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Cuánto tiempo ha transcurrido, desde que el Comandante Hugo Chávez se rebeló contra el gobierno caótico, desintegrado y embarraganado de Carlos Andrés Pérez; cuántas divisiones entre aquellos dislocados protagonistas, cuántos cambios de rumbos y de escenarios. En medio de aquellas agitadas aguas, un hombre buscaba un rumbo, se trataba del Comandante Hugo Chávez, quien muchas veces lo dijo, parodiando al Libertador, que él no era más que una débil paja en el huracán revolucionario; en verdad que ambos (Bolívar y Chávez) emergen del mismísimo vendaval de estremecimientos y dolores de un terrible parto que aquí se venían gestando desde hace siglos y va por fases; éste último se dio al fin y al cabo por circunstancias en los que de momento parece que el pueblo está preparado; Chávez surge para el pueblo como un portentoso escudo frente al miedo, contra la inercia de casi dos siglos de vejaciones desde que muriera el Libertador.
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¿Quién, si no Chávez, podía hacer frente a la incuria mortal que aquí nos impusieron los portentosos grupos del puntofijismo, la iglesia, el empresariado, los poderosos medios de comunicación y el vil y corrompido sindicalismo de la CTV? ¿Quién, si no Chávez, iba a ser el llamado a abrirle un boquete al sistema neoliberal, el 4-F? ¿Quién si no él tenía que dar el paso para acabar con el bostezo delirante de esos Congresos raquíticos y de esa meretriz de la Corte Suprema de Justicia, vendida y controlada por negociantes de partidos y por las tribus judiciales?
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Por ejemplo, ¿habríamos sin él logrado la Constituyente, y batir en buena lid el poder de los medios de comunicación y la bestial presión internacional aupada desde Washington, disfrazada de sociedades civiles, de ONG’s dizque defensoras de los Derechos Humanos, y toda esa mar hirviente de enanos –de largas trenzas–, igualmente cobardes que se arrogaban y monopolizaban aquí los títulos de demócratas, de luchadores sociales, de académicos, de intelectuales?
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De cuanto ha ocurrido aquí, quizás la caída de todo tipo de máscaras ha sido de los mayores logros conseguidos. Se le pudieron ver los cueros a todos los reyes desnudos que deambulaban cual esperpentos intocables por todos los estrados del poder; los que se disfrazaban con sotana, báculos y tiaras, con togas y birretes, con borlas y medallas; los orondos empresarios, los sesudos analistas que todo lo veían y calculaban según los pagos que les hacían,…, aquel bullir de falacias jurisprudentes, aquel tráfico de almas y de los negocios en el estamento militar, y entonces vino con la rebelión del 4-F, el destape total, y ante nosotros se presentó el cuadro de cómo entonces, in extremis, también, desesperadamente se descubrió el papel de los medios de comunicación que trataban de tapar y ocultar aquel mar de inmundicias, echando correr a la vez lo del eterno coco de que vamos a caer en las garras de comunismo, moviendo así todas las piezas posibles para mentir y poner en marcha una intervención gringa.
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Pero comenzaron a abrirse muchos ojos. Así, pues, que mostrando sus verdaderas intenciones los meritócratas, los académicos los de luengas babas y barbas, los obispos purpurados, los parapetados tras poses izquierdistas (como los teatreros de Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez, Américo Martín, Andrés Velásquez, Domingo Alberto Rangel, Douglas Bravo, Pablo Medina, Gabriel Puertas, Ángela Zago, Pedro León Zapata, Manuel Caballero)… hasta que poco antes de aquel glorioso 4 de febrero, en medio de tantas tormentas, el mayor centro de conmoción fue Fuerte Tiuna. Por primera vez comienzan a manifestarse sin cortapisas, jóvenes oficiales sobre el estado moral y el destino de las Fuerzas Armadas. Se oye la pregunta de por qué las Fuerzas Armadas, se ha dejó someter durante tanto tiempo a los dicterios de los corrompidos partidos políticos. Rómulo Betancourt venía sosteniendo desde 1942 que los militares venezolanos era el sector más corrompido del país y que para comprar a los altos oficiales, bastaba con ofrecerles una puta, un litro de aguardiente y un bistec. Pero resulta que cuando él tomó el poder en 1959 convirtió a las Fuerzas Armadas en un cuartel de las operaciones gringas contra el pueblo. Fue entonces cuando se prostituyó y vejó como nunca antes a las Fuerzas Armadas.
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Cuando se le pregunta al general Marcos Pérez Jiménez, mano derecha de Betancourt en la asonada del 18 de octubre de 1945, una vez que ha sido derrocado al general Isaías Medina Angarita, cuál es el proyecto que tiene en mente, contesta: "Traer una misión norteamericana a instruir al ejército en colaboración con profesionales venezolanos".
