- Desde que murió Bolívar quedamos dando tumbos, como mutilados del alma, como ciegos de conciencia por el crimen cometido contra los que nos dieron la Independencia. Estábamos heridos de muerte, y así y todo matándonos unos con otros por "ideales" y guerras sin sentido. Hasta que llegamos a creer que estábamos malditos, que algo llevábamos en la sangre que nos inutilizaba para vivir en comunidad, para organizarnos, para definir un destino propio, de grandeza, de gloria, de paz y de verdadera unidad nacional.
- Horrible debió ser el drama y la contradicción que estremecieron a aquellos hombres de principios del siglo XX en América Latina, a quienes la política y la lucha social les reclamaban asumir una posición frente a los conflictos de nuestro destino. Entonces resultó, que no tuvieron el tino ni el pulso para comprometerse con el pensamiento y la obra de Simón Bolívar porque lo consideraron como algo que ya no tenía que ver con el presente ni con el progreso que ansiaban para nosotros. Sentían que debía luchar, protestar, hacer una revolución o una gran reforma, pero al mismo tiempo pensando que estos cambios serían inútiles si antes no matábamos al indio, al gaucho, al negro, al salvaje que llevamos dentro, siendo que Bolívar tenía de todo eso en su alma grande y noble. No entendían que ese indio, ese gaucho, esos centauros no eran el enemigo sino más bien la esencia y la fuerza telúrica presta a darlo todo por nuestra propia liberación. No lo entendieron.
- Desde 1840 comenzó una carrera desesperada y absurda en América Latina por acercarnos y parecernos en todo lo posible a los europeos y a los yanquis. Luego en el siglo XX nuestros gobernantes impuestos por las oligarquías comenzarán a idolatrar al becerro de oro del capitalismo. Dice Jorge Abelardo Ramos que cuando1: "Europa tomó posesión de América Latina a partir de la ruina del imperio español, no sólo controló el sistema ferroviario, las bananas, el café, el cacao, el petróleo o las carnes. Consumó una hazaña mucho más peligrosa, influyó sobre gran parte de la intelligentzia latinoamericana y tendió un velo sutil entre la trágica realidad de su propio país y sus admirados modelos externos. Así, hasta los rebeldes de aldea, y hasta las doctrinas de "liberación", llevaban la marca del amo al cuello. Con el sello de Occidente, eran como cartas de navegación erróneas, preparadas para extraviar a los pasajeros. Todo lo latinoamericano o criollo fue despreciado o detestado. Desde la Ilustración o aún antes, no faltaban antecedentes para ello. Desde Buffon o el abate De Paw, hasta el más lozano egresado de alguna Facultad de Sociología o Historia en la última parroquia, desdeñaban la inmensa tierra bárbara".
- Y es así como a principios del siglo XX vemos que Pío Baroja juzga al latinoamericano del Sur como un mono que imita y a Latinoamérica Latina como un continente estúpido. Camilo José Cela llamaba Sudamérica como Sub-América. En la novela Doña Bárbara, Gallegos refiriéndose a José Luzardo, el padre del protagonista, dice2: "…fiel a su sangre, simpatizaba con la Madre Patria, mientras que su primogénito Félix, SÍNTOMA DE LOS TIEMPOS QUE YA EMPEZABAN A CORRER, se entusiasmaba por los yanquis".
- ¿Qué quiso decir Gallegos, refiriéndose a la juventud de su país con aquello de "SÍNTOMA DE LOS TIEMPOS QUE YA EMPEZABAN A CORRER"? ¿Qué ya desde entonces se estaba comenzando a yanquizar Venezuela, en época tan temprana? Pero por otro lado, el padre de Santos Luzardo simpatizaba con la Madre Patria, qué tal. Es decir, nos encontrábamos escindidos y sin patria, pues nuestros progenitores suspiraban por dos tendencias imperiales, una ya muerta y otra que buscaba imponerse y colonizarnos. Lo terrible de esta parte de la novela, es que finalmente a causa de estas diferencias (uno por la Madre Patria) y el otro cegado por los gringos, viene el padre y acaba matando a su primogénito.
- No era cosa de poca monta aquel pleito para Gallegos, que va a constituir el punto crítico de la novela Doña Bárbara. Como que si sugiriera que al no ganar España sobre Estados Unidos (en la que guerra se desató por Cuba), al menos el padre de su protagonista mata al hijo pro-yanqui3: "Llegaron al hato los periódicos de Caracas, caso que sucedía de mes a mes, y desde las primeras noticias, leídas por el joven –porque ya don José andaba fallo de la vista– se trabaron en una acalorada disputa que terminó con estas vehementes palabras del viejo:
–Se necesita ser muy estúpido para creer que puedan ganárnosla los salchicheros de Chicago.
Lívido y tartamudo de ira, Félix se le encaró:
–Puede que los españoles triunfen; pero lo que no tolero es que usted me insulte sin necesidad.
Don José lo midió de arriba abajo con una mirada despreciativa y soltó una risotada. Acabó de perder la cabeza el hijo y tiró violentamente del revólver que llevaba al cinto. El padre cortó en seco su carcajada y sin que se le alterara la voz, sin moverse en el asiento, pero con una fiera expresión, dijo pausadamente:
–¡Tira! Pero no me peles, porque te clavo en la pared de un lanzazo.
