Se prendió el debate

Economía política y políticas económicas del gobierno (IV)

El debate actual sobre los salarios y, en general, la política económica del gobierno, se ha encendido en el contexto del auge de las movilizaciones de maestros, pensionados, trabajadores de la salud y servicios como la electricidad, además del movimiento obrero de Guayana. Han saltado las acusaciones. El gobierno señala a los trabajadores en movimiento de "hacerle el juego al imperialismo", y hasta ha acusado al PCV de ser un atajo de "agentes de la CIA". Se han descalificado destacados escritores. Se ha amenazado por televisión a dirigentes políticos solo por expresar sus opiniones en un foro. Se han detenido dirigentes sindicales y políticos. En fin, la discusión, más allá de exigir investigación y reflexión, ha tenido repercusiones bulliciosamente políticas.

En esta serie de artículos he intentado esbozar un panorama general del contexto de ese debate. He establecido, en primer lugar, que cada revolución es excepcional; que no hay ningún manual de instrucciones para construir el socialismo, por lo que es difícil fijarle la etiqueta de "revolucionario" a alguna propuesta; aunque sí se puede caracterizar, sobre la base de un análisis histórico, el carácter que ha adquirido la política económica del gobierno durante las cuatro etapas del período chavista, los últimos 22 años. He descrito las características del keynesianismo genérico que ha adoptado la izquierda latinoamericana, como refugio teórico frente a la hegemonía neoliberal y el fracaso del "marxismo leninismo realmente existente" desde las décadas de los 80 y 90. Pues bien: el chavismo, como serie de gobiernos, ha ido, de un keynesianismo genérico, a un neoliberalismo pragmático, fragmentario, no doctrinario, aplicado para tratar de salir de los apuros a que condujo el agotamiento de unas estructuras que no se transformaron en la supuesta "revolución".

En el artículo anterior, numerado como el tercero de la serie, he reconstruido las cuatro etapas del período histórico del chavismo, tomando para Chávez las características de "rey de la baraja" que Herrera Luque ha atribuido a Páez, Guzmán Blanco, Gómez y Betancourt, como símbolos de fases de nuestra historia desde 1830. De esa historia, muy resumida como es propio de unos artículos de opinión, puede salir un balance del chavismo, como ya lo han hecho varios estudiosos.

¿CUÁL ES EL PLAN?

Hasta ahora, los voceros oficiales no han explicado claramente, francamente, cuál es su plan, aparte de que priva la falta de transparencia y hasta la censura de datos importantes desde hace años. Aparte de las declaraciones grandilocuentes y obviamente demagógicas de Maduro, ningún vocero ha respondido convincentemente a la caracterización de neoliberal del conjunto de medidas que se vienen decidiendo desde 2018. Sí se ha dicho que se busca reducir el déficit fiscal (Maduro hasta habló de déficit cero), controlar la devaluación y abatir la inflación. Desde 2013, se insiste en el pago de la deuda externa.

William Serafino, desde la plataforma "Misión Verdad", ha intentado defender esas medidas con dos argumentos claves. Una, que son medidas puntuales, para resolver ciertos problemas; o sea, que no constituyen un "paquete", ya que, además, le reservan al Estado un gran poder, en contraste con la insistencia neoliberal de retirar a este de la economía. El segundo alegato es que, si Maduro fuera neoliberal, no se explica por qué Estados Unidos quiere derrocarlo. Se ven las falacias claramente. Primero, se evidencia que las medidas no son sistemáticas, sino fragmentarias; pero esto significa que pudieran no ser coherentes, lo cual es negado por los voceros, especialmente Jesús Farías, que funge de gran asesor de esta línea, aunque sepamos que son otros los verdaderos consejeros. Farías ha llegado incluso a comparar las medidas del gobierno con la NEP de Lenin en la URSS, lo cual es contraproducente si, por otra parte, afirman que desean promover la inversión privada y/o extranjera. Con solo saber que después de la NEP vino la colectivización forzada en la URSS, se entenderá la imprudencia de Faría.

Además, el neoliberalismo "realmente existente" nunca se ha opuesto a que el Estado tenga poder. Más bien, le exige que resuelva los problemas en que se mete el gran capital por las consecuencias de la desregulación. Ejemplo de ello, fue la ayuda millardiana del Estado norteamericano (y europeos) a los bancos en quiebra en 2008.

