El chavismo, en su evolución como formación discursiva, tuvo diferentes momentos. Desde el golpismo anti AD COPEI y anti neoliberal, pasando por la condena de la corrupción del "puntofijismo", autoayuda (¿se acuerdan del "oráculo del guerrero"?), el cuestionamiento a los partidos, llegando a un reformismo populista, bolivarianismo, siguiendo hasta llegar al "socialismo del siglo XXI", cuyo derecho de autor le arrebataron a Heinz Dieterich. Se formó entonces algo que fue caracterizado por la CLACSO, sucesivamente, como ola de izquierda, rosa, socialismo del siglo XXI, neopopulismo, hasta llegar al nombre actual "progresismo".
En su camino, y como suele suceder con movimientos aluvionales y masivos, mezcló elementos heterogéneos, un arroz con mango, un rol con caraotas que, por simplificar, alguna vez agrupé sus ingredientes en tres grandes conjuntos, ya de por sí desiguales en su interior: a) un bolivarianismo o culto de los héroes de la independencia estilo "Venezuela Heroica" ya ampliamente criticado desde "El culto a Bolívar" de Carrera Damas y otros historiadores en la década de los ochenta, mezclado con el Bolívar antiimperialista de Pividal; b) frases de la izquierda histórica: desde el guevarismo y su mezcla de mesianismo y voluntarismo vanguardista, pasando por ecos de la experiencia allendista, culto a Fidel Castro, algunas líneas gruesas de la ruptura de los setenta con el marxismo soviético (asumir la lucha democrática, diferenciarse de la URSS y el "socialismo del siglo XX"), fragmentos anti leninistas de Alfredo Maneiro y otros (incluso Carlos Lanz, con su investigación acción y su constante de "construir desde abajo"); c) elementos de la teología de la liberación que tuvo muchísima influencia en la izquierda latinoamericana desde los setenta: Montoneros, Sandinistas, Tupamaros, etc., un poco menos en Venezuela. Nada que ver con el gusto por los evangélicos del gobierno actual. Por supuesto, aquí contribuyeron a la mezcla, aglutinantes como las viejas tradiciones políticas venezolanas y latinoamericanas: el caudillismo y el clientelismo. Y mucho, mucho, populismo estilo adeco y peronista.
Por debajo y al lado de estos tópicos discursivos, hay alusiones e imágenes, envolturas de sentimientos y emociones, y procesos psicológicos, fácilmente reconocibles. Empezando por el enamoramiento que describió Freud a propósito de los líderes de masas: identificación (él es como yo: "Chávez no soy yo, Chávez es el pueblo"), proyección del Ideal del Yo (él representa y hace lo que yo quisiera ser, hacer y tener: justicia, riqueza, salud, educación, participación política, reconocimiento: muchas ilusiones tan amadas). Eso, en términos políticos, también se nota al atribuirle al líder o al movimiento lo que yo, o los nuestros, pensamos desde hace tiempo.
En esta conformación de una identidad política contribuyó el contrario. La oposición colocó a Chávez como defensor de la Constitución y las leyes, frente al grotesco golpe que pretendió con un plumazo aniquilar todas las instituciones y desconocer una elección popular, además de iniciar persecuciones en caliente a los militantes de base. Luego, con la política abstencionista, la oposición contribuyó a la concentración de poderes, la línea provocadora y defensora de las instituciones de Chávez. Poco después, con los llamados a la intervención extranjera y específicamente gringa, con la solicitud de sanciones, de la "medida extraordinaria" de Obama, luego el reconocimiento de un gobierno interino que hizo de las suyas con recursos nacionales (Polímeros, etc.), acentuaron el perfil nacionalista y antiimperialista. Siguiendo en la línea de las "guarimbas" y demás acciones violentas, que a ratos parecían una insurrección estilo encapuchados de los 90, con sus llamados a las fuerzas armadas, etc. confirmaron que representaba la razón frente a la brutalidad de los locos.
