No hay excusa

Recién vi la siguiente noticia publicada aquí en Aporrea:

Táchira: Denuncian aumento del trabajo infantil en las calles de San Cristóbal

Esta noticia me trajo tristeza, buenas memorias, y rabia.

Tristeza, porque veo que Venezuela ha retrocediendo en el tiempo de por lo menos 100 años, esto, a raíz de los salarios esclavistas que tenemos desde el 2013, salarios establecidos en base a los decretos presidenciales firmados por Maduro, que, por ende, crean el fenómeno donde muchos niños y adolescentes ahora deben salir a la calle a trabajar así como lo es aquí donde vivo en la costa de Venezuela, donde, por deber trabajar, muchísimos niños y adolescentes ya no van a la escuela, esto, simplemente porque sus padres o parientes ya no son capaces de generar suficiente dinero para que toda la familia coma bien, y menos todavía, para cubrir los gastos y el transporte escolar.

Simultáneamente, eso me trae grandes memorias de mi infancia y adolescencia.

Hay mucha gente que cree que porque yo nací en Canadá, yo habría sido criado en un ambiente de la clase media, y por ende, yo soy considerado por mucha gente aquí en Venezuela, un típico sifrino extranjero con muchos dólares y cuentas bancarias en el extranjero, y cosas así, sin embargo, ese no es el caso, yo crecí en pobreza hasta los 13 años de edad, me fui de la casa a los 15, y del país (solo) a los 17 porque nunca me gustó Canadá donde crecí una parte de mi vida, y, tengo solamente una cuenta bancaria, y esa es en bolívares, no en dólares, aquí en Venezuela, y nada más.

Bueno …

Esa noticia me trajo muy buenas memorias, porque aunque yo crecí en pobreza, sin jamás haber comido un solo bistek hasta que me fui de la casa, y solamente habiendo comido hamburguesas de la calle dos veces, y solamente habiendo ido al cine una vez cuando crecía en Chile, mis padre eran básicamente libertarios y me dejaban a mí hacer lo que yo quería (pero no a mis hermanos), pero solamente después de haber completado las tareas de la casa y de la escuela, entonces yo aprovechaba cada momento libre para explorar las calles, las montañas, y los ríos, donde pescaba mi propio pescado y lo cocinaba sobre las piedras.

Tuve esa gran suerte que pocos niños tienen.

Tuve la inmensa suerte a los seis y siete años de edad de conocer por mi propia cuenta aventurera las ancianas cuevas de mis ancestros Quechua en las montañas del desierto Atacama, tuve la suerte de pescar pulpo sin supervisión en los arrecifes del Pacífico chileno, y esturiones en el magnífico río del St-Laurent en el este de Canadá, y salmones y tiburones en la embocadura del gran río Fraser en el pacífico canadiense, y comérmelos.

Tuve la gran suerte de conocer las calles, con sus gitanos en Chile, y con los miles de niños callejeros pobres en el este de Montreal (Canadá), una de las partes más pobres del país en aquel entonces. Es allí donde empecé a trabajar a los siete años de edad, recogiendo botellas para comprarme pan de canilla de una panadería portuguesa, porque en la casa, solamente teníamos el derecho de comernos una rebanada de pan por día, y el resto del tiempo era arroz con pedacitos de choclo (maíz) y arvejas (petit pois), y a veces con pedacitos de carne molida, un kilo de carne molida por mes para siete, ocho, o nueve personas, dependiendo de quienes vivían con nosotros en nuestro pequeño apartamento alquilado.

Después, a los ocho años, con mis ahorros de la venta de botellas, me compré un carrito de niños, y empecé a transportar encomiendas para los viejitos, y así sucesivamente fui desarrollando mis talentos para el trabajo, a mendo trabajando en restaurantes y cines porque allí podía comer los restos (no era muy saludable, pero creo que así fue que desarrollé buenos anticuerpos).

También empecé, a los once años de edad, a montar trenes de carga, viajando gratuitamente por todos lados, hasta cientos de kilómetros de distancia, con mi nylon de pesca (que encontraba entre las piedras a la orilla de los ríos), y unos pocos anzuelos.

Todas estas memorias, y muchísimas más, me traen alegría, tuve muchísima suerte, y sigo teniéndola.

Bueno …

Esa notica también me trae rabia, ¿por qué?, bueno, porque la falta de consciencia humana de Maduro y de su gobierno de egoístas, corruptos, y oportunistas, está lanzando a los niños y a los adolescentes a la calle, pero no como en mi caso, no, porque a mí me gustaba estar en la calle y tengo un carácter muy fuerte capaz de protegerme de los peligros de la calle, como las drogas y la delincuencia, y cosas así, es que, en el caso de muchos niños y adolescentes, como lo que está ocurriendo hoy bajo la desgobernanza de Maduro, muchos de ellos dejan de ir a la escuela, empiezan a tomar drogas, y se meten a la delincuencia, y eso es horrible, es horrble e inaceptable que un gobierno propicie este tipo de fenómeno a raíz de su incapacidad de gobernar, su monumental irresponsabilidad social, y su negligencia con respecto a la verdadera vida diaria del 80%, de nosotros los pobres, y nuestros hijos.

Maduro, como jefe de Estado, ha retrocedido nuestra sociedad de manera que yo y otros catalogaríamos como criminal, un crimen de lesa humanidad.

No hay excusa.



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Oscar Heck

De padre canadiense francés y madre indígena, llegó por primera vez a Venezuela en los años 1970, donde trabajó como misionero en algunos barrios de Caracas y Barlovento. Fue colaborador y corresponsal en inglés de Vheadline.com del 2002 al 2011, y ha sido colaborador regular de Aporrea desde el 2011. Se dedica principalmente a investigar y exponer verdades, o lo que sea lo más cercano posible a la verdad, cumpliendo así su deber Revolucionario ya que está convencido que toda Revolución humanista debe siempre basarse en verdades, y no en mentiras.

 oscar@oscarheck.com

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