¿Quién fue Olopecio (Mahatmo Kripto)?...

  1. Se iniciaba la década de los setenta, cuando los padres de Olopecio, provenientes de uno de esos milenarios pueblos del Mediterráneo, llegaron a Maracaibo. Olopecio, aún sin haber nacido, en su propia gestación, comenzó a preverse que sería una mente brillante. Venía feliz en la mejor de las naves: el vientre pleno de sabidurías de su antiquísima madre (en la secuencia de otros millares de sabias madres). Esta pareja hablaba un idioma muy enrevesado para nosotros los latinos, nada que ver con las lenguas románicas, pero en estas culturas del oriente medio, el arte del comercio de manera natural los dota para una comunicación más allá de las palabras. Así, que al poco tiempo de establecerse en Maracaibo, con ayuda de otros paisanos, lograron montar un chiringuito, en el que exclusivamente vendían toda clase de bolsos, carteras, correas, maletines y morrales, "barato", "barato"... No se le hizo difícil entenderse con la clientela nativa, insistimos, por las nobles artes heredadas de los fenicios: mediante señas, sonrisitas, una extraordinaria capacidad para cordializar, paciencia, palmaditas en los hombros, "tranquilo, tranquilo, que todo se resuelve, pagas otro día…".

  2. Traían los padres de Olopecio, nada menos que en sus venas cinco diez años de experiencia, ¡de paciencia! (remarcamos), trajinando con caravanas y cruzando desiertos, por lo que además el clima de Maracaibo les parecía de maravillas.

  3. A los dos meses de llegar, pues, a la vergataria ciudad de las gaitas, viene al mundo nuestro personaje, un niño regordete y vivaz, mascullando en su lengua las palabras más usadas por sus antepasados en zocos, baratillos y mercados. Sus paisanos le aconsejaron a los recién llegados, que se buscara para la criatura un nombre sencillo, muy común, por lo que fue así cómo ellos, en oyendo una propaganda que sonaba mucho por radio y televisión contra la caída del cabello, y en gustándoles el sonido "alopecia" (evite la alopecia…, luche contra la alopecia…), les pareció genial llamarlo OLOPECIO, aunque, ojo, hubo otro nombre que estuvieron a punto de usar ¡VERGACIÓN! Menos mal que a la final lo descartaron. El resto del nombre se lo completaron sus paisanos, Mahatmo quién sabe por qué y lo de Krypto, a lo mejor por lo de la kryptonita (la plasta mineral) que debilita a Superman).

  4. Aquél niño, desde que nació, era toda una gran sonrisa, de oreja a oreja: encantador, simpático, incluso cuando lloraba no dejaba de sonreír, los padres lo veían ya como un gran NEGOCIANTE. Aquí vale la pena referir que estos hermanos de las benditas tierras de Canaán no deberían meterse en política en nuestros países latinoamericanos, por lo que veremos más tarde. Ninguno de ellos en América Latina ha resultado un buen político, aunque por sus encantadoras cualidades (de vendedores natos) hayan logrado meter sus cabras montunas en altísimos cargos de América Latina. (Por cierto, cuando Acción Democrática fue fundada, un centenar de estos simpáticos hermanos ocuparon decisivos cargos en la dirección de este partido y, lástima…, a la final resultaron todos, un fiasco).

  5. Siendo Maracaibo la cuna donde se cuecen los nombres más raros de este mundo, a nadie le pareció, pues, escandaloso o cursi el nombre Olopecio, y así a este chico, del oriente medio, se acostumbraron a llamarlo con toda naturalidad en la escuela, en el liceo y luego en la universidad, insisto, Olo o… Pecio. A medida que crecía su sonrisa se hacía cada vez más tierna y seductora, combinándole a la perfección con su peculiar manera de ganarse la confianza de los venezolanos. Cuando Olopecio extendía su mano para tratar a alguien, soltaba esa arrobadora sonrisa, que había que decir era su más poderoso gancho (sobre todo para vender retazos, de lo que fuere).

  6. Olopecio se graduó de sociólogo (no sólo a fuerza de sonreír). Después también obtuvo con altas calificaciones la carrera de abogado, tarea que le resultó poco exigente, siendo que eso de las leyes se le daba de manera natural (por su dedicación a los menesteres de toma y daca, "si ese no te gusta, pruébate este…"). Desde que comenzó sus estudios de bachillerato Olopecio, su pasión continúo siendo ir grano de cualquier meollo, siempre con la lógica de la oferta y la demanda, como si estuviese vendiéndole algo a sus compañeros, a crédito, a plazo fijo, "abonas algo como puedas, hermano"…

  7. Ya en el terreno profesional, Olopecio pasó una temporada en un pueblo de la sierra, donde conoció una juventud que provenía de una conmoción de protestas, exigiendo cupo en las universidades, que no dejaba a la vez de ser guasona, vivalapepa, y al mismo tiempo perteneciente a la clase media, disconforme con todo. Eran, pues, especies de rebeldes sin ton ni son pero con mucha guasa. La rebeldía de Olopecio estaba íntimamente relacionada con los tiras y encojes del mercado y eso lo llevaba entre ceja y ceja, eso sí manejándolo con harta serenidad. Tenía razones para andar ocupado siempre, vendiendo sus trapos o bolsos, haciendo cálculos bursátiles (cabe decirlo), sonriendo y extendiendo su mano "invisible" (más allá de toda crisis económica), en tejemanejes, ahora en esta etapa, de partidismos y conflictos sociales. En esos merotrópicos andares le cayeron simpáticos unos inclementes y aburridos protestatarios que andaban en busca de un destino, en busca de una buena guerra a la cual enrolarse.