Pero no hubo rectificación en el chavismo, y el derrumbe siguió en la medida en que el desgaste por el gobierno, la destrucción de los servicios públicos, el descuido y la negligencia con la salud y la educación, la evidencia de errores en las políticas económicas y sociales, el "choque con la realidad" de algunas medidas (la reforma constitucional, por ejemplo, que evidenció un programa de concentración de poderes en el Ejecutivo, y la poca disposición de los venezolanos a soltar la propiedad privada), la cada vez más clara corrupción e ineptitud en la gestión de gobierno, cuya popularidad casi que descansaba únicamente en la imagen del Comandante, repitiendo el "hiperliderazgo" (o sea, el viejo caudillismo de siempre).
Luego, con Maduro, los errores y desviaciones se profundizaron. La inercia llevó a la pérdida del control sobre la crisis. Las sanciones tuvieron su efectividad, pero también la falta de respuesta adecuada, la corrupción, la ineptitud, hasta que en 2019 se produjo el viraje definitivo a la derecha, un autoritarismo con políticas económicas neoliberales, que acabó con los derechos laborales, con el salario, inició una oleada de represión selectiva, una contracción y una hiperinflación sin precedentes. La economía cayó en un 80% en cuatro años.
Maduro apartó a los cercanos a Chávez (los ex ministros, Giordani, etc.) y se atrajo, en su juego estratégico para hacerse del control del bloque en el poder, a sujetos como el hoy defenestrado Tarek El Aisami, pero principalmente a los militares, convirtiendo la institución armada en una corporación generadora de una nueva fracción burguesa, suspendiendo la constitución con la Ley antibloqueo, la Ley de ZEE, y la Ley del Odio. Mientras, inició una política claramente antiobrera que abolió el derecho laboral y sustituyó el salario por bonos. El autoritarismo acabó con los márgenes de la democracia.
Esto significó que Maduro se fue alejando de la izquierda, hasta perder esa identidad política. Se fue quedando en el olvido el "Plan de la Patria". Las experiencias de Comunas, Consejos comunales, cogestión de los trabajadores o Comisiones obreras y otras organizaciones de base, expresiones de la supuesta "democracia participativa" fueron controladas por el Partido y el Estado. Las advertencias de leales como Britto García, Giordani y Edmé Betancourt acerca del destino de los miles de millones de dólares para la importación, la falta de control sobre las monedas digitales y la locura del Petro, así como el secreto que permitió la Ley (pseudo) Constitucional, fueron la fuente de la corrupción que ahora se dice que se combate, después de una "sorpresa" que, al parecer, solo sorprendió al presidente.
¿Y la izquierda? No recuerdo cuándo Maduro empezó a hablar de la "izquierda trasnochada". Incluso no sé si su ataque al PCV tiene su precedente en el discurso agresivo contra el PCV y el PPT del propio Chávez cuando decidió hacer su propio Partido que, al principio, llamó "Único" y después, "Unido" para adecuarse a las circunstancias. Lo cierto es que, mediante una maniobra legal, el PCV fue asaltado gracias al control sobre el TSJ del "único" partido del gobierno. Se formó definitivamente un bloque en el poder de militares y políticos. El PCV rompió con Maduro argumentando su política antiobrera y la ruptura con acuerdos políticos generales. O sea, fue un deslinde programático, lo cual se ve bien. En todo caso, ese deshacerse de la izquierda, así como la deriva autoritaria y neoliberal, marcó la nueva caracterización del "madurismo", una derivación del chavismo, que, aunque continúa y profundiza ciertas tendencias del chavismo histórico al autoritarismo, caudillismo y clientelismo, se deslastra de otras. La izquierda pasó a estar "trasnochada".
