El capital no tiene rostro

En la sociedad de consumo lo que se produce es consumo: cuantos más regalos hagamos, mejor cumpliremos nuestra obligación; lo importante es comprar, da lo mismo para qué y para quién. El capital no tiene rostro. Dios ha muerto y el capital es su cadáver (un cuerpo sin rostro). Si el capital no tiene rostro, tampoco tú y yo tenemos rostro: cuando te hago un regalo, más que obligarte hacia mí, cumplo mi obligación con la sociedad, y a lo que te obligo a ti es a cumplir a tu vez tu obligación, haciendo regalos a mí o a otros.

Jesús Ibáñez, 1981

Las ciudades hoy están cercadas de una realidad atosigante. El paseo libre, la conversación disfrutada, el juego entre churumbeles, el estar juntos sosegadamente con colegas de trabajo -si los hubiere-, el silencio libre de humo y contaminación parecen hoy imposibles.

A la vista está, sociedad de alto consumo-producción, todo tematizado, expuesto y a la venta. La tragedia es que en esto, decir todo es todo. El dogma del crecimiento lo exige. No hay límite en el régimen del goce de mercancía y de la servidumbre. El tiempo, el espacio, el cuidado, el ocio, la información, el cuerpo en su materia y representación, la atención, el deseo, el descanso, las capacidades, la comunicación. Todo a la venta. Todo acumulable. Bajo este nuevo espíritu del supermercado no importa quién eres, importa lo que consumes o representas.

Los pueblos, las escuelas, los hospitales, las plazas, los cuerpos, el pensamiento, las miradas, los ríos, la tierra, las costas… todo a la venta. La tríada gestión-marketing-publicidad gobierna el día a día; salud, vida social, política, educación, alimentación, sexualidad, cultura, trabajo, emociones, vacaciones. Una vida administrada y controlada por este tridente y sus múltiples dispositivos.

El crimen del capitalismo no deja de expandirse, sin embargo no es del todo perfecto como nos recordaba en su día Baudrillard. El malestar cultural y las desigualdades se agrandan, el colapso se perfila más que nunca en el paisaje, la tiranía neoliberal erosiona permanentemente los vínculos sociales y humanos. Caído el Welfare (Bienestar) se exaltan las tecnologías del yo, la competencia frente a la fraternidad e interdependencia humana, el sálvese quien pueda en formato de autoayuda, resiliencia, emprendimiento o el sé tu mismo , toda una gramática individualista sin horizonte común alguno. El mundo de vida social se des-hace a la vez que se corporeiza la precariedad y los problemas se individualizan en un yo patológicamente psicologizado.

Regalar espacios, tiempos de libertad y juego es empezar a crear vínculos con semejantes; participando, apoyándonos, trabajando juntos en soluciones comunes. Regalar espacios de libertad y juego es desmontar los mitos de la libertad y la autonomía de esta civilización neo-liberal, romper la regla del miedo al otro para atreverse a escuchar, saberse vulnerable, depender y a que dependan de nosotros. Al fin y al cabo son las redes sociales reales, con su tiempo y espacio limitado, sus interdependencias, sensibilidades, necesidades, afectos y apoyos las que nos hacen tener una vida mejor. Piel con piel. Cuidar y ayudar tomando partido es una virtud arrinconada por el mantra del capital humano, que bien merece ser señalada como una tradición femenina que ha de ponerse en valor ante todo. Por eso, nada mejor que atreverse a regalar simple vida, desurbanizando los automatismos del día a día, abriendo espacios de libertad, juego y relación para impedir que el mundo de vida social se deshaga.

 



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Antonio J. Rodríguez L.


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