un grupo de delincuentes prestos para urdir cuanto requiriese el juez: para un acto de juramento, para constituir un juzgado cantonal, para sustituir un perito, un testigo, un experto, un defensor de ausentes. Éstos, incontinenti, suplían cualquier falta.
Cuando se prolongaba una audiencia más allá de la hora laboral habitual, so pretexto de que hacía calor, para refrescarse, pedían licor y algo más con qué acompañar la tertulia. A puerta cerrada, el juez y sus cofrades comían y bebían hasta embriagarse. En ese estado comenzaban a redactar providencias, y ya cuando la orgía y la beodez estaban en su punto máximo, todos en calzoncillos, se libraban expedientes, se alteraban o falsificaban actas, una total degeneración en la que se violaba todo.
La falta de justicia entre nosotros nos lleva a concluir que:
1) Tener razón en Venezuela se convertía en un cargo de conciencia.
2) "En Venezuela, los honores, las dignidades, todo es mentira, y lo único cierto es que se roba mucho: sólo los que están robando conocen la verdad3".
3) La elección de nuestros magistrados, era uso y costumbre, se hacía con dinero de las arcas nacionales y llenándoles el vientre de buenos bocados y vinos para que no olvidaran a sus bienhechores. El que más inclinaba la cerviz, porque prometía hacerse el loco ante cualquier estropicio, resultaba "el mejor". Aquí se aprendía que había que estar con el "vivo", el flojo, con el inepto y el inescrupuloso. Los vagabundos, flojos e ineptos, en los altos foros siempre habían conformado mayoría en este país.
4) En Venezuela a un juez, recientemente nombrado, y que hasta ayer era pobre y desempleado, de pronto se le vía convertido en orondo dueño de mansiones, carros lujosos, yates, aviones. No había manera de investigarlo.
5) La consigna de nuestros ladrones de cuello blanco era: "Si he cogido algo, mucho más merezco, y se me debe más por mis servicios. Mejor es que me lo coja yo a que se lo lleve el Gobierno, que mucho tiene4".
16) En Venezuela, muchos de los que llegaban a los altos cargos lo hacían mediante la infamia, la adulación y las más repugnantes bajezas.
7) "En la Universidad se dan innumerables clases, una de ellas es la de Economía, ciencia inútil en donde no se vive económicamente, sino robando5".
8) Los naipes, los dados, el juego de caballos y la lotería, el miche, y sobre todo la rapiña, mantenían una fuerte presencia en los medios judiciales del pasado.
9) "¡Maldita abogacía! ¡Malditos tribunales! ¡Maldito el que su triste suerte lo obliga a comer este pan de oprobio y humillaciones!6"
10) "En Venezuela se sabe que hay una Constitución, como se sabe que existe un Alcorán7".
11) "Hoy, el carácter predominante es no tener vergüenza8".
¡Cuántas veces se ha hecho el intento de adecentar el Poder Judicial¡, pero carecemos de suficientes abogados patriotas, con carácter y preparación. ¡Y cómo podía ser de otro modo, cuando las facultades de Derecho de nuestras universidades mostraban un desdén supremo por la propia justicia! Las Facultades de Derecho de las universidades autónomas en Venezuela ocupan las primeras posiciones entre escándalos, agresiones por las reiteradas acusaciones contra sus decanos ante los tribunales. Los Consejos Jurídicos Asesores de estas universidades llamadas autónomas han cometido y cometen los mayores estropicios, a sangre fría, contra la inteligencia y la decencia al defender la estafa, el plagio, el hurto y la más degradante holgazanería.
2 En su libro Memorias. Editado por la Fundación para el Rescate del Acervo Documental Venezolano/ FUNRES, 1993.