Respecto a la pregunta efectista de Serafino (¿por qué, si Maduro es neoliberal, EEUU conspira en contra suyo?), habría que entender que las razones para el deseo norteamericano de desplazar a Maduro puede que sean principalmente políticas, un problema de falta de confianza política y subordinación, no solo porque Washington apoya a la oposición, obviamente atenta los "consejos" norteamericanos; sino también porque observa con preocupación la inclinación de Maduro hacia Rusia y China, sus rivales geopolíticos mundiales. Por otra parte, después del extremismo de Trump y su correspondencia con el inmediatismo vanguardista de la oposición venezolana, la actual administración Biden viene aplicando el pragmatismo (que es auténticamente norteamericano, de paso) hacia Venezuela, buscando resolver, no solo la posible escasez de crudo por las sanciones a Rusia, sino el pago en especie de las deudas contraídas, a cambio de jugosos contratos petroleros y mineros. De allí, la efectividad de los contactos entre el gobierno norteamericano y el venezolano, aparte de los acuerdos con varias transnacionales. Durante todo el mandato de Chávez, habría que recordar, fue este pragmatismo el que rigió la política estadounidense hacia Venezuela.

De modo que falta una explicación oficial y coherente, del conjunto de medidas, tanto económicas como políticas, que, evidentemente, no marchan hacia el prometido "socialismo"; sino a una versión salvaje del capitalismo. Pensamos que la coherencia de ese comportamiento se evidencia inductivamente de sus resultados y sus justificaciones parciales. La "paz" busca estabilidad de cualquier forma, incluso acabando con la Constitución. El estímulo al capital extranjero se logra abaratando, al nivel de supervivencia, a la fuerza de trabajo venezolana. Es en un marco, que prefigura una especie de proyecto a mediano plazo, está incluida la política salarial. Es evidente que la actual no es ni siquiera keynesiana, quiero decir: no apunta a reactivar la producción nacional con un incremento de la demanda interna, a través de los salarios. La explicación es netamente monetarista: más salarios implica mayor gasto público, déficit fiscal e incremento de la masa monetaria, lo cual causa más inflación. Algunas decisiones confirman esta orientación. El encaje bancario, que inhibe el crédito incluso al "sector productivo", van en este sentido de reducir circulante con fines anti-inflacionario. La cuestión es que, aun después de aplicadas esas decisiones, la inflación está retomando su ritmo infernal.

No estoy de acuerdo con explicaciones monofactoriales como la "guerra económica" (una página web, por sí sola, no pudo haber causado tal desbarajuste cambiario) o las sanciones norteamericanas (que sí han golpeado lo que ya estaba muy débil), porque no toman en cuenta la pluralidad de factores que ha llevado a la economía nacional al presente estado. La historia del período chavista que intenté reconstruir y resumir, muestran un amplio panorama de determinantes: otorgamiento discrecional de divisas al sector importador; falta de coherencia en el ahorro nacional; crecimiento de las importaciones sin proteger producción nacional; estatizaciones sin planificación posterior y gestiones burocratizadas, ineficientes y hasta corruptas en ocasiones; endeudamiento descontrolado; inercia en momentos (2013-2018) en que medidas como el levantamiento del control de cambio y el aumento del precio de la gasolina habrían podido ser adecuadas, como recomendaron asesores tan respetados como Alí Rodríguez en el año 2014, y, sobre todo, la mentalidad rentista de la dirigencia que sostuvieron un "socialismo rentista" (concepto-frase de Jorge Giordani cuando todavía era ministro de Planificación) que solo podía sostener algunas medidas de pago de "deuda social" mientras durara el chorro de petrodólares, sin política de CYT e industrializadora coherente. Pasearse por esta historia, implica descubrir las líneas de continuidad y discontinuidades reales entre el idealizado líder revolucionario Chávez y el pragmático, gordísimo y superhéroe de comiquita Maduro.

La gran pregunta que surge es si el "proceso bolivariano", como algunos prefieren llamarlo, tal vez para quitarle un poco el sesgo personalista del cognomento de "chavista", constituyó una revolución. Se trata de una pregunta que no admite una respuesta binaria: sí o no; precisamente por la premisa de la cual partimos antes: no hay recetas para hacer una revolución o el socialismo.