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Tanto Betancourt como Pérez Jiménez habían luchado contra Medina por considerar a su gobierno peligrosamente nacionalista y procomunista. El golpe ya se tenía preparado en junio de 1945, es decir, que la pantomima de Betancourt y Raúl Leoni, el 3 de julio de ese mismo año de 1945 haciéndole una visita a Diógenes Escalante en Washington para proponerle la Presidencia de la República, formaba parte de la una patraña urdida desde la Casa Blanca. Previamente, como ya tenía preparado el golpe, Betancourt y Leoni le habían hecho «una visita de cortesía» al Departamento de Estado, que no era para otra cosa que ponerle al tanto del golpe ya estaba en marcha. Téngase en cuenta también que Pérez Jiménez estuvo en Washington en 1945, en la misma misión, buscando armamento; estuvo en el Pentágono, y cuando regresó al país dijo que sus gestiones habían sido todo un éxito.
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De modo pues, que aquellos intentos para convertir a nuestras Fuerzas Armadas en escudos contra las rebeliones y protestas del pueblo, tal cual como hoy lo conocemos en Chile, Argentina, Perú y Ecuador (de hecho en casi toda América Latina) se intensificó a partir de la década de los sesenta, con los adecos y copeyanos en el poder llegando a ser toda una poderosa punta de lanza represiva, torturadora y protectora de los intereses de la oligarquía, en fin, del imperio norteamericano.
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Hay que tener además en cuenta, que cuando se ejecuta el golpe contra Rómulo Gallegos en 1984, se encontraba un agregado militar gringo dirigiendo las operaciones desde Miraflores; el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud se da por orden de la Shell; la dictadura de Marcos Pérez Jiménez recibe en un principio todo el apoyo de Washington y se hace con el fin de que se entreguen más concesiones a las compañías petroleras. De allí en adelante se prolonga cruenta, ilimitada y tenebrosa la feroz noche de la dictadura puntofijista.
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El imperio norteamericano a través de la Doctrina Betancourt realizó un severo lavado de cerebro a todos los que ingresaban a la Academia Militar, haciéndoles ver que el comunismo era el mayor peligro para la libertad, para el progreso y los derechos humanos. Se quiso identificar anticomunismo con la verdadera práctica democrática y con la verdadera función de un miembro de nuestras Fuerzas Armadas.
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Todas las bellas causas por las que Betancourt había intentado justificar su mortal puñalada contra la democracia y contra Medina Angarita permanecieron intactas durante 40 años. Se inventó lo del voto a ciegas, emborrachando con licor al pueblo con el apoyo del Departamento de Estado americano que resultó ser una de las más grande carajadas en nuestra etapa puntofijista, porque no se quiso alfabetizar a las regiones más empobrecidas del país, con lo que se acabó perfeccionando un sistema electoral monstruosamente fraudulento.
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Los cerros de Caracas –como llagas lacerantes– serán los centros de lucha popular durante toda la década de los sesenta. Y la orden es que los soldados y policías disparen sin descanso contra los ranchos. Ser pobre será ser un miserable delincuente. Las cárceles se inundarán de desgraciados sin papeles, sin nombres, sin rostros. Morirse llega a ser parte de una bendición del cielo. Se monta a Caracas en un potro de tortura. Se inicia una lucha sin cuartel contra la Universidad Central de Venezuela y se emprende una acelerada construcción de colegios y universidades privadas. Lo iniciado por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, creando la Universidad Católica Andrés Bello y la Santa María, es continuado de manera acelerada por todos los gobiernos adecos y copeyanos.
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Hay que decir que son muy pocas las diferencias entre el gobierno de Marcos Pérez Jiménez y los que le suceden en la lóbrega pesadilla puntofijista. Ciertamente que por un lado, el 23 de enero de 1958 fue un arreglo político para que las cosas continuaran tal cual las dejaba Pérez Jiménez. Más aún, todos los militares que habían participado en el alzamiento contra el dictador quedarían marcados como sediciosos, y rápidamente serían puestos en cuarentena. Se habían convertido indudablemente en elementos peligrosos para la estabilidad del país, y por eso un grupo de altos oficiales que nada había hecho en contra de la tiranía, será el que tome el timón en los altos mandos de las Fuerzas Armadas. La misma orden que se impartió a mediados de febrero de 1958, desde Nueva York contra la Junta Patriótica, se hizo con relación a Hugo Trejo: "No conviene para la democracia ni muchos menos para los partidos, a Hugo Trejo hay que sacarlo del juego".
