De pánico el siglo XX!, con aquel mono degollándose frente al espejo con fina navaja importada …

  1. Ya hemos visto, cómo habría querido Rómulo Gallegos extirpar el gen del centauro que cada venezolano llevamos en el alma. Horrible debió ser el drama y la contradicción que estremecieron a su generación de intelectuales, a quienes la política y la lucha social les reclamaban tomar una posición frente a los conflictos de nuestro destino, pero a la vez sin tener claridad de lo que somos y representamos en este continente. En ese absurdo deseo de salir de "abajo" no miraron hacia el pensamiento y la obra de Simón Bolívar porque lo consideraron como algo que ya no tenía que ver con el presente ni con el progreso, como ya hemos dicho. Sentían que debían luchar, protestar, hacer una revolución o una gran reforma, pero considerando que estos cambios serían inútiles si antes no matábamos al indio, al gaucho, al negro, al salvaje que nos cuece en las entrañas, siendo que Bolívar era todo eso en su alma grande, visionaria y noble. No entendían esos intelectuales que ese indio, ese gaucho, esos centauros no eran el enemigo a vencer sino que esos "salvajes" constituyen más bien la esencia y la fuerza, la energía vital que se requiere para nuestra propia liberación, la definitiva.

  2. Fue así como chapotearon en el barro durante tanto tiempo, porque en apenas muriendo el Libertador, comenzó una carrera desesperada en toda América Latina por acercarnos y parecernos a los europeos y a los yanquis. Florentino González más grande leguleyo de la Nueva Granada y Fermín Toro jurista venezolano iban a pedir a grito destemplado que los gringos nos invadieran y nos asimilaran a su sistema. Luego en el siglo XX, nuestros gobernantes impuestos por las oligarquías comenzarán a idolatrar al becerro de oro del capitalismo.

  3. La fiebre de los intelectuales contra los llamados CENTAUROS (que en definitiva habían sido quienes nos dieron patria) se desatará con toda su furia a partir de 1908, cuando Juan Vicente Gómez asalta el poder. En 1936, Rómulo Betancourt tilda a Emilio Arévalo Cedeño de "centauro de caricatura". Mariano Picón Salas señala que la aventura de la guerra civil en Venezuela se ha convertido en toda una industria, y refiriéndose a los "cosacos llaneros" habla del ruralismo desbocado y torpe que fija el color bárbaro de un tiempo que es por excelencia el de los jefes civiles: el guapo, el aguardentoso y analfabeto, galero, armado de látigo, puñal y revolver. Y precisa que el jefe civil tiene a su Mujiquita de secretario, el meloso bachiller que pone en palabras esdrújulas y exuberantes "considerandos" los designios de su señor.

  4. Aunque Picón Salas sugiere una posición más fina en su discurso sobre la fulana barbarie: los intelectuales y políticos que surgen a partir de mediados del siglo XX, rezuman también mucho de lo que Gallegos critica a los fulanos centauros. Así, que si Gallegos quería que Santos Luzardo matara esa idea del centauro que sin duda lleva dentro pero que desprecia, entonces tenía que aniquilarse a sí mismo. Lo que se buscaba en el fondo era que todos nosotros nos suicidáramos para darle paso a un ser humano mejor elaborado, quizás más agradable a los sajones y a los galos. El que Santos Luzardo fuese abogado y un poco intelectual no le quitaba nada del fulano caudillo o tirano que llevaba en la sangre, como el resto de sus congéneres en esta tierra

  5. Sostiene Picón Salas que nuestro altanero individualismo se refleja muy bien en el alto y pequeño funcionario que prefiere mandar antes que deliberar y escuchar, y por eso espeta con soberbia: "jefe es jefe", lo cual viene a ser según él una regla que funciona tanto para caudillos y caciques, como para los intelectuales. Iba pues Santos Luzardo a luchar contra el doña Bárbarismo que en su estilo era "…criatura y personificación de los tiempos que corrían, no sería solamente salvar (el hato) Altamira, sino contribuir a la destrucción de las fuerzas retardatarias de la prosperidad del Llano". Por lo que decidió lanzarse a la empresa con el ímpetu de los descendientes del cunavichero, hombres de una raza enérgica; pero también con los ideales del civilizado, que fue lo que a aquéllos les faltó.

