"¡Aquí no hay político que renuncie!", suelen lamentarse los venezolanos, no sin razón. Nuestros politicastros se aferran a candidaturas y cargos como una hiedra... a veces venenosa... Es como si el personalismo y el mesianismo delirante trastornase sus razones.
El primer ministro James Cameron, luego de perder el referendo sobre el Brexit, cruzó, grave y solemne y rodeado de su familia, la puerta del número 10 de Downing Street, y explicó a los ingleses que con esos resultados, era un contrasentido que él pretendiese seguir al frente del gobierno. Un monstruo no de la política sino de la Historia (con "h" mayúscula) como fue el general De Gaulle, luego de haber conseguido el resurgimiento de Francia como parte orgullosa de los vencedores frente al nazismo, reconstruido las instituciones de la república francesa, sacado a su nación del sangriento pantano de Argelia, e incluso sorteado con relativo éxito la revuelta cultural de mayo de 1968, cuando al año siguiente fue derrotado en dos referendos a propósito de algunas irrelevancias provinciales, empacó sus maletas y se retiró silenciosamente a Colombey-les-Deux-Églises, de donde no regresó nunca más. Ricardo Lagos, el preferido en 1989 para ser candidato presidencial del Chile democrático frente a la dictadura de Pinochet, persuadido de que la victoria, la entrega del poder y luego el gobierno serían mucho más complicados con él que con Aylwin, le ofreció a éste su apoyo desinteresado con sentido patriótico, y al dar un paso al costado sabía que con él lo daban también todos los millones de socialdemócratas chilenos, herederos legítimos de la memoria de Allende.
Ejemplos son muchos. Lamentablemente también son muchos los ejemplos en contrario.
Si es rotunda la evidencia de que se ha fracasado en el ejercicio de la presidencia, si el legado es literalmente un estercolero, si sólo se gobierna rodeado de temores para defenderse de conjuras reales o imaginarias, ¿qué sentido tiene procurar perpetuarse en el poder? Lagos le dijo a Pinochet en una afamada alocución pública: "Me parece inadmisible que un chileno tenga tanta ambición y tanto personalismo que pretenda estar 25 años en el poder". Palabras actuales para la Venezuela de hoy. Hora de irse, presidente Maduro. Váyanse usted y su partido a las duchas, como les decía José Ignacio Cabrujas a AD y COPEI en los 90. Quién sabe si así el chavismo vuelva a ser el fenómeno popular que una vez fue... y no este cascarón burocrático y presupuestario que es hoy.
Si también es rotunda la evidencia de que a un régimen autoritario no se le cambia desafiándolo a un duelo de espadas, si es claro que un partido-Estado no tiene ningún escrúpulo democrático como para habilitar a quien ha (a quienes han) pedido cárcel para sus jerarcas, y golpes de Estado, y sanciones a la república, e invasiones militares extranjeras a la nación, ¿para qué insistir en el espejismo de un glorioso "final" que no existe? ¿Es que no hay otros venezolanos, aparte de la candidata inhabilitada, que posean las cualidades necesarias que permitan un vasto consenso de la sociedad democrática para asegurar un cambio seguro y posible en 2024? Me niego a creerlo. ¡Somos 30 millones! Este país, que parió a los más aguerridos libertadores de América y a los luchadores demócratas del siglo XX, tiene mujeres y hombres de sobra que pueden ofrecer lo que es clave para una victoria democrática: que el reconocimiento de su victoria electoral no le sea más costoso al chavismo gobernante que su escamoteo. Hora de hacerse a un lado, María Corina. El mundo no se acaba en 2024, para remedar una frase que le leí a Manuel Caballero allá por 1973. Once años después de su patriótico desprendimiento, Lagos fue elegido presidente de Chile. Hay "un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar", dice el Eclesiastés.
"No es la hora de las ambiciones personales. Es la hora del patriotismo, del amor por Venezuela", le escuché decir en estos días a Eduardo Fernández en un programa radial. Ojalá que, con dolor del alma y detestación del pecado cometido, en un acto de sincera contrición, quienes fungen de capitostes de los polos extremos de nuestra política, aquí y allá, hagan suyas esas sabias palabras.