El corrosivo hermano Rubén…

  1. En penetrando el manso susurro del viento, allí en aquel esplendoroso hotel, me puse a soñar como Santos Luzardo (en "Doña Bárbara"), cuando en su imaginación recreaba los trenes de la Venezuela del futuro, surcando las sabanas del Apure. Expresé en voz alta a mi amigo Rubén, El Resentido: "- Calcula tú, cuando esto sea tomado por esos miles de turistas rusos, chinos, turcos, iraníes que están por llegar, paseando por estos patios y corredores, echados como ranas plataneras en la piscina, luego recorriendo los jardines para después disfrutar de las espectaculares vistas que se aprecian desde el restaurante".

  2. Mi amigo, El Bilioso Rubén, me espetó: "- ¡Tú si eres pendejo, mil veces pendejo que eres, Sant Roz! Deja de soñar, deja de ponerte romántico imaginándote pajarracos preñados... ¿Cuándo carajo vas a dejar de mear fuera del perol? Abre los ojos". Rubén de verdad es escabroso, a veces insoportable.

  3. "No seas tan negativo. Tú sólo ves la verdad fácil, tienes que reconocer que nos las han puesto bien peludas, pero que ahí vamos, remontando la cuesta, casi llegamos…", le respondí, mirando aquellas maravillosas instalaciones (de una cadena hotelera fundada por un connotado general del siglo de las luces fundidas) ciertamente en poco tiempo debían ser tomadas por oleadas de turistas extranjeros.

  4. Rubén, El Corroído o Corrosivo, volvió a insistir: "-El que vive de ilusiones lo velan con cebo de mono. Ahí está tu Santos Luzardo, suspirando por el progreso y sus trenes que no llegaron al Apure en un siglo, ni llegarán tampoco en este siglo, anótalo. ¿Tú crees que la bulla nos favorece en algo?, ¿tú crees eso, que la bulla ayuda? No me jodas… ".

  5. Lo primero que hicimos al llegar fue dirigirnos a la Recepción para llamar a unos amigos recién llegados de Caracas, pero este hotel no tiene teléfonos. Aquella ensoñación primera, que me atrapó contemplando entre otros delirios, El Pico Bolívar, habría de durar poco, una vez que nos internamos en una sombría y desolada fuente de soda, que creímos apenas entrar, que estaba clausurada. Llegaban noticias como esta: "-En el actual Festival de Cine que se realiza en Mérida, le dieron un premio como destacado actor a Franklin Virguez. Premiaron también una película que enaltecía la lucha de los guarimberos, hecha en Miami. Este evento del cine venezolano patrocinado y financiado en gran parte por el gobierno bolivariano, en la que también ha metido su cuchara, haciéndose presente en los eventos, la hermana de Leopoldo López, Diana López, supuestamente artista y gestora cultural."

  6. Así y todo en el barullo de las escandalosas noticias, nos metimos en la fuente de soda, ocupando un puesto en un desolado ambiente, bueno, si no era allí de seguro sobrarían otros sitios donde ubicarnos para el recreo y el esparcimiento, en éste, como digo, espléndido hotel. Al parecer como que estábamos equivocados, esa fuente de soda era la única de momento abierta al público. Bueno, allí nos quedaríamos para tomarnos un café y conversar un poco. A poco de entrar, nos abofetearon unos estridentes ruidos, desde el fondo unos perforadores de tímpanos, contrariando de lleno, la placidez mañanera: estaban tronando unos altoparlantes con reguetones sádico-burlescos: "Si me las pones… ni que fuera chueco…". Luego aparecieron en tropel jóvenes que desorientados como los vimos, no sabíamos si realmente trabajaban en el lugar o también lo estaban visitando como nosotros. Nos miraron cordialmente, preguntaron qué queríamos. Mi amigo pidió una soda pero no había, entonces pidió jugo de lechosa y le dijeron que tampoco. ¿Té?, mucho menos. El grupo de jóvenes vestían impecables uniformes azules, muy simpáticos y atentos, indudablemente que debían ser estudiantes o pasantes de alguna universidad. Pedimos finalmente café y una torta, pero que la torta nos la trajeran troceada para compartirla con otros dos amigos más que se nos habían unido. Los uniformados y simpáticos muchachos salieron en volandas con las órdenes.

  7. Así fue, los jóvenes desaparecieron por unas escaleras que daban a otras múltiples salas, quizá para buscar el café. Luego vimos que trajeron una cafetera portátil que colocaron en el negocio. A la media hora oímos las tintineantes tazas, lástima, el café llegó frío, y el amargado de Rubén lanzó la puntillita: "- Debe ser de ayer, pero no importa", añadieron que esperáramos un ratito que iban a buscar azúcar. A los diez minutos volvieron otras chicas pero si el azúcar, creo, que las mismas dos niñas preciosas, encantadoras que habíamos visto al principio. Para dorar la píldora dije: "-Bueno como vendrá una torta, para qué azúcar". En efecto, sirvieron la torta en el centro de la mesa, troceada (prácticamente pulverizada) en un minúsculo plato y algunas minucias se desparramaron por el mantel. Las bellas chicas sólo nos trajeron tres cucharillas, y éramos cuatro. Pero bueno, ya hasta nos daba pena seguir molestando…

  8. Las moscas en los andes no respetan el frío, y comenzaron a rondar felices por el plato y se hacía difícil espantarlas, y en tratando de trocear la torta, la desperdigamos aún más llegando a "embarrarnos" las manos. Fuimos a pedir servilletas pero dos de las diligentes jóvenes se excusaron, con modales muy finos, diciéndonos que las iban a buscar en el restaurante anexo. Desaparecieron chicas y mesoneros, y durante media hora nos quedamos en un limbo mirando el techo, las opacas luces, los ventanales y el cuadro del viejo y famoso marinero, barbado, a mi lado, con su pipa en la boca. Cuando al final volvieron las muchachas y los chamos, les pedimos agua. Se quedaron como sorprendidos y respondieron "-Sí, como no". Nos trajeron agua que evidentemente (dijo Rubén) "es del chorro", pero eso sí, en unas copas de vidrio (no cristal). Rubén, el cínico, remataba: "A falta de agua filtrada, habrá que conformarse con la finura de las copas en que vienen… Qué detallito, hermano".

