Ningún odio es tan implacable como la envidia.
Schonpehauer
El olor a perros quemados se esparcía por varios sectores de la ciudad, y se llegó a creer que se estaba incendiando algún muladar. Era un olor acre, terrible, escabroso, a pelambre calcinada, a veces a carne podrida carbonizada. Luego se fue descubriendo de que se trataba de otro tipo de acción por parte de los seguidores de Gaby Arellano, Vilca Fernández y El Cachaco. Eran nuevas técnicas para echar al gobierno, artilugios importados de Colombia que se llegaron considerar por los radicales de la oposición como muy originales e ingeniosos. Más tarde habrían de complementarlos con los puputovs que eran concentrados con mierda humana que se envasaban en frascos (de medio kilo) para luego ser lanzados a los guardias nacionales. Miguel Enrique Otero (míster Bobolongo) llegó a decir que estas armas contra los guardias estaban derrotando a los chavistas, es decir, quemar perros y lanzar puputovs. Otra genialidad de estos guarimberos consistió en derribar frondosos árboles para colocarlos en sus fulanas "barricadas". Después comenzaron a quemar CDI’s, guarderías, universidades, a contaminar con gasoil las aguas potables en los diques de El Vallecito. Luego se refinarían estas prácticas hasta lograr el sumun de sus "genialidades": quemar hasta 23 negros (supuestos chavistas). En Mérida carbonizaron a un estudiante de Ciencias Políticas: Artes horribles que se estaban convirtiendo en toda una supuesta maquinaria de muerte con otras atrocidades sin nombre, para así acabar con el "régimen de Maduro".
Pues, en medio de estos terribles hechos, recuerdo especialmente el 21 de julio de 2017, ¡carajo!, pero ¡cómo se olvidan tan pronto las grandes gestas de combate y resistencia de nuestro pueblo!
Sí, ese día 21 de julio, había llegado a Mérida Diosdado Cabello, para participar en una gran concentración en la plaza de toros, y la cosa podía soliviantarse, podía encender aún más la calambrina de los feroces y enfermos opositores. Salí de mi apartamento decidido a correr cualquier riesgo, porque debe tomarse en cuenta que estaba en la mira de estos cruiminales. Lo hice de prisa, olvidando llamar a mi amigo y colega Juan Carlos Villegas, para ver si podíamos irnos juntos al acto; Juan Carlos es candidato número 69 para la Constituyente, de los mejores para representarnos en tan magno acontecimiento.
La noche anterior, había sido larga y terrible en la zona donde vivo, la guardia vino a despejar la calle de enormes escombros, colocados por una banda de guarimberos que arrasaron con parte de la vegetación. Se habían plantado para impedir el tráfico y darle así fuerza a algo que llamaron "HORA CERO".
El desastre ecológico provocado por los terroristas era tremendo en todo el sector de la Pedregosa. Esa noche, como a las once, los guarimberos estuvieron dando carreras, y gritando: "Tiraron una bomba lacrimógena, huyan, nos están matando, auxilio… Ahí vienen otra vez, dénle duro…". Después, esos malandros, muertos de la risa se metían en el sótano de nuestras residencias, para chutarse o tomar cervezas. Se estaban divirtiendo ya que no podían ir a las discotecas o las farras de siempre.
Pues, como dije, decidí salír de mi apartamento, y qué día más brillante, un sol que escuece; antes observo el panorama: a los lejos se oyen algunos petardos, desde el balcón miro cómo pasa la gente a pie con bolsas en las manos. Por el estacionamiento donde vivo, unos jubilados pasean sus perritos de lujo llevando la gorrita faritutélica y una bolsa para recogerles la mierda. Para la ciudad toda no se presenta sino otro día más de batalla frente a la turba de los desalmados. Mi esposa sale al mismo tiempo que yo, pero ella coge hacia Los Próceres: "-Nos llamaremos para ver por dónde andamos". Nos despedimos. No sabemos si habrá transporte, pero ya nos hemos preparados para andar decenas de kilómetros a pie por día. Nada nos detiene. Lo cierto es que por donde vivo las pocas busetas que circulan han desviado su ruta usual. Ya faltan nueve días para la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, y no sabemos a lo que confrontación definitiva nos acercamos.
