"Simón" y la disolución de la nacionalidad

Vi la película que, dicen, es un exitazo de taquilla. Por supuesto, que se presta múltiples interpretaciones, como todo texto o película. Siendo una producción cinematográfica, habría que analizar asuntos como la actuación, la fotografía, el vestuario, la música, etc. Este artículo apenas me alcanza para tocar el eje semántico, es decir, las significaciones que se pueden inferir de su anécdota, los personajes, sus diálogos y acciones. También en parte consideraré algunos comentarios leídos o escuchados.

La película es política. Aborda varios temas de gran actualidad. Los principales: la migración venezolana y los jóvenes que participaron en las descarriadas protestas opositoras, las "guarimbas" del año 2014 (en esto el film es bastante preciso). Pero la "madre" de los temas de esta producción es, por supuesto, el del destierro venezolano, ya abordado por varias novelas de escritores venezolanos en el interior y el exterior del país. Recuerdo al vuelo algunos libros de los últimos dos años: "La hija de la española" de Karina Sáinz, una antología de cuentos de un concurso "Latidos del exilio", una colección de narraciones elaborada por la profesora Aura Marina Boadas en Colombia, la novela "Volver a cuándo" de María Elena Morán. Hasta yo publiqué "La bruja y Raskolnikoff", donde dos de los personajes principales son venezolanos migrantes, uno en Estados Unidos, otro en China. Lo cierto es que este referente general de discursos políticos, creaciones literarias y cinematográficas, así como de investigaciones académicas, se ha convertido en un eje importante de todos los textos acerca de Venezuela, sobre todo por las dimensiones de la migración.

De este fenómeno, inaudito en este país que tradicionalmente había sido receptor, y no emisor, de migrantes, puede hablarse en tres registros. El más espectacular es el cuantitativo. Ya se habla de siete millones y pico de personas. Un país entero. Casi la cuarta parte del nuestro. Pero ya varios especialistas en demografía han llamado la atención acerca de la poca confiabilidad de los registros, especialmente de los colombianos, que anotan solamente las entradas en sus fronteras y no las salidas, dato importante porque, según varios análisis, pues el vecino país es solo es una estación de tránsito de un largo recorrido que emprenden los paisanos por varios países. Tal vez los censos más confiables son los chilenos, argentinos y uruguayos. De modo que es posible que no sean siete millones, sino menos. Digamos cuatro millones. Aun así, es un número muy grande y hoy es considerado un grave problema humanitario, dados los problemas que se han creado en todos los países de paso y destino.

Otras dimensiones a considerar son la extracción social y las motivaciones de los migrantes. Esto se asocia con las "oleadas" o momentos en que se producen, asociadas a ciertas coyunturas del proceso histórico de las últimas dos décadas y media. Las primeras olas, de los años entre 2001 y 2004, se componían de segmentos de clase media y alta de la población, con capital y formación profesional. Disponiendo de esos recursos, se comprende que hayan sido "exitosas", especialmente dirigidas a Estados Unidos y Europa (sobre todo España). Luego han venido oleadas de una extracción social popular, es decir, gente pobre, hasta llegar a la ola actual que cruza la selva del Darién y que es un negocio redondo para los aprovechados que cobran varias decenas de dólares por esos recorridos tan riesgosos. Estos flujos migratorios se produjeron, sobre todo, en la década del diez, 2013, 2014 y los subsiguientes, período de grave escasez de alimentos y medicinas e hiperinflación, cuando el país perdió el 80% de su PIB. De modo que las motivaciones también han variado. Desde las directamente políticas, pasando por las debidas a un gran "susto", relacionado muchas veces con encuentros terribles con el hampa, pero también a acontecimientos traumáticos: muertes de familiares, crisis personales, etc. Hasta llegar a la principal motivación actual claramente económica o social.

El protagonista de "Simón", un joven estudiante, se va del país por motivos políticos: es el líder de un grupo juvenil que, supuestamente de manera espontánea, hace "guarimbas" (o participa en manifestaciones), se sobrentiende que en el contexto de "La salida", entorno que la película no refiere. El muchacho es atrapado por las fuerzas de seguridad del Estado, gracias a un "sapo" infiltrado en su propia agrupación, y sometido, junto a los suyos, sobre todo un compañero, una especie de Sancho Panza de este Quijote, a torturas en los sótanos lúgubres que se barrunta sea el Helicoide. Una vez en Miami, adonde va en avión, tiene su propio dilema existencial, entre pedir asilo político, o regresar a seguir "organizando la resistencia". Luego de múltiples peripecias (pérdida y recuperación de unos frascos de insulina para una compañera en Venezuela, enfrentamiento con un celoso comerciante cubano, encuentro con el "soplón", etc.), al fin el muchacho decide pedir el asilo, no sin antes reconciliarse con el propio sapo responsable de la muerte de su amigo, cuya imagen lo acompaña como una especie de "Pepe Grillo" que le recuerda, al principio, sus deberes como líder estudiantil, pero al final lo comprende y acepta su decisión de quedarse en Miami.