  9. No habíamos hablado de nosotros que era lo correcto y por lo que nos habíamos reunido, pendientes de la atención o inatención de la mesa. Para llenar los vacíos, pedí permiso para ir a orinar y escuché a lo lejos que Rubén me decía: ¡CUIDADO! Pues, en el baño me topé con charcales en el piso, y luego con las pocetas rebosantes de excrementos. Tampoco había agua en los grifos.

  10. Le tocó el turno de miccionar a Rubén, e interiormente me hice la señal de la cruz. Hubo entretanto silencio en la mesa. Me puse a escarbar entre las migajas de la torta casi fenecida. Escuché luego su voz pausada y serena: "- Verdaderamente que no todo está en ruinas como muchos piensan, mientras tengamos ilusiones y esperanzas, conciencia de dónde venimos y de todo lo que hay que cambiar, sin dejar de lado que hay algo que nos tensa como unas bridas del pasado, ¿será, como dijo El Libertador, que al arrancarnos las cadenas de trescientos años nos desgarramos, quedando todos un poco mutilados?". Sí, creo que tenemos llenas de laceraciones el corazón, el alma…. Y dejamos aquel lugar.

  11. Al salir de la fuente de soda, nos enteramos que hubo una preciosa nevada en Mérida, que el sol apenas si se había asomado levemente al mediodía para dar paso a la descollante blancura de la nieve. Le volví a decir a Rubén: "-Me gusta que estés entendiendo mejor nuestra situación. No seamos pesimistas, vale, cuando lleguen esas oleadas de turistas tú vas a ver cómo la organización y atención en estos hoteles adquirirán un nivel de primera categoría". Me respondió Rubén enfurecido: "-Pero hermano, ¿qué ves tú que yo veo? No hay espíritu para nada, a nadie le importa si se cumple o no con sus responsabilidades".

  12. Mérida es una de las ciudades más hermosas del mundo por su clima, su naturaleza, asentada en un impresionante valle en el que por todos lados uno se topa con encantadores vergeles, montañas reverdecidas todo el año y fragosos ríos, además de gente encantadora, parques, cientos de mercados en cada esquina con flores y productos frescos recién traídos del páramo, del sector da la Panamericana, de los Pueblos del Sur. Cómo disfrutarían aquí, los turistas rusos, chinos, turcos, iraníes, le volví a insistir a Rubén…

  13. No entiendo, cómo a alguien de estas bellas tierras, se le puede meter la locura de salir a coger para Colombia, España, Francia, Estados Unidos, Perú, Chile, Ecuador si está en el mejor lugar del mundo para vivir. Bueno, las SANCIONES han sido parte de esta loca estampida de muchos que han salido desesperados, a buscar Dorados y Sueños hasta en el infierno de Darién, parte del plan criminal urdido por los gringos y la Unión Europea para desquiciarnos, desintegrarnos para luego ellos venir a salvarnos, y llevarse lo nuestro. Lo de siempre. Una historia que lleva más de cinco siglos. Le digo esto Rubén y me replica que hay otro tipo de SANCIONES las que nos propinamos los venezolanos unos a los otros, aquellas que se aplican desde el gobierno a los que se hartan de ver tanta mierda que por incuria o abandono no funciona. "-Oye Rubén, estás amargado, chico, recupera la sindéresis" y me responde: "-Es que el café sin azúcar me cayó mal, perdóname".

  14. Pues bien, a las 3 de la tarde yo me había arreglado para ir a este hotel, acicalado como no lo hacía desde años. Me metí en el closet, a buscar jamugas de tanto tiempo atrás sin usar. Llevo perdido el hábito de salir y mis indumentarias desde hace años son monos y trajes andrajosos para el trabajo de campo, para salir a caminar o a comprar en los mercadillos para hacer la papa del día a día. Me medí chaquetas que a mi esposa no le parecieron adecuadas para la ocasión, busqué zapatos "decentes", medias que no estuvieran destalonadas, me rasuré y miré al espejo para ver si todavía seguía siendo el mismo (¡cuánto he cambiado, Dios mío!) y salí hacia el distinguido y monumental hotel de la ciudad (de la famosa Ciudad de Los Caballeros) que ya he mencionado, y cerca del cementerio La Inmaculada recogí a Rubén que parecía un espectro salido del purgatorio.

  15. Agrego que esta bella ciudad ha sufrido grandes cambios productos de los golpes externos, y también de la estulticia de muchos impolutos enanos de largas trenzas. Aquí. Pues, me encuentro, en la ciudad con el teleférico más alto del mundo para ver desde esas alturas lo diminuto que somos…, con los más bellos parajes para hacer senderismo, con multitud de posadas y restaurantes, y parques de atracción (temáticos). Con el poético frío de los páramos, propicio para el amor y las más dulces locuras de la juventud. Con bulevares que hace unos siete años llegaron a estar colmados de bullaranga y sabroso fluir de artesanos y pintores que hoy ya no los vemos, que tal vez se dedicaron a ser caleteros, cantantes o verduleros… luego hablaré del doloroso destino que le ha tocado sobrellevar a los artesanos, uno que ha estado consagrado a sus creaciones…

  16. Rubén el amargado se ha ido sin despedirse… Sorry…



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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