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Juan Manuel Cajigal y Odoardo, nació en Barcelona, el 10 de agosto de 1803. Vivió apenas 53 años. Fue uno de los venezolanos más extraordinarios del siglo XIX. No sé, si acabaron llevándolo al Panteón Nacional, aunque en 1889 esa fue la intención del entonces presidente de Venezuela, Juan Pablo Rojas Paúl. Resulta que cuando se buscaron sus restos en la Iglesia de Río Caribe, éstos no se encontraron.
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En nuestra historia hubo tres notables personajes con el nombre de Juan Manuel Cagigal (sobre los cuales hablaré en otro trabajo). El primero de ellos fue aquel íntimo amigo de Miranda que cumplía funciones militares en la Habana pero que firmaba Juan Manuel de Cagigal. Luego está el que sería jefe de José Tomás Boves (primo del anterior), llamado Juan Manuel Cagigal y Niño, a quien Bolívar derrotó en Carabobo (1814). El tercero es el que nos ocupa en este relato, Juan Manuel Cagigal y Odoardo, quien nació en Venezuela. Desconozco la parentela de éste con los otros dos. No me cabe la menor duda de que estaban relacionados con aquéllos porque todos eran gaditanos, y resulta que cuando Juan Manuel Cagigal y Odoardo cumple 13 años, se embarca rumbo a Cádiz, con el propósito de realizar estudios en la Academia militar. En 1818, ingresa en el Real Cuerpo de Ingenieros de Alcalá de Henares, y allí se establece hasta la invasión de los Hijos de San Luis, en 1823.
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De 1825 a 1827, Juan Manuel Cajigal y Odoardo asiste a los cursos avanzados de matemáticas que se impartían en el Instituto de Francia, llegando a asistir a las clases del famoso Agustín Louis Cauchy. En 1827, cuando Bolívar se encuentra en Caracas, nos encontramos con que Juan Manuel Cajigal y Odoardo se encuentra en su patria. El 13 de octubre de 1830, el Congreso Constituyente aprueba la creación de la Academia de Matemáticas, que había sido propuesta por Cajigal, a comienzos de 1829.
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En 1833 encontramos a Juan Manuel Cagigal y Odoardo ejerciendo el cargo de presidente de la Comisión de Artes y Oficios de la Sociedad Económica de Amigos del País. En agosto de ese mismo año, siguiendo los pasos de Humboldt, asciende a la Silla de Caracas, y recolecta especímenes de la flora. Publica su relato en las "Memorias" de la Sociedad Económica de Amigos del País.
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En 1834, es nombrado primer comandante de ingenieros y ese mismo año persigue en los Valles de Aragua al insurgente Cayetano Gavante.
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En 1835, siendo presidente de la República José María Vargas, Juan Manuel Cajigal y Odoardo es nombrado conjuez de la parroquia Catedral en las elecciones de mayo, y en octubre, nombrado senador por la provincia de Barcelona.
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En 1837, es miembro de la comisión de Hacienda de la Cámara del Senado. En 1837, junto con Ángel Quintero forma parte de la comisión que redactará el informe sobre los límites con Colombia. En 1838 ejerce las funciones de Director de Instrucción Pública. En 1839, funda el Correo de Caracas.
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Siendo presidente de la República el general Carlos Soublette, en 1843, Cajigal y Odoardo es elegido representante principal ante el Congreso Constitucional. Llegó a ser Secretario de la legación venezolana en Londres y París entre 1841 y 1843. Encontrándose en París se dice que conoció a Marie Duplessis, de quien se enamoró locamente al punto de que llegó a perder los sesos y la cordura (la que nunca volvería a recuperar). Recordemos que esta Marie Duplessis (Rose-Alphonsine Plessis), para esa época de 1843, era una preciosa niña de 21 años. La historia refiere que Marie Duplessis era una esplendorosa y famosa cortesana que llegó a ser, condesa de Perregaux por matrimonio. Esta joven, de impresionante belleza inspiraría la novela "Las damas de las camelias", de Alexandre Dumas (hijo) y también la ópera "La Traviata" de Giuseppe Verdi. La vida de esta cortesana está considerada como uno de los mayores exponentes del llamado Romanticismo francés.
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Sin duda que entre 1841 y 1843, Juan Manuel Cagigal y Odoardo vivió la época más feliz, más gloriosa y a la vez tormentosa de su vida, al lado de esta sublime y encantadora cortesana. Con el dinero que recibía de Venezuela, como diplomático, podía permitirse algunos lujos y darse placeres que sin duda llegaban a colmar los exigentes deseos y caprichos de aquella Marie Duplessis. Un día de 1843, Juan Manuel Cagigal recibe una orden oficial del Ministerio de Relaciones en el que se le informa que ha cesado en sus funciones como jefe de la legación venezolana en París. Aquel golpe hubo de ser para él demoledor, horrible. Cuando se lo informa a Marie Duplessis, ésta se transforma de inmediato, deja de ser la bella y cariñosa joven que acompañaba a todas partes a don Juan Manuel, deja de ser la amorosa y dulce dama que tantos esplendidos momentos compartió con pasión con su amante….
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No cabe la menor duda de que Juan Manuel Cagigal y Odoardo le propuso entonces a Marie Duplessis, ante esta crítica situación, que se fueran a vivir a Venezuela. Ella no sabía sino vivir en su mundo de juegos y placeres, y el rechazo ante tal propuesta fue fulminante. ¡Venezuela! ¿Dónde quedaba eso? ¿En la selva?, ¿En la mayor barbarie? Aquella negativa habría de ser para Juan Manuel Cagigal y Odoardo una horrible puñalada, y desde entonces se desató en él la mayor angustia y desolación, que algunos historiadores llegaron a llamar la neurastenia de Juan Manuel.
