Es inevitable escribir sobre el 27 y 28 de febrero de 1989. La fecha ya es un símbolo y, como tal, significa muchísimas cosas: desde el horror de la masacre contra la población, con lo cual se convierte en emblema de la violación masiva de los Derechos Humanos, hoy reiterada; hasta el sentido de una insubordinación masiva frente a unas medidas económicas, inspiradas sí en el neoliberalismo (como las que desde hace años sufrimos), pero sobre todo, en aquel momento, incomprensibles, dadas las expectativas de un pueblo que acababa de votar también masivamente por la vuelta de un espejismo de abundancia que evocaba aquel personaje que saludaba como las aspas de un helicóptero, y que, de pronto, se convertía en el objetivo de múltiples aborrecimientos, complots y maniobras sin precedentes.
De modo que la fecha es polisémica, tiene muchos significados. Esto porque es un signo que ha tenido muchos intérpretes, cada uno con sus prejuicios históricos y sus intereses. Lo más difícil de las ciencias sociales es quizás ser justos. Ser imparciales es imposible. Objetivos, tal vez, cada vez más posible a medida que pase el tiempo y, con la perspectiva histórica, los acontecimientos crezcan o se reduzcan según sus consecuencias directas o indirectas, así como las relaciones entre sus intérpretes se aclaran.
Lo primero que habría que decir, es que esta gran "explosión social" es sólo una nota en medio de una gran sinfonía. Es solo un episodio de toda una larga serie. Un solo acto de una extensa obra teatral. Como en las obras musicales, la narración literaria y el libreto de teatro, hay que esperar el final para poder titularla y caracterizarla. De tal manera que el 27 y 28 de febrero adquieren significación en un contexto narrativo: la crisis terminal del régimen democrático instaurado en 1958, con la hegemonía de dos partidos políticos, AD y COPEI, en alianza con el empresariado, un sindicalismo cooptado, la Iglesia Católica, un largo etcétera de la llamada "sociedad civil" y los acuerdos con la geopolítica de Estados Unidos. Esa experiencia de democracia representativa también tuvo su contexto, porque no hay que dejar de advertir que advino y se mantuvo durante cuarenta años, gracias a la derrota de varias fuerzas: desde la derecha militar gorila, hasta los guerrilleros apoyados por la Cuba revolucionaria, pasando por las opiniones de una oposición sistémica configurada desde el postgomecismo que había madurado largamente sus facturas para pasarlas en el momento propicio, el Kairós de la pérdida terrible de apoyo de Carlos Andrés Pérez.
¿Cuándo se inicia esa crisis que tuvo como episodio estas fechas? Esto es también materia de interpretación interesada. Para unos, se inicia con el despilfarro y los planes "elefantásticos" del primer gobierno de CAP, cuando también la corrupción creció tanto como las entradas de aquellos petrodólares. En atribuir esa significación habrían coincidido personajes tan disímiles como Domingo Alberto Rangel (el fogoso y agresivo orador que advirtió a tiempo el grave error de la lucha armada cuando su partido, el MIR, decidió emprender ese camino), Juan Pablo Pérez Alfonso (llamado "padre de la OPEP", una de las cabezas más brillantes de la Acción Democrática nacionalista y popular, junto a Prieto Figueroa), Rómulo Betancourt (para muchos "el padre de la democracia venezolana", en retiro táctico, referente para los adecos que, desde entonces, se opondrían a CAP con el argumento del incremento de la corrupción), Arturo Uslar Pietri (intelectual, vocero político de la modernización gradual del país, proyecto de los herederos del postgomecismo frustrado por el golpe de octubre de 1945), entre otros.
