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Debo empezar diciendo, que si algún miembro (de número o no), de la Academia de Historia de Venezuela no se ha leído la monumental obra del cardenal José Humberto Quintero, "El Arzobispo Felipe Rincón González" (Ediciones Trípode, Caracas, 1988), MERECE SER FUSILADO. Ya nos explayaremos sobre este delicado punto, pero de momento nos anuncian, que la arquidiócesis de Caracas ha estado lanzando fuegos de artificio porque el cardenal Baltazar Porras ha sido incorporado por UNANIMIDAD, como MIEMBRO DE NÚMERO de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela. El purpurado ocupará el sillón del caroreño don Guillermo Morón (quien fuera escritor, periodista, investigador, profesor universitario e historiador). Morón, un aborrecedor de los indígenas, le deja el sillón a otro no menos racista. Excelente el cambalache. Yo lo llamé siempre GUILLERMO MOJÓN. En 2003, don Guillermo Morón, refiriéndose a Chávez escribió: "Es lícito matar a un gobernante cuando éste incumple las leyes, comete injusticias y deja de gobernar. Eso es lo que sería pertinente aplicar hoy en Venezuela".
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Miembros como don Guillermo Morón, le dan "prestigio" a esa Academia Sin Historia, anegada de farsantes y muy malos fabuladores. Así como quiso Morón que se matara a Chávez, también abogó porque se exterminaran a nuestros aborígenes, como ya veremos. Con motivo del II Congreso de indios de Venezuela, Caracas, 1972, se difundió un afiche con una fotografía de Guillermo Morón, en el que se expresaba: "Se busca por etnocida. Enemigo Nº 1 de los indígenas". No era para menos, pues este señor llegó a estampar en su Historia de Venezuela: "¿Se deben conservar las comunidades indígenas? Esto no lo puede desear nadie". Escribió Morón, cinco tomos sobre la Historia de Venezuela, la más grande piratería jamás vista en el universo. Fueron editados en Impresores- Editores, Caracas en 1971, y contienen unas 2.800 páginas alabadas por un tal Santiago Gerardo Suárez, como "el más acabado monumento historiográfico a nuestra irredenta Tierra de Gracia". En esas 2.800 páginas, Morón sólo le dedica 18 al tema de la vida prehispánica y posthispánica de los aborígenes de Venezuela. Morón le tenía asco al tema de los indios porque se consideraba español puro, de la raza de los Maldonado, de Francisco Fajardo, los Rodríguez Suárez, Diego de Losada. Escribió lo siguiente: "las comunidades (indígenas) habrán de desaparecer poco a poco, pero apresurando el hecho mediante una acción política combinada y bien establecida, que es la que parece abrirse camino hoy. Hay que tener la esperanza de que en un futuro próximo –cuando se haya conquistado la selva y cuando se hayan llenado todas las tierras con pueblos y ciudades- no quede ni un grupo que hable caribe ni otra lengua aborigen. El problema del indígena será puramente etnológico. Pretender lo contrario es predicar un retorno en el progreso de la cultura, a estadios ya superados por el país ( Tomo I, HISTORIA DE VENEZUELA, Guillermo Morón, Impresores- Editores, Caracas, en 1971, pág. 5.)".
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Pues bien, ha llegado a la ACADEMIA DE LA HISTORIA, para reforzar la ausencia de don Guillermo Morón, nada más y nada menos que don BALTAZAR PORRAS CARDOZO, el más destacado taurómaco de las letras andinas (más adelante se verá por qué). El genial médico y escritor Pepe Izquierdo, ductor y amigo del también médico e historiador Carlos Chalbaud Zerpa, siempre le aconsejaba: "-Querido Carlos, nunca vayas a cometer el error de incorporarte a ninguna Academia. Eso es pavoso y más bien degrada". Esto lo digo porque me consta que, en numerosas ocasiones, el doctor Carlos Chalbaud, fue invitado a formar parte de la Academia de la Historia de Mérida, pero él siempre lo rechazó (recordando los consejos de aquél, su genial maestro Pepe Izquierdo). El doctor Chalbaud terminó llamando, con sorna, a la Academia de Mérida, "Academia Sacaniguas".