Me coloco una tobillera porque ando algo mal por una vieja torcedura, me encasqueto gorra y lentes oscuros. Tomo hacia la Avenida Andrés Bello. Cruzo el Enlace. Por doquier veo un frenético movimiento de parroquianos a pie. Me planto frente al centro comercial Milenio con un gentío que también está esperando transporte. Parece que el trolebús no está funcionando. Las busetas pasan a reventar y no se detienen propiamente en las paradas para evitar que se le meta más gente. Entonces trato de coger un taxi y todos me dicen que ni por el carajo cogerían para el centro porque todo allá arriba está colapsado. Llamó a Juan Carlos Villegas y me entero que ya está en la plaza de toros, me dice que hay circulación muy normal y que las vías están despejadas en la zona norte.
¡Como hay de gente en la calle!: las islas por donde va el trolebús atestadas de parroquianos buscando cómo encontrar un medio para desplazarse; pasan camiones, camionetas y carros particulares atestados de pasajeros. Decido subir a pie mientras voy pidiendo una cola a cuanto carro pasa. Los intentos que he hecho para tratar de abordar una buseta han sido infructuosos porque la gente se apiña sobre el pescante y me impide el acceso.
En una de las paradas observo personas humildes que se dedican a hablar mal de la guardia nacional. A veces pienso que tratan de despistar a la gente. Yo me hago el pendejo y les sigo la corriente. En esos agites veo que un tipo que lleva un manojo de cebollín, comienza a dar alaridos. Dice que hay que colocar bombas en todos lados contra el gobierno, y se planta a gritar en medio de la avenida; los carros comienzan a frenar y se forma un horrible corneteo. El supuesto loco menciona a "El Salvador", a Jesucristo, y corre por los carriles del trolebús hacia los confines de El Carrizal, donde los guarimberos tienen tomado el lugar.
Veo que llevo una hora sin conseguir cómo subir al centro, y no sé si echarme otro maratón como el de ayer que me llevó dos horas para llegar hasta Glorias Patrias. Creo que no podré hacerlo con este escamante sol. Voy dejando atrás paradas tras paradas y en una leve tranca veo a una buseta que va despacio y noto que hay chance para colarme por algún resquicio, subo y me mantengo aferrado a un tubo entre otros cuatro pasajeros que van en el pescante. Voy sacudido por el traqueteo de la escabrosa nave y el viento que sacude mi gorra. En un escaloncito hago esfuerzo por sostenerme en un tubo, quedando fijo como una estampilla, aplastado, entre todo ese pueblo que sufre, trabaja y batalla. El chofer está pidiendo que se desplacen hacia atrás, pero el apilamiento lo impide. Con el resuello contenido me veo gravitando y apiñado, apelmazado, contra cinco culos y cuatro tetas. Al llegar a Las Tapias hay un respiro y avanzo, y trato de llegar al fondo, a la "cocina". Y allí van obreros conversando sobre sus trajines cotidianos, sobre enfermedades, precios de alimentos y medicinas. Hay varios chamos con enormes zarcillos hechos de plumas, tranquilazos como si fueran a un baile. Una señora envía mensaje mediante un celular vergatario, un anciano con lentes oscuros se aferra a una bolsa en la que debe llevar algo muy valioso para su reencarnación porque va como rezando. Llegamos a la estación de gasolina Mario Charal, y allí me bajo porque el conductor anuncia que hasta allí llega. Me dirijo a la Avenida Urdaneta para tratar de coger otra buseta que se dirija al centro. Sigo subiendo. En la parada del Aeropuerto veo subir a un viejo colega, con paso lento, encorvado, quien lleva gafas oscuras, amigo mío hace veinte años, bastante envejecido, pero con varias cirugías estéticas en la cara. La cabeza se me embarulla con un montón de recuerdos miserables sobre este tipo. Un hombre que se jodió por débil. Un hombre que no pasó su arado por encima de los huesos de los muertos. Listo.
Voy viendo, las oficinas bancarias con enormes colas de ancianos, miles y miles de personas como ríos salidos de madre. En este sector un tráfico que ni en los días navideños más álgido de compras. Al llegar al centro, cruzo el viaducto y me enfilo hacia la madriguera más horrible de guarimberos que pueda existir en esta ciudad: el sector de las residencias Cardenal Quintero, donde viví hace más de quince años. Me llama mi mujer y me dice que está bien, que se dirige a casa de su mamá, y que luego bajará a nuestro apartamento, que todo está bien que no sabe lo que pasa pero que el mundo todo se ha volcado a las calles:
-
Hay algo que se está agitando, en silencio, no sabemos de qué se trata – me dice.