Empecemos por lo más evidente. Ese nombre "Simón" (que para los venezolanos resuena demasiado a aquel insigne caraqueño) ¿implica que debemos ver al joven guarimbero como un héroe? Si es así, su consistencia política deja mucho que desear. Él ya había concluido, allá en Venezuela, que "la calle" no había sido suficiente, en una especie de balance político que hace ante sus compañeros. Nada que admite que fue un error: sería mucho pedir. Una vez en Miami, siente culpa por haber metido "en ese peo" a sus compañeros. Tiene que venir su amigo (el espectro bonachón, su conciencia política quizás, su "Pepito Grillo", corpulento, de habla muy caraqueña y florida, llena de mamagüevos) a decirle que todos estaban conscientes de los riesgos asumidos con su acción. Precisamente, el "dilema existencial" de Simón no se resuelve a la manera del otro Simón del siglo XIX. El del siglo XXI no organiza un retorno a la Patria para seguir el combate, como cualquier Rómulo Betancourt o los dirigentes guerrilleros de los sesenta. Para nada. El "rollo" se resuelve a la manera "positiva" de Erika de la Vega: hay que verle el lado bueno a la migración; se logran cosas que en el país no habrían sido posibles: avances profesionales, un carro, un yate, una buena figuración mediática; en fin: el éxito. Hay que dejar la nostalgia como a un pesado fardo.

Por supuesto, en la película se echa de menos una mayor contextualización, inevitable cuando se trata de temas históricos, como este del período de protestas callejeras de la oposición, específicamente de 2014. El grupo de estudiantes guarimberos parece aislado, espontáneo, sin contactos con una organización nacional ni con líderes de oposición, ni alcaldes ni gobernadores, cuando sabemos que sí hubo esa estructura de apoyo. Es curioso también que no hay ninguna alusión a la familia del muchacho. Lo que sí es evidente es que no se fue a EEUU cruzando el Darién, ni la larga garganta de Centroamérica. Hay algunos atisbos a la crisis humanitaria del país cuando la chica gringa, amiguita del protagonista, busca en Internet datos del país del chico con quien se esboza una relación de (por lo menos) amistad. Nada de erotismo, que el tema no da para eso, y desviaría los "objetivos" ¿Cuáles son estos? El realizador de la cinta afirma que es dar a conocer la situación del país. Me parece que es más bien provocar el llanto de los migrantes en Miami, una identificación catártica, como comenta Erika de la Vega.

Menos mal que no prosperaron los movimientos de un grupo de abogados adulantes del gobierno, que amenazaron con solicitar la prohibición de la película en el país. Habría sido, más que un error político, una estupidez. La película "objetivamente" sirve como disuasivo de cualquier rebeldía de oposición. Hacia el final, el protagonista explica el mecanismo disuasivo de la represión en esos (y estos) años: capturan a los individuos plenamente identificados, los someten a unos golpes y torturas, y luego los sueltan, en un régimen de presentación, para luego volver a detenerlo y golpearlos, para reducirlos en un terror paralizante. Así mismo fue (es: ver caso actual de John Álvarez y los seis sindicalistas). Pero falta el detalle jurídico-político: esto se produjo en clara violación del principio universal del debido proceso, aparte de las torturas que ya son un delito de lesa Humanidad. Por otro lado, un tiktok que está circulando por las redes, de unas declaraciones de Iris Valera, retrata claramente los personajes centrales del film. Dice la emblemática diputada: "yo sé quiénes son esos que se fueron a Miami. Son unos guarimberos. Esos ojalá que no vuelvan jamás".

Por supuesto, decir que varios millones de venezolanos, los que se han ido y se siguen yendo, fueron guarimberos, es una exageración, no solo atroz, sino hasta peligrosa. Expresa la visión maniquea de un fenómeno social de gran envergadura, la representación propia de un verdugo, la amenaza velada a los nacionales que quieran regresar a su propio país. Casi que la repetición del discurso del general verdugo que sale en la película, personificado por Franklin Virguez, quien siempre ha caracterizado malandros y parece insistir. Por eso es curioso que esa misma idea se confirma en una película que quiere hacernos sentir simpatía por el chamo que recibió unos cuantos golpes por estar formando peos en la calle contra el gobierno, y hasta tuvo el trauma de ver morir a su amigo en la tortura (el director tuvo la delicadeza de no imitar el estilo de Tarantino, más allá de la arrancada del diente). Todo para irse a Miami y quedarse allá, reuniendo unos dólares lavando platos.

El máximo representante del "madurismo crítico" en X, Luigino Bracci Roa, hacía una crítica a "Simón", subrayando el maniqueísmo simplón del guión de la película, contrastando con los personajes más complejos y contradictorios del film que hizo Chalbaud sobre el 27 y 28 de febrero. Tal vez. Lo que noto es una impresionante inmadurez política, que no me sorprende, por lo demás, porque me confirma en un parecido que una vez observé entre la actitud de los encapuchados ultrosos de los noventa, en su enfrentamiento rutinario con la policía, y los "guarimberos" juveniles que creían que el aparato militar represivo les tenía miedo y que la caída del "régimen" era una cuestión de días, allá en esos años revueltos de 2014 hasta la falsa Constituyente que suspendió la Constitución. La misma ingenuidad, la misma pose de héroes de cauchos quemados y cohetones, quizás resaltado con las selfies que en los noventa aún no había, pero era sustituida por otras manifestaciones narcisistas de los "combatientes".

Varios encapuchados de ayer, hoy son funcionarios, "pequeños burócratas" pendientes de adular para conseguir un carguito "donde haiga", o quizás hasta una nueva generación de verdugos. Varios "guarimberos" de ayer hace unos pocos años fueron "pillados" con unas putas en Bogotá celebrando la caída próxima del régimen, gracias a unas canciones de Juanes, Miguel Bosé y Alejandro Sanz, pagando con dólares de "Polímeros".

Pero esa es otra película. Mientras tanto, esperemos el documental de terror que ya se anuncia: "el Helicoide".



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Jesús Puerta


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