Mi palabra

Un apicultor de retos ¡Mi admiración y respeto!

"La abeja es más honrada que otros animales,

no porque trabaje,

sino porque trabaja para los demás"

San Juan Crisóstomo.

Desde hace varios años se venía presentando la visita de abejas en el edificio donde vivo. Son ocho apartamentos y una planta baja muy concurrida durante el día, ya que, funciona un consultorio médico. Pero también habitan una familia del reino animal, el cual se estaban haciendo insoportable por el peligro que representan, a pesar de la dulzura de su producto, porque habían picado a uno de los residentes y todas las mañanas amanecen haciendo acto de presencia muy amenazantes al revolotear algo agresivas, como para no quedarse atrás en un mundo cada día más belicoso. Uno de los dueños de los apartamentos presentía, que su habitación le servía de refugio y colmena para elaborar su producto a estos animalitos y contacto a un señor por recomendación, que no parecía tener la experiencia en el trato y manejo de estos insectos del grupo de los himenópteros, al cual también pertenecen las avispas.

El recomendado tiene 30 años: Humberto Pelayo, su nombre de pila, quien aceptó el reto de buscar estas abejas y todo quedó acordado para este primero de mayo. A las nueve de la noche hizo acto de presencia para empezar a esa hora –según los conocedores es más recomendable la labor en la noche– a preparar lo que parecía una osadía, por ser precisamente el día del trabajador y, además, nadie sabía, como iba hacer para detectar el sitio exacto, donde se encontraban para de esta manera no romper más de lo necesario. Previo a esto les había avisado a los demás integrantes del conjunto residencial, cuáles eran las normas a seguir. Alrededor de las 10, empezó el martilleo intermitente, mientras todos los demás integrantes se acomodaban en sus respectivas habitaciones. Nadie se imaginaba, que pasada las 5 de la mañana el amigo Humberto, seguía en su faena, como cualquier cazador en una noche alumbrada por la luna.

Durante toda la noche hacía llegar algunos videos para alertar y orientar sobre la peligrosidad de estos laboriosos animales, aprovechando una de las grandes utilidades de los celulares y él por supuesto envuelto en un traje especialmente diseñado para esta tarea, pero nada fácil, cuando la primera intención era llevárselas en un cajón para un sitio totalmente apartado de las personas y de esta manera aprovechar unas de sus principales funciones: la polinización, algo sumamente importante en la reproducción y el mantenimiento de la vida sobre la tierra; una de las explicaciones y razones por el cual está prohibido exterminarlas, la primera medida a la que recurren muchos de los que se comprometen a solucionar el problema.

Lo cierto es, que, muy próximo el amanecer con un cielo encapotado anunciando lluvia, el laborioso Humberto, empezó a sacar y a enseñar los panales de miel en las manos, como los pescadores, después de conseguir pescar algunos peces por afición y no por maldad y ociosidad. Me asombré, ya que, no podía creer lo que estaba viendo a través del celular y la curiosidad se me fue a la máxima expresión, lo que me hizo ir al apartamento, donde los pocos integrantes de la familia, después de salir del encierro de uno de los cuartos estaban meditando y reflexionando por lo que estaban viendo: varios panales de cera, algunos ya solidificados por el tiempo, pero otros ofrecían la miel totalmente apta para consumir, a pesar del color algo negro por el paso de los años y el intenso calor en horas de la tarde, en esa parte de la habitación.

Ya, cuando la luz del sol alumbraba tímidamente, la averiguación se me desbordó y me hizo subir nuevamente para ver, como dicen –con mis propios ojos– el reguero en el cuarto y la sala del apartamento, con varias poncheras llenas de panales con el producto de varios años, que por simple deducción de la dueña, la hija y un nieto, quien por cierto recientemente defendió la tesis de médico cirujano, egresado de la Universidad "Francisco de Miranda" de la Ciudad de Coro, y asistió con una mano hinchada a consecuencia de una picadura de estos insectos y en medio de una tertulia muy amena y el trasnocho reflejado en los rostros pensaban, que estas abejas tenían instaladas en la pared del cuarto, los mismos años del galeno recién graduado.

Después que todos los residentes del edificio se fueron poniendo al tanto del peligro, que tranquilamente compartían; primero porque no los había tocado directamente el problema y segundo las abejas no estaban en la tarea de agredir, cuando su gran misión en medio de su asombrosa organización, era de producir la miel y la polinización. Este pequeño relato de la tarea del amigo Humberto Pelayo, en parte lo hago, porque admiro y respeto la labor productiva de personas como él; algo digno para estimular, lo que al final es la verdadera recompensa. No es fácil conseguir a una persona con tanta vocación y dedicación, que esté dispuesta a pasar toda una noche encerrado solucionándole un problema a un grupo de habitantes y por la otra, guardo por años un libro de un apicultor francés, quien además padecía deficiencias visuales y los últimos años de su vida los vivió dedicados a estos animalitos y regalaba los productos de la laboriosa familia de las abejas, donde se consigue de todo, como en cualquier sociedad, empezando por los zánganos, quienes se aprovechan de las obreras. La vocación y habilidad para conocerla en profundidad le nace de sus raíces campesinas de los alrededores de la población de Ospino –Portuguesa– y por eso al estar escuchándolo detenidamente es recibir una verdadera cátedra sobre estos laboriosos animales.



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Narciso Torrealba


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