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Pues bien, luego de que han hecho a don Baltazar Individuo de Número de la Academia de la Historia (reducto opositor), lo que falta es que, desde ahora mismo, se comiencen a hacer las gestiones para su beatificación… Ya no encuentran que más títulos encasquetarle, hombre por demás ávido de reconocimientos y, precisamente, quien se ha esmerado en buscarlos en tantos pedestales en los que él no está en capacidad de sostenerse. Careciendo del don de la escritura, en lo que obligadamente tendría que destacarse por sí mismo, le tocó tomar los vericuetos del arribismo, en el que ha demostrado tener sobrado ingenio y agudeza. Lo cierto es, que si a él Dios le hubiese dado a escoger entre tener el talento de un Cecilio Acosta o ser cardenal, sin duda que por su naturaleza se habría decidido por lo que es. Pueden ver por ahí, dispersas, unas escrituritas suyas, muy endebles y escuetas, fatigosas, sin valor alguno. En el duro terreno de la investigación histórica él nada ha hecho, en absoluto. Mucho menos como pensador. Él, por ejemplo, no sabe absolutamente nada de Bolívar, y no es porque no haya tratado de estudiarlo, sino porque su naturaleza lo rechaza de plano. Le da mucho miedo abordarlo y verse arropado por su grandeza
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En Mérida se desempeñó don Baltazar Porras como Cronista de la Ciudad, y cobraba por la Alcaldía Metropolitana (debe seguir haciéndolo, él, tan amante del capital, que de algún modo se las ingeniaría para obtener esos vitales churupos para su ajetreada alma). Debe saberse por otro lado que, al igual que su gran amigo y amanuense, el banquero Bernardo Celis Parra (quien "escribió" varias bazofias sobre la historia de Mérida, y esto lo conoce muy bien don Baltazar), el señor cardenal Porras, contrataba estudiantes de la Universidad de Los Andes para que le hiciesen algunos trabajitos de investigación, consultando archivos de la Arquidiócesis y del Estado, los cuales luego, eran publicados con su autoría (trabajos muy mediocres, por cierto). Eso sí, terminaban siendo pesadas ediciones (como vacas), hechas en un octavo, costosísimas, en papel glasse dorado, empastados con vistosos lomos y multitud de gráficas en cuatricromías…
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Un día, visitaba yo al doctor Carlos Chalbaud, con quien conversaba mucho sobre historia, y vi sobre el escritorio de su biblioteca varios libros de Azorín. Le pregunté si estaba volviendo a la obra de este extraordinario escritor, y me contestó que era para prestárselos a don Baltazar Porras porque éste quería tener un estilo sencillo, rico en sensaciones como el autor de Memorias Inmemoriales. Yo le respondí que en literatura el estilo no existe, sino que se forja con la naturaleza de cada cual, que cuando uno tiene algo propio que decir ahí está el estilo. La prosa, tanto en Baltazar como en su par Bernardo Celis, era de cartón pintado (a brochazos), se le veía el bulto, lo grueso y lo superfluo o alambicado, sin nada de esencia, sin pizca de cristalino o de sublime consistencia.
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Pues, ahora vemos que primero lo hicieron obispo (pero antes fue banderillero o taurómaco porque es profundamente aficionado a los toros y él mismo por practicarlo lleva en su cuerpo trazas de varias cornadas, una de ellas innombrable, que al ser relatada en una crónica social por el padre Ecio Rojas Paredes a éste le costó el cargo como director del diario "El Vigilante"). Luego lo elevaron a cardenal, de allí pasó a ser miembro de la Academia de la Lengua, ahora de número de la Academia Sin Historia. Mañana lo veremos encaramado en lo más alto de la corte Celestial o de la Academia de Corte y Costura, Artes y Oficios… Pa’lante, pues.