Otros ubican el inicio de la crisis, siempre con el determinante económico, en última instancia, en el "viernes Negro" bajo el gobierno de Luís Herrera Campins, quien fue el primero que adelantó una política de liberación de precios muy cercana a lo que después se caracterizó como "neoliberalismo". En todo caso, una ruptura con las tradiciones keynesianas que venían desde el perezjimenismo o quizás desde antes: desde que nos convertimos en un país rentista petrolero. El recordado día en que se devaluó el bolívar y los altos funcionarios no se ponían de acuerdo en la política monetaria, evidenció que se había acabado la "Venezuela Saudita". Y la miseria creció y el descontento. Es decir, estas fechas sería la marca del hastío con la situación económica que arrancó con el "Viernes Negro".
Una tercera interpretación es la que han ensayado factores de izquierda, algunos de los cuales luego se vincularon al chavismo: El 27 y 28 de febrero fue la insurgencia del pueblo contra el neoliberalismo. Algunos sostienen que estas fechas se reflejaron en el 4 de febrero de 1992, tres años después, y que sirvió para develar la estruendosa caída de la hegemonía de AD y COPEI sobre el pueblo venezolano, y el cierre del llamado "puntofijismo". Ya esa denominación del período que se cerraría con la victoria electoral de Chávez en 1998, se evidencia otra factura histórica: la de la izquierda excluida del Pacto entre AD, COPEI, URD, respaldada por los empresarios, los sindicalistas, la Iglesia, etc.
Esta interpretación no debe tomarse como una explicación o el cumplimiento de una especie de ley histórica. Es decir, no es verdad que "el pueblo" se levantó y, por tanto, se debería levantar contra medidas neoliberales, más bien de ajuste macroeconómico como el aumento de la gasolina y, en consecuencia, los pasajes, la liberación de precios, la eliminación de algunos subsidios, la concertación de unos jugosos préstamos de parte del FMI, etc. Tomarlo así puede llevar a la incomprensión y desorientación cuando las condiciones desde hace unos años son muchísimo peores que las de 1989 (o 1983), y no ha habido una respuesta similar, masiva y violenta, por parte de la población. En efecto, hemos atravesado desde 2013 graves situaciones de escasez, hiperinflación, caída del PIB (nada menos del orden del 80%), declive de la actividad económica, desempleo, congelación de salarios y sustitución por bonos, violación de los derechos laborales, corrupción (no hay que olvidar los más de 20 mil millones de dólares robados por la pandilla de Tarek El Aissami, más los presupuestos de las líneas de tren, más…más…), desapariciones forzadas, juicios sumarios por tribunales militares, torturas, muertos en cautiverio…En fin "Furia" y "candelita que te prendes, candelita que te apagas".
Pienso que lo ocurrido en 1989, fue una reacción masiva, no planeada ni organizada, aprovechando algunos descuidos y circunstancias (huelga de policías, pérdida de apoyo del partido de gobierno, avance del cobro de diversas facturas históricas a CAP, ecos de las movilizaciones estudiantiles por el aumento del pasaje, y un largo etcétera), de la población más aguerrida, liderizada en un primer momento por sus sectores más críticos, pero luego por los que sencillamente eran los más audaces en la realización de los saqueos, los acostumbrados a desafiar "la ley y el orden". Fue la expresión irritada (como un inmenso estornudo) frente a una gran decepción, indignación e ira general, de la frustración de unas expectativas eran todo lo contrario de lo que se recibió: la vuelta de la "Gran Venezuela", del "pleno empleo", del dinero circulando masivamente, los petrodólares. Todo eso con que se asoció en su momento a Carlos Andrés Pérez, símbolo también de un régimen político agonizante, lleno de conflictos internos.
Ya esto no es posible, no solo por la represión sistemática, la "furia", la "candelita que te prendes, candelita que te apagas", sino porque la decepción ha sido lenta, pero no menos profunda. Además, ya existe el aprendizaje de que un levantamiento desordenado, espontáneo, solo implica masacre masiva. No hay saqueo ni desorden, sino la amarga acumulación de ira de otra gran decepción histórica. Y eso va a estallar porque es material inflamable. No sé cómo, pero ya las encuestas lo indican. El rechazo es masivo.
Puede haber otro 27 y 28 de febrero, pero por otras vías.