  8. En ese tiempo cuando ya Olopecio despegaba como profesional en el campo de la política, que para él igual a vender y negociar cachivaches, en Venezuela se presentaban señales de un gran cambio. Corren vientos de lucha, de desafíos, de batallas, y entonces él y sus amigos presienten un ambiente propicio para desplegar sus vivaces talentos, sus audacias y atrevimientos. Olopecio atraído por aquellos aventureros, percibe que debe buscar su propio espacio en esa gran corriente de transformaciones que se están gestando. Y calcula (siempre llevando consigo una calculadora o lectora de destinos, especie de I CHIN portátil)... Despliega así su mejor gancho, su poemática sonrisa, porque él todavía del todo no domina el español para expresarse como un connotado incendiario, por ejemplo. De momento no sabe de política más que la fastidiosa jerga que conoció en los cursos de Derecho Romano, Derecho Constitucional, Civil, Penal o de Argumentación Jurídica. Pero cuenta con el poderoso gancho, insisto, de su (casi apopléjica) sonrisa, de su elegante porte, de su silenciosa y críptica paciencia (cualidades de su raza antiquísima), del mismo modo como seduce, domina y conquista a su clientela (del mercado). Especialmente también comienza a cautivar a un poderoso sector social donde se agitan los buscadores de quincallas. Así es como logra debutar en el meollo de las grandes reuniones supra partidos, con decisiones que día tras días lo van elevando a la cúspide de un poder sin nombre todavía.

  9. Para una preparación política elemental, apoyándose en la web (Wikipedia), se armó con retazos, al boleo, de la historia nacional. Masculló frases de prohombres, hasta que estos se le hicieron familiar para ponerlos sobre el tapete en cualquier discusión, a la vez que memorizó de ellos las ideas o principios más básicos. Ya estaba convertido, en potencia, en un gran líder con proyecciones universales, imprevisibles. Podía hacer de todo, saber de todo, ocupar cualquier cargo al que se le llamase…

  10. Un día, Olopecio va a donde sus padres y les dice que ha decidido entrar de lleno en la lucha por la defensa de los "derechos del pueblo". Que los grandes cambios que se avecinan necesitan de sus servicios, de sus saberes y compromisos. Sus padres le preguntan, que si va a dejar de vender, a lo que responde "-¡Jamás!". Ha encontrado otro tipo de clientela que le reportará muchos más réditos para sí y para todos los suyos, y algo también para la camada de sus amigos…, que él ya tiene listo su plan: emprender el más fastuoso negocio jamás entrevisto por sus paisanos, superior a cualquier mercado de mano peluda o invisible... "- ¿Y con qué cuentas hijo?", y él respondió: "-Con mi estrella", sin saberlo, contaba con su icónica y demoledora sonrisita (casi apopléjica, repito).

  11. Fue así como este joven, con el carisma de su avasalladora sonrisita, logra encabezar una poderosa hueste de empecinados aventureros (aburridos). La verdad era, que todos ellos carecían de ética, de conciencia política, de moral, no obstante, durante dos décadas habrían de imponerse de manera vertiginosa y avasalladora sobre todo el aparataje del Estado. No hubo cargos de elección que él y sus compinches no ganasen arrolladoramente. No hubo altos cargos que no detentasen, todo, todo lo tenían a su alcance, aun cuando se estaba en plena guerra contra el imperio más poderoso de todos los tiempos, aun cuando el pueblo estaba pasando por las estrecheces más espantosas y terribles, ellos duchos en manejar grandes capitales y que… nacieron para eso, acabaron afincando sus garras en los entes financieros y así, emprendiendo los negocios más oscuros y crípticos para… enriquecerse. Extremaron tanto sus poderes y sus agallas, hasta que aquella sonrisa arrebatadora tornóse en mueca diabólica, en esperpéntico e indetenible escándalo… MUNDIAL…

  12. Sí, se vino a descubrir que Olopecio realmente nada sustantivo tenía en sus sesos, era olopécico también de alma, olopécico de materia gris, roja o blanca, de corazón, de toda moral, a la postre sólo tenía una sonrisita linda, que acabó jodiéndonos a todos, de vaina… llevándonos a la perdición y a la ruina más absoluta. Increíble, pero incierto… ¡Por Dios, hermanos del alma, cómo nos ha faltado en política, saber ver qué llevan dentro de sus cocos los fulanos alopécicos del alma! Eso todavía no lo hemos aprendido, fatal, fatalísimo…



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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