"El que no sufre tampoco goza,
como no siente calor el que no siente frío"
Unamuno
Dos señoras en la puerta de un negocio, donde entran y salen compradores, con los pocos productos prácticamente en las manos y para variar en la misma entrada se encuentran dos enfriadores, con las espumosas bien frías, como para retar a cualquier abstemio y no es raro que se equivoquen en la compra. Las mujeres se abanicaban, desesperadas con cartones viejos, que habían agarrado del suelo y apenas las vi, les di el saludo con una expresión para medir el estado de ánimo ¡Ustedes, cómo que tienen calor! No la esperaban en un mediodía, capaz de poner a sufrir a cualquier humano y solamente se necesita andar ido del coco para no dar muestras de sentir el inclemente calor
Entre al negocio a realizar una compra, recordándome a mi madre en mí época de niño, cuando apenas me mandaba a comprar unos fósforos, una locha de azúcar o de sal en una bodega muy cercana; el dueño muy ocurrente, cuando le pedían azúcar y no tenía, rápido respondía ¡No hay, pero tengo jabón ACE! La visita en esta oportunidad al negocio de un asiático exageradamente fumador, fue para comprar un kilo de pasta de las llamadas plumitas. Apenas salí me encuentro nuevamente a las dos mujeres, sudando, como si estaban en una sesión de ejercicios. Les repetí la expresión anterior y prácticamente explotaron en risas, sin dejar de responder ¡Usted, cómo que está loco, el calor le está pegando! Me despedí, contrariando a las respetuosas damas con una nueva expresión ¡Sí, tienen calor, con tanto frio, ustedes están enfermas, tienen que verse con un médico, no vayan estar padeciendo de la tensión y no saben! Me despidieron con sonrisas contagiosas, muestras de haber entendido la chanza, que les está jugando ¡Usted, lo que es un jodedor, tenga cuidado no se le vaya a quemar el cabello.!
Por algo dicen, que muchos momentos desagradables se pasan con sonrisas, aún, cuando sean disimuladas o para salir del paso. Porque en la puerta del aeropuerto de Valencia, se encontraban dos mujeres haciendo el pago móvil del estacionamiento y están sudando, como si les caía agua del cielo. Aproveche para lanzar otra expresión fuera del momento ¡Está haciendo frio! Las visitantes voltearon las caras y no esperaron ni un instante para responder, muy tranquilas sin inmutarse, haciendo en el instante un rato agradable, con risas olvidando el intenso calor propio de un desierto y al despedirme los escuché ¡Solamente con buen humor se soporta este calor!
Sin embargo, en cada ciudad, pueblo y caserío, conseguimos los que por llevar la contraria, algo propio de seres humanos acostumbrados a esa manera de ser; los que llaman porfiados, tercos o sencillamente los que no se les gana una, ni asustándolos, ya que, en el momento sacan una excusa para defenderse, creyendo que los engañados son otros. De estos casos, me contaba mi abuelo materno, Dimás González, quien, era prácticamente un analfabeto, pero tenía estudios muy bien ordenados en su cerebro, aprendidos en el diario trajinar del llano y en cada hato y fue caporal en uno del alto Apure, se conseguían infinidades de estos personajes, como lo cuenta el cantautor Jorge Guerrero, en una de sus canciones.
Me decía el viejo Dimás, que tuvo un amigo muy bellaco y era respetado por su manera de ser y cuando alguien llegaba insinuando el calor del día, le respondía muy tranquilo ¡Pues yo tengo frio! Llegaba alguien hablando de frio, el hombre respondía muy fresco ¡Yo tengo calor y de paso se abanicaba con lo que conseguía! En cierta ocasión, dos jodedores se pudieron de acuerdo para hacerle una de las que no faltan en el llano ¿Cómo amanece don Esteban? ¡Bien! Al momento se lanzó el primer ¡Está haciendo calor! rápido insinuó el otro ¡Está haciendo frio! El viejo muy bellaco, como él solamente sabía ser, sin levantar la cabeza provoco las carcajadas en los dos alborotadores de oficio, con una de sus salidas, como para quitarse el sombrero ¡Pues, yo estoy a buen sazón! Lástima, que el viejo Esteban, no está vivo para ver, como reacciona antes este inclemente calor, el cual amodorra a cualquier humano, quitándoles las ganas al más pintado de lanzarse en una aventura amorosa en pleno mediodía y parece que solamente los chinos se atreven, ya que, les salen los niños muy avispados.