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Cuando Juan Manuel Cajigal y Odoardo regresa a Caracas, nada calma su pesadumbre, su ansiedad, sus recuerdos. Ni los cargos, ni los reconocimientos a su enorme talento para las matemáticas y la propia literatura. La ciudad de Caracas no tiene aquel agite de relaciones y locura de París, y todo acaba atormentándole. No quiere saber nada de estudios, de investigación matemática, de política. Quiere huir y no sabe hacia dónde, hasta que decide abandonarlo todo, irse al desolado pueblo o caserío de Yaguaraparo, en la península de Paria (¿por qué Yaguaraparo?). Allí se le deambular sin rasurarse, llevando por vestido harapos. Recorre sin cesar las playas del lugar, ir de un lado a otro sin más pensamiento que aquellos momentos vividos con Marie Duplessis, a la que seguramente veía en todos lados, en sus sueños, en la plenitud de sus ausencias, mirando siempre la grandiosidad del mar, y como si todo a la vez estuviera tan lejano. Terminó así, pues, en la locura total, muy probablemente se suicidó (esta era una manera de hacerla) perdiendo la vida el 10 de febrero de 1856, es decir, a los 53 años.
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La historia es un como un gran rompecabezas que va tomando forma con los minúsculos detalles que los investigadores día a día van rescatando del polvo, de la desidia y el olvido. Pudiera decirse que no existe un sólo documento, que por zonzo parezca, que no deje ser esencial para la comprensión de los hechos del pasado, la ambientación de una época en particular, que revele los sentimientos, las preocupaciones de un grupo social de aquellos tiempos. Sobre todo, quien investiga en este campo debe aprender a leer entre líneas. El historiador se asoma al espíritu de los hombres en esas tenues fisuras sicológicas que dejan entrever las palabras. Leyendo al Juan Manuel Cajigal (Imagen y Huella)*) del escritor Héctor Pérez Marchelli, me parece haber descubierto otras cargas de desesperación, tristezas inenarrables, aberraciones políticas de entonces, miserias y desolación de esta tierra tan vejada y esclavizada sobre todo por la indolencia.
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Juan Manuel Cajigal y Odoardo no era un hombre con cualidades de guerrero, tampoco de político, no obstante que padeció una época, en la cual sin estas dos «aptitudes» parecía prácticamente imposible sobrevivir si se tenía talento o genio.
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A Juan Manuel Cajigal le fue imposible vencer la estupidez de su época, y su trágico final, no es sino el resultado de un hombre que se ve colocado ante la visión derrotada de su Destino. Aquel genio, nunca tuvo paz para pensar, para ordenar sus ideas en medio de la exigente disciplina que requiere el estudio de las ciencias exactas.
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Uno se conmueve imaginando, cuánto pudo haber hecho de positivo Juan Manuel Cajigal y Odoardo por nuestro país, aún en medio de aquellas terribles adversidades que le tocó vivir. Pese a su capacidad infinita para tolerar tantos desmanes y estragos, Cajigal tuvo que resignarse a vivir en el infierno de las eternas guerritas, en los montes desolados y ensangrentados, y en la soledad de su pueblo y a la final murió cara al mar como Bolívar.
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Se nos hace insoportable esa visión de Páez, patán con el rebenque en la mano, enfurecido contra el pensador Juan Manuel Cajigal y Odoardo, a quien destituye de su cargo de profesor de «matemáticas sublimes», en la universidad, por considerarlo autor de un anónimo en su contra en el Correo de Caracas. Indudablemente para mí, la figura del prócer Páez es mil veces inferior a la de Juan Manuel Cajigal y Odoardo. Hay que ver cómo se han reproducido cantidades enormes de paecitos, en tanto que hombres de la categoría de Cajigal no pudieron prosperar en nuestro medio.
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Cajigal, triste, con los ojos hechos cenizas de tantos indagar… En su agonía de pensador… Nada más cruel que uno no tenga con quien comunicarse en los niveles profundos que exigen las ciencias abstractas; si hoy es difícil soportar tal aislamiento, cómo lo debió haber sido entonces. Se percibe esa condenación irremediable que padecieron un Juan Vicente González, Ramos Sucre, Reverón, un Andrés Mariño Palacios, un Argenis Rodríguez, un Cecilio Acosta, un José Vicente Ortiz…
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Con todo lo matemático que tenía este Cajigal, es necesario hacer la observación, que no fue de esos investigadores y estudiosos unidimensionales, obcecados de una parcela del conocimiento, incapaces de mirar un poco más allá de sus números y fórmulas. Cajigal buceaba en casi todos los campos del espíritu, porque es necesario decir que un hombre restringido casi exclusivamente a una parcela del saber jamás podrá aspirar a la comprensión del Hombre o de la Mujer. Es imposible obtener ideas nuevas, incluso en el propio campo de las matemáticas, sino se conoce la historia, por ejemplo. Todo conocimiento parcial del Hombre lo empequeñece, y esto lo entendía muy bien los estudiosos de antes, quienes llegaban a dominar varias lenguas, y que como Cajigal conocían algo de buena música, literatura, botánica, pintura. Quizás por esto nuestras universidades, en el presente, se encuentren tan degradadas.
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Lo más importante de la obra de Cajigal fue haber formado 164 venezolanos que trasmitieron de algún modo su infatigable capacidad para el trabajo, la paciencia que requiere la investigación científica. En medio de tanta dejadez y abandono, esta es una proeza increíble, tan exigente y cruel como ganar batallas en la época de la independencia. Batallas igualmente arduas porque para abrirse camino en la abstracción del pensamiento, en la honestidad del conocimiento, hace falta mucha valentía y coraje, audacia y paciencia.