Esto sucedió en la casa del hato, poco después de la comida, congregada la familia bajo la lámpara de la sala. Doña Asunción se precipitó a interponerse entre el marido y el hijo, y Santos, que a la sazón tendría unos catorce años, se quedó paralizado por la brutal impresión.
- Pero allí no quedó zanjada la disputa o la diferencia entre una u otra posición, ambas estúpidas. La novela con este enfrentamiento adquirirá un dramatismo tremendo en unas pocas líneas más adelante: "Ya habían caído en lances personales casi todos los hombres de una y otra familia, cuando una tarde de riña de gallos en el pueblo, como supiese Félix, bajo la acción del alcohol, que su padre estaba en la gallera, se fue allá, instigado por su primo Lorenzo Barquero, y se arrojó al ruedo, vociferando:
–Aquí traigo un gallito portorriqueño. ¡No es ni yanqui siquiera! A ver si hay por ahí algún pataruco español que quiera pegarse con él. Lo juego embotado y doy de al partir.
Había terminado ya con la victoria de los norteamericanos la desigual contienda, y decía aquello para provocar al padre. Don José saltó al ruedo blandiendo el chaparro para castigar la insolencia; pero Félix hizo armas, a él también se le fue la mano a la suya y poco después regresaba a su casa, abatido, sombrío, envejecido en instantes, y con esta noticia para su mujer:
–Acabo de matar a Félix. Ahí te lo traen.
- Ese filicida, simpatizante de la Madre Patria, la que está en guerra contra el imperio del Norte, es pues, quien engendra a un prospecto de centauro: Santos Luzardo, pero que en lugar de la lanza empuñará el código y las leyes. Cabe suponer sin duda alguna, que Gallegos estaba del lado de España. Todos comenzamos a estar equivocados en ese lance en el que buscábamos definirnos como Nación soberana, genuina e independiente. Pero en el fondo lo que se trataba de resolver era el problema de los intelectuales nuestros en contra de los centauros. Rómulo Betancourt tilda al general Emilio Arévalo Cedeño de "centauro de caricatura". Mariano Picón Salas señala que la aventura de la guerra civil en Venezuela se había convertido en toda una industria, y refiriéndose a los cosacos llaneros hablaba del ruralismo desbocado y torpe que fija el color bárbaro de un tiempo que es por excelencia el de los jefes civiles: el guapo, el aguardentoso y analfabeto, galero, armado de látigo, puñal y revolver. Y precisa que el jefe civil tiene a su Mujiquita de secretario, el meloso bachiller que pone en palabras esdrújulas y exuberantes "considerandos" los designios de su señor.
- Aunque Picón Salas sugiere una posición más fina en su discurso sobre la fulana barbarie: los intelectuales y políticos que surgen a partir de mediados del siglo XX, rezuman también mucho de lo que Gallegos critica a los centauros. Así, que si Gallegos quería que Santos Luzardo matara esa idea del centauro que despreciaba y su personaje central llevaba dentro, tenía entonces que haberse aniquilado a sí mismo. Ser abogado y un poco intelectual no le quitaba un ápice del fulano caudillo o tirano que llevaba en la sangre.
- Sostiene Picón Salas que nuestro altanero individualismo se refleja muy bien en el alto y pequeño funcionario que prefiere mandar antes que deliberar y escuchar, y por eso espeta con soberbia: "jefe es jefe", y es una regla que funciona tanto para caudillos y caciques, como para los intelectuales.
- Iba pues Santos Luzardo a luchar contra doña Bárbara: "…criatura y personificación de los tiempos que corrían, no sería solamente salvar Altamira, sino contribuir a la destrucción de las fuerzas retardatarias de la prosperidad del Llano. Y decidió lanzarse a la empresa con el ímpetu de los descendientes del cunavichero, hombres de una raza enérgica; pero también con los ideales del civilizado, que fue lo que a aquéllos les faltó".
- Creía ingenuamente Gallegos que con los ideales de civilizados del tipo de Santos Luzardo podía a salvarse los llanos y a Venezuela. No sabemos qué pensar cuando Santos Luzardo, en medio de aquella desolada llanura trata de que la ley sea acatada, cuando en el propio país gobierna un tirano de siete suelas como Juan Vicente Gómez, el hombre más arbitrario y bestial del hemisferio. No obstante, en su pleito con el musiu grosero y brutal y contra la Doña de aquel imperio de muerte y destrucción, sale diciendo el protagonista: "–…Por ahora acudiré a la autoridad inmediata para que la obligue a cumplir lo que le ordena la ley. Al mismo tiempo haré citar ante la Jefatura Civil a míster Danger, y así quedarán zanjadas de una vez las dos dificultades.
"–¿Y cree usted que Ño Pernalete le hará caso? –objetó todavía Antonio, refiriéndose al Jefe Civil, dentro de cuya jurisdicción estaban ubicadas Altamira y El Miedo–. Ño Pernalete y doña Bárbara son uña y carne.
"–Ya veremos si se niega a hacerme justicia…
1 Jorge Abelardo Ramos, Historia de la Nación Latinoamericana, Ediciones Continente, Buenos Aires, 2011,
2 Rómulo Gallegos, Rómulo Gallegos Obras Selectas, Ediciones Edime-Editorial Mediterráneo, C. A. 1977, Madrid-Caracas, p. 14.