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Para aquella época, se tenía poco conocimiento de las sutiles estrategias de la CIA (moviendo diversos hilos: militares, económicos, culturales,…) para echar abajo gobiernos que no le sirviesen a sus intereses. Estados Unidos puso en el poder a Rafael Leonidas Trujillo y lo sostuvo durante 31 años, y cuando ya no le sirvió para nada (y además estaba perturbando sus acciones políticas en el Caribe), decidió eliminarlo. Lo mismo hizo con Manuel Antonio Noriega y otros dictadores en Latinoamérica. Fue la CIA quien planificó la sublevación militar contra el general Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero. Todas las bombas de gasolina de la Standar Oil Compañy de Rockefeller, se unieron al paro contra Pérez Jiménez.
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Dijo textualmente Pérez Jiménez: «Yo acabé haciéndome enemigo de Estados Unidos, Colombia y las compañías petroleras y fueron éstos los que me tumbaron».
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En la historia de Venezuela, el pueblo como tal, no tumbaba gobiernos. No tumbó a Gómez. No tumbó a Medina. No tumbó a Gallegos. No tumbó a Pérez Jiménez. Los derrocamientos los provocaba una mano peluda que siempre emergía de la Casa Blanca. Y hay que dejar igualmente definitivo para la historia, que el contralmirante Wolfgang Larrazábal en ningún momento se alzó contra el presidente Marcos Pérez Jiménez.
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El malestar de Washington contra Pérez Jiménez era por muchas razones: el gobierno venezolano construía sus buques de guerra en Inglaterra e Italia, además de comprarle aviones a la misma Gran Bretaña y armamentos a Bélgica; Pérez Jiménez estaba al tanto que Estados Unidos nos quería vender chatarra para nuestras Fuerzas Armadas. Pero no sólo estos asuntos eran la causa de irritación, también lo referente a la siderúrgica y a la compañía de teléfonos: el gobierno había rechazado una propuesta de Eugenio Mendoza que beneficiaba enormemente a poderosos consorcios norteamericanos, aunque luego se acabó llegando a un acuerdo con la firma italiana Inocentio, y finalmente los teléfonos siguieron en manos del Estado.
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La molestia con los militares que derrocaron a Gallegos, venía desde el momento en que Carlos Delgado Chalbaud se negó a enviar tropas a la guerra de Corea (lo que sí hizo Colombia) a cambio de armamentos, lo que Rómulo Betancourt consideró preocupante: no estábamos siendo solidarios con la política globalizadora del imperio; con la política defensiva de nuestros benefactores. En el fondo, toda esta preocupación también se remontaba, como vimos, a las iniciativas de Delgado Chalbaud por establecer relaciones de amistad y cooperación con programas nacionalistas petroleros en el Medio Oriente; una posición que fue muy bien acogida por Pérez Jiménez. Esta misión al Medio Oriente, había sido llevada a cabo en septiembre de 1949 para estrechar lazos, insistimos, de cooperación con los mayores abastecedores de petróleo del mundo: Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait, Siria y Egipto, y dar a conocer la política del fiftyfifty. Integraron la misión al Medio Oriente: Edmundo Luongo Cabello, Luis Emilio Monsanto y Ezequiel Monsalve Casado. Pronto los avances logrados por Venezuela en el tema petrolero fueron adoptados por estos países. Arabia Saudita lo hizo en 1950, Kuwait en 1951, Irak en 1952, Bahrein y Qatar en 1954. La no aceptación por parte de las concesionarias en Irán, fue una de las causas que llevó a la nacionalización petrolera de Mossadeg en 1951. De allí, como recuerda Tejera París, «que un periódico norteamericano muy influyente, acusara a Venezuela como responsable de la situación que confrontaba el presidente iraní, por la pretendida labor de agitación de nuestro país en esa región».
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En un principio Pérez Jiménez trató de halagar a los gringos y en un esfuerzo competitivo con su adversario Rómulo Betancourt, rompió relaciones con la URSS en junio de 1952. Cuánta histeria le producirían a Betancourt aquellas palabras de Nelson Rockefeller cargadas de elogios hacia el nuevo régimen de Venezuela, y dichas en tierra venezolana, cuando se refería a que estaba impresionado por nuestro desarrollo económico. Es increíble, pero tanto Pérez Jiménez como Betancourt se disputaban con ardorosa pasión el apoyo de Nelson Rockefeller; sobre todo a Betancourt le hubiese encantado llevar la batuta en ese Tratado de Comercio, entonces suscrito con el Tío Sam, que nos obligaba a obtener de su país el 82% de nuestras importaciones.
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Luego vino la gota que derramó el vaso: Pérez Jiménez se estaba cansando de las groseras presiones de los gringos. Se le hacían insoportables. Resulta que el presidente Dwight Eisenhower, propuso la celebración de una cumbre presidencial interamericana que acabó celebrándose en Panamá. Los fines eran los de siempre: reiterar los compromisos de la unidad continental, mantener la paz, la libertad y la cooperación económica y militar. El gobierno de Pérez Jiménez se enteró con antelación que los fines eran otros: plantear la necesidad de una base estratégica de misiles con cabezas atómicas, en la península de Paraguaná. Este proyecto estaba dentro de los planes de seguridad continental emprendidos por la Casa Blanca y Einsenhower contaba con que los mandatarios presentes no le presentarían ninguna clase de objeciones. Lo insólito fue que Pérez Jiménez lo rechazó de plano por considerarlo lesivo a la soberanía nacional y, por tanto, inaceptable para las Fuerzas Armadas Nacionales. Esto causó mucha irritación entre los asistentes, ciegamente plegados a los mandatos de Washington, sobre todo la oligarquía criolla, que se estaba beneficiando de los contratos con el gobierno.
