¿Oh, y ahora quién podrá defenderme? ¡Superbigote!

¿Acaso es necesario explicar que el superhéroe moderno es un producto industrial del capitalismo que tiene entre sus principales objetivos la exaltación del individualismo como uno de los valores fundamentales de la sociedad explotadora? No, seguramente, pero vale recordarlo cuando uno ve un despropósito como ese personaje deleznable que se llama "Superbigote" (aquí no hablaré de su personalidad no tan secreta, tú-sabes-quién).

El nacimiento de Superman (en Kripton, aunque luego migró a Estados Unidos como un haitiano cualquiera, pero blanco y buenmozo, y no en una balsa, sino en un cohete) generó un enorme éxito y dio pie, hasta el día de hoy, a un sinfín de imitaciones, de las cuales una de las menos conocidas, gracias al cielo, es Superbigote.

En la década de los 60, Stan Lee se hizo famoso, junto a otros de su época, inventando superhéroes humanizados, con problemas comunes de salud, aceptación, sociales, económicos, etc., como Hulk, Thor, Spider Man, Daredevil o X-Men. Vainas de la industria capitalista, que tiene asombrosa capacidad de adaptación a las circunstancias sociales y culturales cambiantes. Pero Superbigote ni se enteró de ese cambio: él es un Superhéroe puro, esencial, que ni Chávez, pues.

Una de las características principales de los superhéroes capitalistas es que no se plantean luchar por modificar de forma importante la miserable vida en la Tierra, dedicándose solo a enfrentar a sus enemigos que nunca son el hambre, las guerras o el cambio climático, sino aquellos que considera sus únicos antagonistas. Para Superman es Lex Luthor, por ejemplo, para Superbigote, el Tío Sam. Si me encontrara a Superbigote por la avenida Baralt (cosa difícil, porque él se la pasa volando), le recordaría que hay otros enemigos a los cuales enfrentar, como los bajos salarios, la inflación, la escasez de agua, los apagones, las fallas del transporte, el canibalismo callejero de una ciudadanía presa de la infame cultura del capital.

No importa cuánto vuele ni tire coñazos, Superbigote no podrá derrotar a sus enemigos por sí solo. Harían falta muchos héroes cotidianos, comunes y corrientes, unidos, esclarecidos, conscientes, responsables, educados, pequeños seres que juntos podrían acaso hacer algo por este mundo deleznable. Pero Superbigote es un fortachón, un grandote atlético, fornido, un tipazo por sí mismo, no necesita de más nadie, es un Superhéroe clásico ¡Con ese ejemplo para nuestros niños sí es verdad que estamos superjodidos! ¡Si hasta un muñeco de Superbigote anda por ahí, qué joder!

Me pregunto dónde estarán los poetas, los trabajadores del pensamiento (me niego a llamarlos "intelectuales", pues el intelecto es una facultad común a todos los humanos), los artistas, los educadores, los comunicadores. Estos sectores unidos y actuando críticamente, serían la kriptonita necesaria para acabar con Superbigote (no hablo de política, hablo de cultura) ¿Dónde están el coraje, la responsabilidad, la conciencia, la honestidad intelectual de estos sectores fundamentales de toda sociedad?

Entretanto, me distraigo creando mi propio superhéroe, mi alter ego. Se llama Supercandado (mi bigote anda acompañado de una barbita que cuelga de mi mentón). Y tiene muchas debilidades, y pocas fortalezas. No se cree capaz de salvar nada ni a nadie. No posee superpoderes. Su único poder, normalito, es una inmortal, imperecedera, tozuda alegría de vivir.



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Néstor Francia


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