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¿Quiénes estaban dictando estas normas?, pues el imperio, porque los cargos claves los tomó la burguesía, el poder económico. Los que toman el poder ya han decidido que el país debe seguir funcionando en lo social y en lo económico, como lo venía haciendo desde el siglo XIX. En aquella delirante postración, el resto del país no existe, es apenas una enjuta y aletargada figura que subyace en el fondo miserable de la suprema vejación, del supremo envilecimiento: un cuadro que enceguece y deprime, paraliza a las voluntades más recias. En 1961, grupos de valientes oficiales que se niegan entregarse a los mandos norteamericanos, empuñan las armas para sacar del poder a los adecos. Todo respira muerte y temor, y la impotencia es como un garfio que se clava en el alma, el ritornelo intenso de lloros, de penas y remordimientos porque para muchos la patria no existe, la patria nos la han arrancado del corazón. ¡Un infinito tormento se apoderó de gran parte de los nuevos oficiales! Si se era joven quedaban pocos caminos: era necesario armarse, irse a las montañas, terminar loco o darse un tiro.
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Venezuela se había convertido en un país militarizado por la injerencia de los partidos y de las misiones yanquis en el seno de las Fuerzas Armadas. Se hizo un horror hablar de Cuba, de Fidel Castro, del Che Guevara. La gran amenaza del hemisferio la representaban los comunistas y para defenderse de esos monstruos se apelaba al juramento a la Bandera, a la Constitución –violada mil veces. A los más valientes se les trataba con el desprecio y el abandono, obligándolos a pedir la baja. En aquellos tiempos no había un camino más plagado de cruces que el lento y mortal ascenso en la carrera militar. Los que escalaban a los más altos grados eran en su mayoría oficiales que se vendían como mujerzuelas a los jefes de partidos o a los magnates de las finanzas nacionales o internacionales; los que colgaban sus cojones al traspasar los umbrales relucientes del Palacio presidencial para no perder los favores de los que deciden los destinos en los altos mando.
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Para muchos hombres honrados, el haber ingresado a las Fuerzas Armadas se les llegó a convertir en un dilema terrible, porque en buscando servirle a la patria, procurando emular las grandezas del Libertador y de los próceres que nos dieron patria y libertad, lo que encontraban era un árido camino de muerte y de obstáculos horribles para hacer realidad los mandatos de su juramento. Hombres honrados que al pedir el retiro, al pasar a la vida civil, luego de solicitar la baja acabaron suicidándose o encontraron la locura, o se echaron a buscar una vida azarosa y peligrosa que no les permitía pensar en el horrible fracaso y en la frustración de sus vidas. La noria brutal de estos seres que ya nunca podrían ser los mismos, jóvenes truncados, destrozados, mientras que los condiscípulos que estaban por debajo de sus anhelos y capacidades seguían en la senda del preclaro ascenso, hacia los soles, las estrellas y los galones de más altos rangos. Había pues, una carga que escocía las almas de las nuevas generaciones que se estaban formando en las Fuerzas Armadas. Son aquellos años en que se le da un tiro en la boca al abogado y coronel Juan Luis Ibarra Riverol. Es cuando se persigue con saña al Comandante Luis Alfonzo Godoy, luego con todo el lío de las vinculaciones de los perros de la guerra con Pedro Lovera, Gardenía Martínez y Orlando García. Pedro Lovera estaba relacionado con el almirante Iván Carratú Molina en el escandaloso caso del Proyecto Turpial. El Almirante Carratú Molina fue a parar a la cárcel por este affaire, y era Jefe de la Casa Militar del presidente Pérez.
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Todos estos hechos corren parejos con los eventos de la conspiración que se está preparando, porque hay que tener en cuenta que el 4-F es un desencadenamiento acelerado y no organizado de una rebelión que estaba pautada para otra fecha y que tiene que adelantarse por una delación. En el pasado se habían dado otros intentos de rebelión militar de carácter revolucionario, porque siempre se discutió en el seno de las Fuerzas Armadas el papel de los militares en la democracia, cuando ellos venían siendo usados para masacrar al pueblo, para servir de escudos protectores de las transnacionales, para hacer un papel totalmente opuesto al carácter liberador, soberano y nacionalista al servicio del pueblo, aquel que le imprimieron nuestros próceres.
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Un proceso de conciencia dentro de las Fuerzas Armadas, pero que va a la vez teniendo su correlación de lucha con el pueblo (PUEBLO Y FUERZAS ARMADAS) y que tendrá su desenlace el 4 de febrero de 1992, hoy hace 31 años. El vuelco fue grandioso en el país, una decisión que nos ha conducido a una guerra directa con los imperios gringos y de la Unión Europea, los eternos colonizadores del planeta. Una guerra que se encuentra en plena efervescencia en este momento, en la que hemos dado pruebas al nivel de las gestas libertadoras en nuestro continente entre 1812 y 1825. ¡Definitivamente no podemos optar entre morir o vencer, necesario es vencer!