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El general Pérez Jiménez había advertido que si Einsenhower planteaba el tema de los misiles, él airadamente se retiraría de la cumbre. Este mensaje se le hizo llegar al presidente anfitrión Arnulfo Arias, quien seguidamente lo comunicó al presidente de Estados Unidos, de modo que éste no sufriera un desaire, y para que retirara a tiempo la propuesta. Pérez Jiménez, considerando que había hecho respetar a Venezuela, y que podía llegar un poco más lejos en ese enfrentamiento con el monstruo del imperio, se arriesgó a proponer en esta cumbre un fondo económico para el desarrollo de los países de la región, cuyo capital provendría de los aportes de las naciones participantes, representados en un diez por ciento del presupuesto de cada una. Einsenhower consideró que esto constituía no sólo una imprudencia temeraria sino una bofetada a la majestad de su mando, y llamó a varios de sus asesores para que le hicieran saber a Pérez Jiménez que él no estaba siendo apoyado por Norteamérica para que cometiese desquicios y perturbaciones en la región. Que esa no era su función, que las cuestiones de tipo económico en el hemisferio eran de su total y exclusiva incumbencia, así como los tratados bilaterales entre las naciones.
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En esa conferencia en Panamá, Pérez Jiménez habló sólo cinco minutos, y entre otras cosas dijo: «Ya no es época de liberaciones políticas. Los pueblos son dueños de sus destinos. Pero sí tenemos que hacer mucho en el campo económico, para lograr nuestra soberanía en ese campo». Fue cuando propuso crear un fondo común para la realización de importantes obras en Latinoamérica, y Venezuela comenzaría aportando cien millones de dólares, «que para los norteamericanos hubieran repercutido en unos 3.000 millones de dólares, y el fondo se habría situado en 4.000 millones». Los norteamericanos lo rechazaron de plano. Lo más cercano a una ayuda económica que Estados Unidos hará para Latinoamérica en toda la historia del Siglo XX será lo que aportó en la Alianza para el Progreso, que apenas si alcanzó la miserable cifra de 200 millones de dólares; y en este caso su fin era recuperar ese dinero con creces, mediante la incorporación de grandes empresas estadounidenses que monopolizarían casi todas nuestras industrias básicas. Además, el país que solicitara un préstamo dentro del proyecto de esta alianza, tenía que prescindir de su soberanía, lo que realmente era una dádiva humillante.
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Betancourt, quien junto con Figueres habría de ser de los principales artífices en el lanzamiento de la Alianza para el Progreso, se estremeció de indignación ante la propuesta de Pérez Jiménez en esa conferencia de Panamá, e inmediatamente dirigió a todos los presidentes asistentes a ella una irritada Declaración. Dice el famoso diplomático de Pérez Jiménez, Leonardo Altuve Carrillo que con este discurso Pérez Jiménez en Panamá, él signó su destino y provocó su caída: "Los Estados Unidos acostumbrados a que las grandes iniciativas de carácter económico y social para América Latina, partieran de ellos, se sorprendieron desagradablemente de la iniciativa del general Pérez Jiménez para solucionar los problemas económicos de los pueblos menos favorecidos. Colaboración igualitaria y fraternal, de iguales a iguales, no dádiva generosa a pueblos subdesarrollados".
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Es decir, Pérez Jiménez trataba de zafarse del tiránico monstruo del norte y claro, sirviéndole como un peón se sentía miserable y traidor a su patria. ¡Cómo reconocería ahora que por no haberse puesto Medina Angarita de rodillas ante ese imperio fue por lo que lo echaron del poder! Y ahora él se las iba a ver feas por pretender ser un poco soberano e independiente en sus decisiones. En un principio, Pérez Jiménez había sido obstinado en su decisión de no asistir a Panamá, alegando que se estaba abusando del nombre del Libertador para negar el mensaje y la misión de éste y ponerlo al servicio de los Estados Unidos. Cuando Eisenhower supo que Pérez Jiménez no aseguraba su asistencia se irritó, porque la presencia del jefe de Estado venezolano (de la cuna del Libertador) era esencial para reunir a sus vasallos y dictarles su política en nombre del manido Panamericanismo. Por eso tuvo que enviar a Venezuela, en misión urgente, a su subsecretario de Estado, Henry Holland, para convencerle de que era imprescindible que se presentara en Panamá.
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Pérez Jiménez viendo, y equivocándose a la vez, de la importancia que le daban los gringos, ante tantos ruegos y elogios que le hacían, finalmente accedió, pero entonces se negó a hospedarse en el Hotel Panamá, donde Eisenhower ocupaba la suite presidencial y a los demás presidentes, como en enjambre, los alojaron en habitaciones menores. Pérez Jiménez se alojó en una casa a la que tuvo que ir Eisenhower a visitarle, pequeño «desaire» que habría de pagar muy caro, y fue cuando el Departamento de Estado decidió tomar medidas para sacarlo de circulación.
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Era lo malo: luego que Estados Unidos les da su apoyo para que llegaran a la Presidencia de sus países (Pinochet, Duvalier, Stroessner, Somoza, Trujillo, Videla…), estos «hombrecitos» perdían todo sentido de responsabilidad y se creían que cuanto dominaban lo habían ganado por sí mismos; se creían con el derecho de imponer políticas del todo desviadas de los principios y de los "valores democráticos" sustentados por Norteamérica. "Es una verdadera desgracia tener que lidiar todos los días con esta gentuza, que no sabe agradecer ni ajustarse a las reglas que se les dictan". Llegaron a decir varios Secretarios de Estado de Norteamérica.