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Era casi la una de la tarde, cuando decidimos almorzar en uno de los puntos de la Feria de Comida de la estación Barinitas. Pedimos un servicio de pollo y nos traen una bandeja con aguacates negros de viejo, unos tostones también rancios y duros que casi me parten un diente, un montón de vegetales con un poco de mayonesa y un trocito de pollo a la plancha. Yo pedí jugo de mora y mi esposa agua de panela. Ratifico la idea de que cuando ciertos comerciantes afincan sus garras para robar al pueblo, es porque la economía se está recuperando.
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Continuamos nuestra marcha hacia la Plaza Bolívar, encontrándonos por las aceras maniguas y desperdicios con bolsas negras que apestan. La soledad se presenta melancólica y nauseabunda, y casi todos los comercios están cerrados, tanto que los usureros chinos o árabes parecen haberse pirados. ¿Pero por qué? Hacia El Cementerio de El Espejo vimos otros promontorios de basura pero humeantes en plena vía.
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En la Plaza Bolívar saludamos a los amigos Rodolfo y Héctor y les entregamos unos documentos sobre la REVOLUCIÓN DE LOS OLORES que está por venir. Luego emprendimos el regreso. Bajamos por la Calle 3. No vimos ni siquiera buhoneros, y el descenso lo fuimos haciendo rápido. Llegamos a Glorias Patrias y vimos allí una cola de ancianos cobrando su pensión en el punto del Banco Bicentenario.
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Cogemos ahora por la Avenida Urdaneta con una apaciguante letanía de silencios. Comenzamos a sentir las piernas adoloridas y el radiador del alma seco. Volvemos a recalar por casa de los padres de María Eugenia y allí tomamos un café y nos enteramos de los últimos partes de guerra de los seguidores de Leopoldo López. Reposamos media hora y María Eugenia nos dice que se están escuchando morteros hacia el sur de la ciudad: "-Estamos rodeados", dice.
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Frente al CC Las Tapias pasamos por entre unos restos de cauchos calcinados, y más abajo del CC Milenio unos siete encapuchados trancan la vía con troncos y enormes peñascos.
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Por las vestimentas que usaban unos era GUERREROS DE DIOS, otros VENCEDORES INVICTOS, VIKINGOS ARRECHOS, todos blandiendo con soberbia sus trabucos y morteros; al lado de una burda barricada un grupo de manganzones en pleno jolgorio le daban patadas a una reja para convertirla en "barricada". Las señalizaciones de las vías las habían echado abajo. Un poco más arriba la tranca se presenta con neveras y lavadoras destartaladas, fornidos troncos de árboles, pequeños arbustos y maleza de bambú, vallas y otras chatarras.
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Ya estamos llegando a nuestra residencia, colmada de familias que con sus hijos que no pueden salir a la calle, los pasean por el estacionamiento al tiempo que los entretienen con música a alto volumen. Nos echamos embebidos en la indolencia de los tiempos. Preparamos café, nos damos un baño y nos ponemos a leer un documento que nos colocaron por debajo de la puerta. Al menos hoy no nos hemos muerto…