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Por eso, desde un principio, su meta estuvo bien clara. Desde recién ordenado cura ya se sabía que llegaría a cardenal y quizá a Papa (todavía está a tiempo). Fue escogido para que llegara bien lejos por padrinos de la cúpula eclesiástica y mandamases de la política de partido, pero él con muy poco fuelle intelectual, ha quedado infinitamente lejos de aquel extraordinario hombre que fue el Cardenal José Humberto Quintero, de quien hoy es albacea de sus memorias, ¡OJO! Debo decir que el Cardenal Quintero más que escritor, ensayista, historiador y orador, fue un muy fino y extraordinario poeta. Muy bolivariano, por cierto, y vean entonces como se crecen las distancias entre uno y otro.
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Resulta que don Baltazar Porras (Y ESTO ES UNA DENUNCIA MUY SERIA QUE QUIERO DEJAR MUY BIEN ASENTADA AQUÍ, ANTE TODA VENEZUELA), quedó como ALBACEA o depositario, de las MEMORIAS y obras inéditas del Cardenal Quintero, adquiriendo el compromiso de hacerlas públicas una vez hubiesen fallecidos todas las personas que en ellas son mencionadas. El último de esos personajes por fallecer era el doctor Rafael Caldera. Han pasado ya quince años de la muerte del doctor Caldera y don Baltazar Porras se ha negado a hacerlas públicas. Y hay una razón para ello: en esas memorias se revela con tremenda desnudez a multitud de personajes de nuestra vida pública nacional. Y lo voy a probar con una muestra de lo que escribió en defensa del "Monseñor Felipe Rincón". Debemos decir (y esto es totalmente cierto) que monseñor Miguel Antonio Salas (maestro, tutor y protector de Baltazar Porras en sus primeras escaladas hacia el obispado), pidió ardorosamente que el libro del cardenal Quintero, «Monseñor Felipe Rincón González», fuese recogido y quemado.
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Los que han leído los libros del cardenal Quintero, saben a qué me estoy refiriendo, él sí era verdaderamente un genio como escritor, un ser sustantivo y profundo en sus sentencias y análisis, cuyas obras, insisto y repito, están totalmente censuradas hoy por la cúpula de la iglesia católica. Es necesario que se sepa que en conventos e iglesias se vive una guerra solapada de intrigas como la que devora a la actual oposición venezolana, y eso lo retrata muy bien el cardenal Quintero en sus estudios sobre la obra del arzobispo Felipe Rincón González. Ya en 1901, habían estallado en la clerecía de Caracas, unas intrigas de tales dimensiones que se llegó a la locura de tratar de envenenar al arzobispo de entonces con el propio vino eucarístico. Cuenta don Mario Briceño Iragorri en su libro "Los Rivera": «Los clérigos se fueron a las greñas y crearon un campo de Agramante, según eran los aspirantes a la mitra. Hubo un sacerdote que trató de insinuarse a través de una de las amantes del General Juan Vicente Gómez, al tiempo que otros tiraban de las faldas de la señorita Regina o de la levita de Colmenares Pacheco. En medio de aquella lucha tan desentonada, Gómez dio un corte en providencia al problema y un día dijo a Márquez Bustillos y al doctor Vivas: Pues para acabar con tanta pelea, llamemos al Padre Felipe Rincón González y le pediremos que acepte ser obispo". (Cita tomada de "El Arzobispo Felipe Rincón González", José Humberto Quintero, Ediciones Trípode, Caracas, 1988, pág. 22.)
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Vuelvo al punto sobre la avidez de reconocimientos por parte de don Baltazar y que él ha sabido muy bien trabajar con su grey intelectual (rebaño también escaso de talentos). Creo que con la recolección de reconocimientos que ha acumulado, perfectamente se podría empapelar gran parte del muro que existe hoy entre México y EE UU. Durante muchos años, siendo arzobispo Auxiliar de Mérida, don Baltazar estuvo publicando unos articulitos muy escasos de ideas y de sensaciones en la prensa regional (en los diarios Frontera, El Vigilante, Correo de Los Andes). Recuerdo en particular, uno que se refería a una propaganda de cauchos Pirelli, en la que un cura en un descapotable aparece dando la cola a una espectacular rubia que hacía autoestop en una carretera. La bella y espigada dama, cabellera al viento, va vestida (o desvestida) con diminuta minifalda, y el cura ya conduciendo comienza a sudar y a acalorarse, se quita el alzacuello y empieza a sentirse en el mismo "infierno". Don Baltazar en su escrito, de manera muy pobre, trata de hacer un panegírico de la decencia, criticando este tipo de seductoras propagandas (desconsideradas, obscenas y perturbadoras de la juventud), dándole una importancia, a mi parecer, bastante extraña, a la vez que insustancial por cuanto lo trata de manera pueril y sonsa. Claro, esos primeros escarceos eran para él intentos por hacerse con un grupo de seguidores de sus ideas y pensamientos. A la postre no caló mucho. Estaba procurando debutar como ensayista, digo, pero como bien reza el dicho «Quod natura non dat, Salmantica non præstat» (lo que natura no da Salamanca no presta).