Lo que sí puede establecerse con seguridad es que no se superó en esos 22 años, nuestra condición de petrolero, nuestra dependencia de un solo producto de exportación. No se diversificó la economía. No se logró la soberanía alimentaria. La deuda externa se incrementó hasta niveles nunca vistos, a pesar de los períodos de gran bonanza petrolera, con unos chorros de dólares que no previeron, mediante instancias de ahorro (los diversos fondos se vaciaron en obras que no se terminaron; sospechosas de botines de la corrupción), los impactos que podrían tener las medidas de un imperialismo que, desde siempre, se había acusado de agresivo y dispuesto a atacar "el proceso". Las sanciones norteamericanas, más bien tardías (sobre todo desde 2018, aunque ya Obama en 2015 había decretado que Venezuela era una "amenaza" para la seguridad estadounidense), impactaron en nuestra economía, sin que esta hubiera cambiado estructuralmente. Seguía y sigue siendo dependiente, tal y como se había analizado desde las décadas de los sesenta y los setenta. Más bien, el criterio de aumentar las importaciones y beneficiar a los importadores, sin una política de industrialización de conjunto, fortaleció un esquema de consumo moldeado por EEUU.

Por eso, y por otras razones, no se superó el capitalismo rentista, como la definió Asdrúbal Batista. Pareciera que ni siquiera se lo plantearon, a juzgar por los objetivos en el papel de aumentar la producción hasta los seis millones de barrilles (meta que, obviamente, no se alcanzó por la ineptitud de las directivas de PDVSA), aunque la frase "pos-rentista" aparece de vez en cuando en la boca de los presidentes (Chávez y Maduro). Se aplicaron políticas de corte keynesiano, de inmenso gasto público, que llegaron incluso al extremo de reventar la autonomía institucional del Banco Central de Venezuela. Pero, además, asistimos a un proceso de apropiación delictiva de la renta, después del aniquilamiento de los mecanismos anteriores de reparto de la misma, que incluía la participación de sectores de la burguesía y varias instituciones. Todo ello, al tiempo que se suspendieron las normas constitucionales de organización del Estado. Surgieron y crecieron nuevos grupos financieros, sospechosos de haber incrementado su poder mediante viejas prácticas de la corrupción.

Hace unos años, escribía que hay varios niveles de cambio en los procesos que se anuncian como innovadores o transformadores. Un primer nivel, el de "quítate tú, para ponerme yo", un cambio del elenco dominante, sin tocar las estructuras políticas y sociales de manera significativa. Un segundo nivel, en el cual sí se trastocan las instituciones. En esto, la dirección chavista sí ha hecho muchas cosas: cambio de la Constitución Nacional en 1999, subordinación del Poder Judicial al Ejecutivo en 2015, suspensión del Poder Legislativo con la Constituyente de 2017, Ley "Constitucional" Antibloqueo de 2020 que permite al presidente "desaplicar" leyes, incluso las orgánicas, lo cual constituye, de hecho, una situación de excepción y suspensión de la Constitución. Pero todos estos cambios institucionales tienden a concentrar el poder en el Presidente y abolir el esquema republicano democrático, con el fin evidente de facilitar la aplicación de las medidas de ajuste económico de inspiración neoliberal: privatización de empresas estatizadas, dolarización, estímulo a capitales extranjeros, Zonas Económicas Especiales, etc. De modo que, en este nivel, tampoco se puede hablar de revolución.

Mucho menos puede hablarse de revolución, en un sentido general, en lo que se refiere a las estructuras económicas. La política salarial es claramente regresiva. Se ha apartado, incluso, el keynesianismo genérico de anteriores etapas del proceso histórico. Ya no se cree que un aumento de la demanda agregada interna pueda estimular la producción, sino, al contrario, se tranca el serrucho de las demandas salariales por "razones macroeconómicas" relacionadas con la inflación que, a pesar de las medidas tomadas (aumento de encaje bancario, negación al aumento del gasto público, estímulo al capital privado, etc.), no cesa de incrementarse, apareciendo de nuevo la amenaza de una nueva hiperinflación. Las estructuras del capitalismo dependiente y rentista se han reforzado.

DE modo que, al final, después de todas estas explicaciones, sí se puede contestar con un NO rotundo a la pregunta de si ha habido una revolución en este país, a la luz de sus políticas económicas y demás.



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Jesús Puerta


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