¿Cuál es el rol de los Intelectuales en un proceso de cambios como el que experimenta la sociedad venezolana actualmente?
La respuesta a esta interrogante se encuentra en el centro de un campo minado de conchas de mango, al mejor estilo de los exámenes que tanto gustan al profesor mediocre.
Habría que empezar por revisar, más que el significado del término, la convención tácitamente aceptada y que sigue siendo a duras penas la modelada por pensadores de la década del sesenta. En el fondo, sin intención de negar sus aportes, el intelectual suramericano ha estado tradicionalmente supeditado y sumiso a la relación de dominación ejercida por los centros de poder que originan nuestra dependencia, portador incluso de sus valores más medulares, tal como se refleja en la profunda admiración que aún hoy profesamos por la cultura occidental colonizadora representada en la figura del mundo globalizado. Aceptamos por costumbre que el Imperialismo tiene en sus entrañas los centros mundiales del conocimiento y aspiramos “instruirnos” en ellos, ¿como no terminar entonces admirando a nuestro secuestrador?
Imposible negar las nutridas propuestas vanguardistas de interesantes movimientos locales que terminaron sepultadas o lo que es peor, asimiladas por el capitalismo unipolar hasta convertirles en consumibles comerciales. Nos ha quedado la cultura del museo, el diseño, la moda, el buen gusto y los buenos libros, en fin, conocimiento y talento creador derivados en “Glamour” al servicio de elites excluyentes. De esa primera matriz surgieron sucesivas nuevas generaciones de “intelectuales”, inevitablemente con comillas, portadoras de la complaciente mediocridad que cercena nuevas propuestas para finalmente apoltronarse entre las carátulas de libros que ni siquiera leen.
En general, poco pueden aportar a la dinámica social cuando ven sus intereses de clase amenazados por la posibilidad de incluir a las grandes mayorías en su reservado dominio Patricio.
Plebeyos y pragmáticos no pretendemos definir el rol del intelectual de los nuevos tiempos, Dios nos libre. Pero tampoco podemos atribuir tal condición a quienes abrazan la derecha reaccionaria del capitalismo salvaje que destruye el planeta y somete a la humanidad entera al servicio de la plusvalía; sería un contrasentido.
Quizá podamos encontrar una intelectualidad digna cuando asumamos la fusión que conforma nuestra propia identidad y logremos deshacer en nuestro interior las claves de la dominación del blanco sobre el aborigen y el negro. Un verdadero caballo de Troya, tan lejos de aquí y tan adentro de nosotros al mismo tiempo.
Entre tanto, la revolución bolivariana avanza a fuerza de mística y voluntad mientras espera por el nacimiento de un nuevo intelectual que alumbre el camino del hombre nuevo, podríamos empezar por abrir un amplio debate al respecto.
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