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La gran TERESA DE LA PARRA, confiesa que ella hubiera PREFERIDO para BOLIVAR otro destino; que en lugar de tener que la guerra, los trajines espantosos por los que se pasó por darnos patria, verlo casado felizmente con María Teresa del Toro viviendo en una de sus haciendas, con hijos, en paz, disfrutando de un sólido matrimonio hasta la vejez… Claro, de haberse cumplido ese sueño de Teresa de la Parra, nosotros, la América toda, se habría quedado sin independencia. No sabemos qué pensar, si fue que vino una mano milagrosa (aunque trágica) y se llevó a doña María Teresa del Toro y Alaysa y, bueno, nos salvamos en América del poder de los godos, por lo menos con un siglo de anticipación.
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Las mujeres suelen cambiar el destino de los hombres para bien o para mal. Bolívar juró no volver a casarse jamás, y entonces para él todas las mujeres que fue teniendo, resultaban un descanso en medio del maremagno de su tormentosa y sublime existencia, incluso la última, Manuela Sáenz.
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Cuando Sucre encontró su doncella, le solicitó permiso al Libertador para hacerla su esposa. Le escribió una impresionante carta en la que le decía, que si él, Bolívar, lo tenía para otras miras o servicios, lo requería para seguir defendiendo la patria, el aplazaría o desistiría de tal proyecto. Insólito, jamás visto ni en los hombres más santos, puros y nobles… ¡Sucre no era de este mundo! Bolívar no supo qué contestarle, conmovido por tan extraordinario cariño y desprendimiento, por ese profundo afecto hacia la causa de la libertad, además de sentirse agradecido por su lealtad hacia su persona: amigo sin par, compatriota para quien la patria era lo primero en todo. Con razón, cuando matan a Sucre, Bolívar prorrumpe con desgarrador dolor: "-La bala que mató a Sucre mató a Colombia y acabó con mi vida".
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Vamos a ver ahora el papel de la primera mujer que tuvo Francisco de Paula Santander, que a la vez en el pasado también había conquistado el corazón de Bolívar. En los primeros años, Santander trataba de imitar en todo a Bolívar, seguir su ejemplo en sus placeres y pareceres, y hasta admirar y conocer a las mujeres que amaba. Por mis investigaciones puedo asegurar que doña Manuela (Manuela Jacoba Arias) de Ibáñez y su hija Nicolasa fueron amantes del Libertador, incluso, Nicolasa siguió siendo su amante cuando ella ya estaba casada con don Antonio José Caro (poeta). Ellas vivían en Ocaña, y cada vez que Bolívar en sus andanzas pasaba por allí, recalaba en casa de esta encantadora familia, las Ibáñez. Ellas conservaron durante muchos años un baúl con pertenencias del Libertador.
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Poco después del torbellino que creara el triunfo de la Batalla de Boyacá (1819), se presenta en Bogotá, doña Nicolasa Ibáñez, quien hacía menos de un año había concebido a su tercer hijo, Diego. Su esposo don Antonio José Caro, andaba a salto de matas, huyendo por ser realista, y cogió las de Villadiego junto con las desperdigadas hordas del virrey Sámano. Así que, en cierto modo, la bella Nicolasa sentíase libre, y partió a la capital para celebrar en grande la liberación de la Nueva Granada. Lo que más quería era encontrarse con Bolívar, y solía decir sin muchos tapujos: "Nadie ama como yo a Bolívar". Esto lo espetaba sin desparpajo en todas las reuniones en que era recibida. Se presentaba en los bailes, en las plazas y mercados, plena de felicidad, de augusta gloria, porque al fin la esclavitud de los godos había terminado.
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A doña Nicolasa se la ve muy bien trajeada en la iglesia Catedral, y también en el cabildo, despampanante, atractiva, elocuente. Llegaría luego a declararse, siguiendo la moda, "liberal". A los pocos días se le unirían en la capital, su madre, doña Manuela, con su otra hermana, la menor, la impresionante Bernardina, todo un fenómeno, pues, de gracia, encanto y elocuente hermosura. (En Colombia hicieron una telenovela sobre Las Ibáñez que no llegué a ver, vaya Dios a Saber lo que inventarían).
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Doña Manuela era tan hermosa, tan atractiva, como sus dos hijas, Nicolasa y Bernardina. Como Bolívar, desde hacía años, venía sintiéndose deslumbrado tanto por doña Manuela como por su hija Nicolasa, en la época en que Bernardina era solo una niña, ahora, sorpresivamente aquella nena que conoció entre 1814 y 1815 se presenta transformada en un portento de admirable ensueño. Bolívar se siente sacudido por aquella muchacha en lo más esplendoroso de su exquisito fuego, y también cae prendado ante ella. ¡Si no fuera por la guerra! ¿Entre Marte y Eros, a quién rendirle culto? Bernardina ha destronado en buena lid, a su madre y a su hermana Nicolasa, y no hay ninguna duda que Bolívar la llega cortejar, ella aún muy tierna. ¡Cómo habría deseado recibirla como el mayor trofeo o recompensa sublime por su inmarcesible gloria! A la vez, hay batallones de altos oficiales que también la pretenden, la rondan, la solicitan, entre ellos el coronel venezolano Ambrosio Plaza. Pero existe otra amada que lo espera en los campos de batalla: ¡LA GLORIA!
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Pese a la sublime belleza de Bernardina, aun así, no sabe el Libertador a quien elegir de las tres. A veces se decide por doña Manuela, luego por Nicolasa, y cuando ve a Bernardina penetra en un desconcierto absoluto y total. Por quién decidirse, ¿si por la cordura o la experiencia?, ¿si por la madurez o el supremo encanto de la inocencia? ¿Si por la que no exijan los compromisos de un hogar?; ¿o lo que no plantee conflictos, ni preguntas ni exigencias, ni produzca remordimientos?
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No fue decepcionante para Bolívar cuando se enteró que Bernardina se había comprometido con el galante coronel venezolano Ambrosio Plaza. ¡No! En parte, le quitaba al Libertador un gran peso de encima y se felicitó por el amor entre aquellos dos jóvenes consortes. Él se iría a la guerra a encontrar la suya, LA GLORIA. Se iría a la batalla de Carabobo con Ambrosio Plaza, y en el camino ambos irían hablando de los sublimes encantos, de la manera más poética y dulce de la preciosa Bernardina.
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En Carabobo muere Ambrosio Plaza…, lástima.
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Había Dios hecho a Nicolasa para el placer, y Francisco de Paula Santander así acaba por entenderlo, sobre todo a través del modo como el Libertador supo llevar con ella su relación, aun siendo casada. Ahora, él como Vicepresidente de la República, convertido en el personaje de más alto vuelo entre todos los neogranadinos, en el más admirado y querido por el Libertador, siente que puede llegar al corazón de doña Nicolasa. A Santander, en sus cálculos políticos, no le interesa para nada Bernardina porque ésta lo puede conducir al matrimonio y él todavía guarda la esperanza de casarse con la hija de don Leopoldo Zea, la tierna Philipine, que puede llegar a ser condesa. Los amores de Santander con Nicolasa los dejaré para otra entrega…