  6. Insistimos, pues, en que Gallegos creyó ingenuamente, que con los ideales de civilizados del tipo de Santos Luzardo podía a salvarse los llanos con ello Venezuela. No sabemos qué pensar cuando Santos Luzardo, en medio de aquella desolada llanura trata de que la ley sea acatada, cuando en el propio país gobierna un tirano de siete suelas como Juan Vicente Gómez, el hombre más arbitrario y bestial del hemisferio. No obstante, en su pleito con el musiu grosero y brutal (Míster Danger) y contra la Doña de aquel imperio de muerte y destrucción, sale diciendo el protagonista: "–…Por ahora acudiré a la autoridad inmediata para que la obligue a cumplir lo que le ordena la ley. Al mismo tiempo haré citar ante la Jefatura Civil a míster Danger, y así quedarán zanjadas de una vez las dos dificultades.

"–¿Y cree usted que Ño Pernalete le hará caso? –objetó todavía Antonio, refiriéndose al Jefe Civil, dentro de cuya jurisdicción estaban ubicadas Altamira y El Miedo–. Ño Pernalete y doña Bárbara son uña y carne.

–Ya veremos si se niega a hacerme justicia".

  1. En verdad, qué podía hacer un pobre hombre como Santos Luzardo, tratando de imponer orden y justicia en la llanura venezolana, apenas un diminuto punto de un inmenso cuero seco como lo llamara a Venezuela el petulante don Antonio Guzmán Blanco. El problema era de otra dimensión y lo había previsto con suma claridad Simón Bolívar: mientras en nuestra América no nos unamos con vigor, solidaridad y conciencia ninguna de sus partes constitutivas podrá encontrar una sana paz y una estabilidad social ni política duradera. De los pensadores e intelectuales como Gallegos surgió un desengaño brutal sobre nuestros recursos y talentos porque todo lo veíamos en función del desarrollo de Europa y Estados Unidos, y no buscábamos ni un destino ni una salida propios. Nos veíamos como unos parias dejados de la mano de Dios. Fue por lo que se desató no sólo una aversión hacia lo nuestro, sino también un derrotismo desbocado sobre nuestras propias posibilidades y talentos. Por eso, cuando Gallegos crea su personaje Santos Luzardo lo hace pensando en un héroe típico de la civilización occidental, que piensa en ferrocarriles cruzando las sabanas, los mismos que él ha visto en los extensos campos de Illinois, California o Texas. Sueña con una Venezuela próspera como la de Estados Unidos, así como Domingo Faustino Sarmiento la deseaba para Argentina. Entonces estos intelectuales, por fuerza, tenían que acabar sintiéndose, como especies del tipo de Jorge Luis Borges, unos desterrados europeos.

  2. El intelectual latinoamericano del siglo XX en esencia terminó como debilucho esquizofrénico. Escindido por los deseos de vivir en una patria idealizada que nada tuviera que ver con la suya. Intenta poner los pies sobre la tierra que le vio nacer pero sufre y sueña con la cabeza hundida en las nubes griegas o romanas, en los parnasos de Roma o París. Por eso, la peor catástrofe que ocurrió en América Latina fue la colonización de la mente de sus intelectuales, de sus maestros y profesores, de sus políticos, y por eso ha sido casi imposible salir de ese marasmo desde que Bolívar nos independizó. La locura por tratar de afrancesar nuestro país a finales del siglo XIX, produjo una aversión brutal hacia nuestros valores. Y de este hecho surgió el concepto de la América Bárbara; de que nuestros jóvenes y talentos debían irse a formar a Estados Unidos o Europa para empaparse de los valores groco-romanos; de aquí en adelante se plantearon nuestros intelectuales y políticos como algo prioritario, una inmigración muy selectiva de europeos. De todos esos proyectos, aupados por Alberto Adriani, por ejemplo, ninguno fructificó.

  3. Para aquellos intelectuales, nosotros en definitiva no teníamos remedio. El único camino que preveían para nosotros era el convertirnos en peones de Estados Unidos (así lo consideraban por ejemplo Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri) o de Europa (según el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz, Rufino Blanco Fombona y Rómulo Gallegos). Rufino Blanco Fombona se degolló él mismo ante un espejo, si tomamos en cuenta el símil de su creación, según el cual los latinoamericanos nos parecemos a un orangután, que al imitar a sus amos mientras se afeitan, terminan por degollarse con la fina navaja que han importado de los imperios, y ante el espejo. Pero este mismo Rufino suplicaba para aminorar esa carnicería que nuestros gobiernos trajesen italianos, alemanes, franceses y españoles, para fundar colonias con gente decente. Según él esta gente nos iba a traer virtudes que no poseíamos.

  4. Hay que decir, que toda esta migración recrudeció los males traídos por los españoles: vicios, perversiones y pestes espantosos, que acabaron entorpeciendo los esfuerzos que estaban surgiendo de nuestra naturaleza para enfrentar las adversidades de aquellos tiempos; fueron ellos quienes nos inyectaron el sensualismo y utilitarismo de Jeremías Bentham, por ejemplo. Nos trajeron esa enajenada cultura europea pertinazmente engendrada en medio de holocaustos.