La entrada a las residencias Cardenal Quintero está taponada con árboles que han talado por el sector. En un basurero cercano vi un animal quemado, otro perro. Para empezar a quemar negros empezaron primero a echarle gasolina y a calcinar perros; en las primeras guarimbas sólo quemaban perros, luego fueron refinando sus artes. Hay que insistir en que el triunvirato que ha provocado todo este infernal caos y horror en Mérida está compuesto por el cardenal Baltazar Porras Cardozo, el rector de la ULA Mario Bonucci y el alcalde Carlos García.
Veo los tumultos de camaradas con sus camisas y gorras rojas dirigiéndose hacia la Esquina del Yuán Lin, y trató de alcanzarlos para acompañarlos, pero de repente del otro lado de la avenida se detiene un enorme autobús Yuton y los camaradas corren hacia él; pienso que debo hacer lo mismo porque seguramente los llevarán a la plaza de toro, pero luego vacilo y sigo mi marcha. En el Yuán Lin encuentro unos conocidos que esperan busetas, y el sol está que revienta los lomos. Las busetas siguen pasando a reventar o no se detienen, insisto, en las paradas.
Voy echando los bofes. No sé por qué razón mucha gente tiende a contarme su vida, a veces intimidades crudas y directas. La dueña de un weimaraner que va a mi lado se va confesando. Por respeto la voy escuchando, pero es terrible lo que me cuenta, el drama por el que está pasando en su casa: todos en su familia se han ido y la han dejado sola con el perro. No sé qué decirle, y se me ocurre plantearle que me lo venda y ella se horroriza, se va, y violentamente cruza la avenida, como perturbada. Ya me encuentro en el gran estacionamiento de la plaza de toros, y saludo a Chema, a Pedro Molotov; al alcalde de Tovar, Ivano Puliti; a Enrique Plata, Jheyson Guzmán (todos candidatos a la Constituyente). Me metí en una cola para "acreditarme". La acreditación se estaba haciendo en el gran Gimnasio de Paz, de cinco pisos, todavía no inaugurado. Cuando estoy haciendo la cola aparece el amigo Óscar Mora quien le dice a los guardias que me permitan entrar. Me acerco a un mostrador y una joven comienza a buscar en una catajarria de listados para ver si me pueden acreditar, pero no aparezco entre los que pueden estar en la tarima principal con Diosdado Cabello. Bueno, tampoco importa, y aprovecho para que el amigo Óscar Mora me muestre todos los pisos de aquel impresionante Gimnasio, una cosa extraordinariamente bien equipada, que ni los petulantes países del primer mundo se gastan. Pero lleva meses sin inaugurarse, y casi nadie conoce esta magnífica obra. En el nivel donde está el restaurante me encuentro con Mexi, diputado a la Asamblea Legislativa de Mérida y quien vive en El Vigía. Mexi me invita a un cafecito y en eso aparece y se une a nosotros el jurisprudente y polifacético doctor Rafael Méndez a quien yo llamo Escarracito Andino, por sus dotes jurisprudentes, por dominar como pocos el tema de la Constituyente, y el asunto de las enrevesadas leyes proto-constitucionales. Ahí departimos un rato gratamente.
Me meto en la plaza de toros que está a reventar entre himnos, consignas, vítores y cantos. En aquel río de camaradas voy de un lado a otro, y aquello parece irreal, comienza a hablar Diosdado. Mi esposa me envía un mensaje y me dice (en broma) que no me ve por televisión que me coloque en la tarima. Agrega: "Mejor vente ya, coge un taxi, no te estés exponiendo tanto". ¡Taxi! ¿De dónde saco 8 o diez mil bolívares?
Me retiro de la plaza de toros sin haber podido ver al amigo Juan Veroes, también candidato a la Constituyente. Los ríos de camaradas están salidos de madre, y a lo lejos atisbo a unos chavistas que vienen de Canaguá, pero aunque les grito no me oyen. Comienzo el descenso, y aún veo riadas de revolucionarios llegando de distintos pueblos y aldeas y me topo con ellos en medio de otra concentración revolucionaria. Cuando llego al sector de la urbanización Cardenal Quintero observo que ya está trancada nuevamente por los guarimberos. Me detengo en un puesto de comida y me echo al buche un plato de tallarines con pollo. Veo el celular y encuentro varios mensajes de mi esposa y varias llamadas perdidas. Tuerzo hacia el centro sin esperanza de que vaya a conseguir transporte. El bululú de gente sigue agitada en el centro, como si se presintiera un gran acontecimiento. Quizás, ya lo estábamos viviendo. Voy con las piernas hechas polvo, y ya ellas no me pertenecen y andan solas, el sol es lo que jode. Para completar, aturdido voy y cojo un bus con una ruta que me manda para Santa Juana, y de allí hube de bajar a pie hasta mi casa…