Hace como un año, escribí que tal y como iban las cosas en el país, parecía que Maduro volvería a ganar la Presidencia de Venezuela en 2024. No porque lo estuviera haciendo bien, que todo el mundo sabía, incluso ellos mismos, que no lo estaba, sino porque no tenía una oposición preparada para capitalizar políticamente los errores y horrores gubernamentales, ni capacitada para ilusionar a nadie con ninguna propuesta, ni mucho menos dotada de un liderazgo emergente, capaz de entusiasmar con un discurso serio y sensato y una conducta honesta distante de la del gobierno. Las propuestas, ya en ese momento fracasadas, seguían siendo la confrontación suicida ante quien demostraba tener mucho mayor fuerza. El escenario negativo se completaba con la más que evidente división de las fuerzas opositoras. Como se ve, no era posible ninguna otra conclusión sensata y más cuando el apoyo a Maduro no estaba como ahora por el suelo, ni se había incrementado en tal nivel el rechazo popular a su gobierno.
No obstante, no renunciamos a la posibilidad de cambiar aquel escenario político inconveniente, por más enredado que fuera, razón por la cual asumimos la búsqueda de un candidato claramente opositor con una serie de cualidades, que le permitieran representar dignamente la majestad a reconquistar de la Presidencia de nuestro país, así como el conocimiento y la experiencia para convertirse en un real Jefe de Estado, hombre difícilmente inhabilitable, de probada sensatez, sin odios ni visceralidades revanchistas, de agradable y entendible discurso y con una propuesta clara y concreta en función del interés de la nación venezolana. Un candidato que apareciera claramente como incuestionable, al momento de llamar a la unidad alrededor suyo, y si la egolatría y falta de visión de una dirigencia opositora fracasada, no permitieran la concreción de esta propuesta, la decisión de los votantes, animada por las ingentes necesidades nacionales, corregiría tan imperdonable desviación.
Cerca hemos estado de alcanzar el objetivo propuesto, y la interferencia fundamental, aunque no la única, ha sido precisamente la actitud de soberbia, sectaria y voluntarista, de un liderazgo opositor fracasado, que ha impedido hasta este momento concertar una candidatura claramente victoriosa. La supuestamente ungida por el pueblo no ha terminado de decidir y, cuando lo haga, con toda seguridad su decisión estará lejos de ser la mejor, tal y como le ha ocurrido cada vez que ha participado en la toma de decisiones trascendentales. El gobierno de acertó al impulsar su candidatura, a través del mecanismo de su victimización, logrando con ello prácticamente eliminar políticamente a casi toda la dirigencia opositora de ese sector extremista, dejando sola a la victimizada, hoy además inhabilitada electoralmente y privada de su partido, el cual ha sido prácticamente ilegalizado y su dirigencia perseguida y apresada.
No defiendo ni justifico estas acciones gubernamentales, que apestan a burda manipulación basada en una declaración muy cuestionable de un testigo apresado, pero no puedo ignorarlas. El régimen no está jugando. Considera a Vente Venezuela como una organización subversiva, al margen de la ley, y la trata como tal y ordena la captura de toda su dirección nacional. No sé si éste era el final esperado, de la consigna "hasta el final", impulsada por la lideresa o si habrá otro posible final en su mente. Las acciones restrictivas de la libertad aún no la tocan, pues quizás necesitan que se profundice el efecto político de su fracaso en sus seguidores y en la oposición toda. El gobierno se beneficiará electoralmente de la desesperanza, de la rabia, de la sensación de impotencia y de la frustración, que invadirá a una pare del electorado, todo lo cual se traducirá en una abstención que les permitirá seguir gobernando sin tener casi ningún apoyo popular.
En los sesenta, cuando la lucha armada, nunca dejó de haber elecciones directas, universales y secretas, pero el PCV y el MIR no podían participar en las mismas, pues estaban ilegalizados y sus líderes presos, por haber tomado el camino de las armas para combatir a Betancourt y al sistema democrático representativo que recién se iniciaba. Hay parecidos con lo que hoy ocurre, sin pretender que son procesos totalmente comparables. Por las acciones tomadas, se califica al gobierno de Maduro de "tiranía", pero ni Betancourt, ni Leoni, se transformaron en tiranos por sus acciones contra la guerrilla rural y urbana. Ni por los desaparecidos, los asesinados en cautiverio, ni los apresados y torturados en los teatros de operaciones. Las tiranías van un poco más allá. Para empezar, no hacen elecciones, no permiten que exista una oposición política, no hay libertad de expresión ni de información; no buscan esos mecanismos de legitimación.
En las acciones represivas actuales no existen procesos pulcros, como llamó el Fiscal General, un subversivo lejano que defendió DDHH, a las medidas contra los dirigentes de Vente Venezuela. Como no los hubo en el pasado contra Alberto Lovera o Jorge Rodríguez. Lo inaudito, inaceptable y censurable, es que quienes en el pasado las sufrieron directa o indirectamente, hoy las hagan sufrir a sus adversarios. El respeto a la dignidad humana no puede ser opacado por los intereses del Estado. La obediencia a la Constitución, a las leyes y al debido proceso, así como el respeto de los DDHH, no admiten excepción ninguna. En todo caso, pese a estar en un pantano político derivado de pésimas decisiones y criminales enfrentamientos de años, quienes queremos un cambio para nuestra patria, tenemos todavía la posibilidad de salir del lodazal. Nos queda la opción de votar por el candidato inscrito que más se acerque a los postulados iniciales y que tenga el mayor chance de ganar la elección. Sigamos en la acción electoral.