  5. Rufino Blanco Fombona quería que "el último indiecito en la última aldeúca supiera leer y escribir, que conociera sus derechos –sobre todo su derecho a vivir con relativa comodidad, su derecho a ser feliz- y no sólo sus deberes". ¿Qué sería lo que Rufino Blanco Fombona entendía por relativa comodidad? Una esquizofrenia atroz atormentaba a Blanco Fombona cuando escribió: "Conviene mandar jóvenes en número de millares a formarse o terminar de formarse técnicamente en Europa. Muchos, muchos, a Alemania para que aprendan, en primer término, disciplina social; para que allí estudien la medicina, la química, la filosofía, las industrias; los que vayan a estudiar para ingenieros mecánicos y para marinos, para banqueros y comerciantes, a Inglaterra; militares y escritores a Francia; pintores a España; escultores a Italia… Pero resulta, que cuando a Rufino lo nombraron gobernador del Territorio Amazonas, una de las primeras cosas que solicitó al gobierno central fue que le enviaran curas para adoctrinar y civilizar a los indios. Insólito… Se indignaba don Rufino cuando sus hermanos se ponían a hablar con los campesinos en su hacienda Las Escaleritas. Y añadía: "La torpeza y la rusticidad de los campesinos, me exaspera. Siempre están en el error, e imposible que se rediman jamás –si no es por persistente obra de la escuela- de su triste condición de seres inferiores. No comprendo cómo Augusto y Óscar (sus hermanos) puede hablar con estos animales horas enteras. Yo no puedo hablar con ninguno de ellos cinco minutos. No encuentro qué decirles. Me hacen la impresión que su idioma es otro que le mío y que nada les digo, no porque nada tenga que decirles, sino porque ignoro su lengua. Mi muchachita (una campesinita de quince años que vivía con él) no es menos bestia que los otros. ¡Pero en fin, para lo que yo los necesito!"

  6. Es decir, Rufino no entendía, no conocía a su país, y pretendió escribir sobre Bolívar y su pensamiento. Y llegó a comprender de modo equivocado, claro, al Libertador, porque su conocimiento era producto de la enorme esquizofrenia en la que se le estaba escindiendo su cerebro, tratando de que fuésemos algo que no está en nosotros. Por una parte, Rufino odiaba la cultura, la moral de los gringos, pero por otra quería que imitáramos a los europeos que a fin de cuentas vienen siendo los padres genitores de los pérfidos y miserables regatones norteamericanos (que Bolívar despreciaba tanto).

  7. Rufino Blanco Fombona estampó en su diario en 1933: "Cuando llegué a Madrid, el nombre de Bolívar era como una palabra malsonante: no podía pronunciarse, jamás se escribía. Hoy el nombre de Bolívar se asoma diaria y espontáneamente a la prensa, se considera a Bolívar un genio de la raza española, varias lápidas en calles y monumentos recuerdan los nexos de Bolívar con España y HASTA ALFONZO XIII DIO A SU CABALLO DE CARRERAS EL NOMBRE DE BOLÍVAR". Aunque Rufino odiaba a los gringos y a su cultura, parecía no caer en la cuenta de que éstos eran idénticos a los europeos. También se le metió a don Rufino Blanco Fombona pensar que traer inversionistas extranjeros nos podía sacar de abajo. No hubo en toda la historia de Venezuela alguien que trajese más inversionistas extranjeros que Juan Vicente Gómez. A partir de 1908, el capital extranjero lo decidió todo en nuestra política, particularmente en el campo petrolero. De tal modo que la dictadura de Gómez quedó sostenida en su totalidad por las fuerzas de lo que hoy llamamos transnacionales. Desde el principio solicitó Gómez a Estados Unidos, que para defender sus negocios en Venezuela debía colocar en nuestras costas barcos de guerra. Una de las primeras medidas tomadas por Gómez fue modificar las leyes de minas para favorecer la inversión extranjera en el país. Ya para esa época Estados Unidos sabía cómo sujetar a títeres como Porfirio Díaz en América Latina.

  8. De modo, pues, que hemos tenido intelectuales que han buscado que nos liberemos de fuerzas externas pero que al mismo tiempo se han dedicado a escribir nuestra historia y a exaltar nuestros valores con los sofismas de los sometidos, con el lenguaje de los serviles, revestido todo de retórica humillante que aunque aparentemente sesuda es la vez muy esclavista. Sí señor.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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