¿Qué queda hoy de la izquierda? Asumiendo que el madurismo ya no lo es desde hace tiempo, dada su ruptura incluso con el "Plan de la Patria" de Chávez, pudiéramos asumir que la "izquierda" se resume en el PCV, PPT, las diferentes organizaciones trotskistas (son cuatro…o cinco), restos de Tupamaros, grupos de exchavistas o "chavistas auténticos", "críticos" o "populares" (que no logran superar el duelo por la muerte de Chávez) como la Plataforma por la Defensa de la Constitución, el grupo "Surgentes", algunas Comunas, dirigentes sindicales, el grupo UNIOS y, claro, "personalidades independientes", como yo mismo. Más importante que hacer un censo de quiénes somos (que siempre, desde que recuerdo, hemos sido pocos), es afirmar que somos los acompañan a los maestros, pensionados, trabajadores en general en su lucha por el salario, por los derechos laborales y los derechos humanos en general, contra la represión, por la vigencia de la Constitución, contra la corrupción, etc.
Hace poco, varios grupos trotskistas y el PPT-Uzcátegui, manifestaron su posición de promover el "voto nulo". También he leído algún artículo proponiendo la abstención. La argumentación, en general, es acertada, pero no deriva necesariamente en su conclusión; como si las premisas no tuvieran que ver con su conclusión lógica. Por supuesto, sabemos que estas no son elecciones libres, competitivas, limpias, libres de ventajismo, asalto jurídico a los partidos y represión selectiva. Lo hemos dicho infinitas veces en los artículos. Sabemos que las elecciones son un mecanismo legitimador democrático. Sabemos de los desaciertos del gobierno. Todo eso lo sabemos. Pero también sabemos que las tácticas de la abstención y del voto nulo han demostrado en la historia su ineficacia política y hasta su falta de "calidad revolucionaria", aspectos evaluativos que Maneiro distinguió sólo con ánimo didáctico. Es decir, una postura con "calidad revolucionaria", si es completamente ineficaz, solo queda como un testimonio de la propia "pureza revolucionaria", "honestidad" o, peor, "claridad". Algo así como una declaración de amor a uno mismo.
Soñar, como en una novela de Saramago, que nadie va a ir a votar, o que todos votarán en blanco, es solo una ficción o un sueño. Nada que ver con la capacidad de respuesta que se espera de alguien que se considera dirigente político. No hay ningún indicador empírico de que la tendencia de la gente es a no votar. Al contrario, las diferentes encuestas indican que hay una creciente voluntad de ejercer el voto, y ello tiene relación con las opciones que están en la palestra pública. Lo único que hace esa posición es reafirmar la supuesta "condición revolucionaria" de sus promotores, separando esa condición de su eficacia política, lo cual niega también lo primero. Pero, además, resulta que la estrategia del gobierno que se cuestiona tanto, consiste precisamente en eso: promover la abstención y la fragmentación de la oposición.
Desde que milito en la izquierda se discuten una y otra vez los rasgos del "vanguardismo" y el "ultraizquierdismo". En el mejor de los casos, se recuerdan párrafos de aquel clásico de Lenin "El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo". Se ha vuelto, una y otra vez, desde hace un siglo o más, que las "formas" no son menos importantes que el "fondo". Que esa es una discusión metafísica en el peor sentido de la palabra ¿Acaso es solo una "forma" el debido proceso, los derechos democráticos, el funcionamiento equilibrado de los Poderes, la no deliberación de las Fuerzas Armadas, hoy convertida en parte de una maquinaria de poder político y financiero (minero y petrolero)? ¿Son solo "apariencias" que no tocan la "esencia" de las relaciones sociales, el autoritarismo, la arbitrariedad de los poderosos, las torturas, la disolución de la contratación colectiva?
Estoy seguro que toda la política de Maduro hacia los "trasnochados" perseguía justo lo que los grupos abstencionistas y "voto nulo" están haciendo. Son ¡tan previsibles! También estoy seguro que la abstención beneficia a Maduro, porque reduce el universo de votantes y le permite a una minoría decidir (¿cuánto tiene ya Maduro? ¿20% del total de votantes, descontando los migrantes, a quienes se les impidió votar cerrando consulados y embajadas?)?
Cierro preguntando, pensando en mi papá: ¿había que votar por Jóvito Villalba contra Pérez Jiménez en 1952, cuando los partidos más combativos contra la dictadura (AD, PCV) eran ilegales?