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Es necesario hacer mención de que en el caso de Venezuela, los trabajos del Cardenal José Humberto Quintero son fundamentales a la hora de hacer una revisión de nuestra Iglesia y de nuestra historia patria. Resulta pues, como digo, que el hoy cardenal Baltazar Porras ha quedado con las memorias de este extraordinario siervo de Dios, y muchos tememos que jamás llegue a publicarlas, y que incluso sean desaparecidas o quemadas. Lo estamos advirtiendo.
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En la obra "El Arzobispo Felipe Rincón González", se retratan algunos hechos horribles protagonizados por Nuncios Apostólicos entre el mandato de Gómez y López Contreras: el de Fernando Cento, quien estuvo en su cargo entre 1926 y 1936, y luego el que le sucedió, Monseñor Basilio De Sanctis. El señor De Sanctis era realmente un intrigante además de ladrón. Había llegado a la Nunciatura con el propósito de hundir a Monseñor Felipe Rincón González para así mejor cometer sus robos. La mayoría de estos Nuncios son expoliadores de nuestros bienes, de nuestras iglesias, y en aquella época, resulta que Monseñor Rincón González representaba para De Sanctis, como hemos dicho, una severa traba para sus criminales expolios. Cuenta el Cardenal Quintero en su libro, que De Sanctis quería vengar el fracaso que había representado para el otro ladrón de Cento la destrucción de monseñor Felipe Rincón González, añadiendo: «Monseñor De Sanctis amaba mucho las monedas de oro y había logrado acumular ochenta morocotas; pero sucedió que se las robaron y entonces él pretendió que, para reponerlas, monseñor Rincón las obtuviera del General López Contreras como un regalo de igual número de morocotas, pretensión que no fue acogida por el Prelado, aduciendo que su amistad con el Presidente López no tenía una intimidad tal que lo autorizara para una propuesta de esta especie. Esa negativa del arzobispo, como es fácil comprenderlo, indispuso mucho más en su contra el ya prevenido ánimo de De Sanctis.»
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El cardenal Quintero hace ver en su obra, que la confabulación para acabar con monseñor Felipe Rincón González fue de los pasajes de más inquina y horrendos padecidos entre prelados en Venezuela. La maquinación fue dirigida por la propia Nunciatura y con un grupo de obispos que se prestaron para tamaña ruindad, y cuyo único fin era controlar la más mínima locha que entrara a la Arquidiócesis de Caracas. Se prepararon toda clase de martirios, trampas y emboscadas para que monseñor Rincón González terminara renunciando a su obispado y así encontrar el camino libre quienes aspiraban a saquear sus arcas. Cuenta Monseñor Nicolás Eugenio Navarro, que el 16 de agosto de 1936, cuando el Nuncio se enteró que no conseguiría tan fácilmente desplazar a monseñor Felipe Rincón González encloqueció, entonces públicamente juró vengarse, y de inmediato la Nunciatura se prestó para elaborar un denso expediente de acusaciones contra monseñor Felipe Rincón González, donde lo menos que se le decía era ladrón, pérfido y apóstata. Entonces desde Roma fue enviada una Visita Apostólica para revisarle a monseñor Rincón González hasta sus bolsillos. Hubo altos prelados venezolanos que se prestaron para este infame trabajo de policía contra un compatriota, entre ellos (denunciado por el cardenal Quintero), Miguel Antonio A. Mejía, Obispo de Guayana y un cura canalla de nombre Rafael Peñalver. Le retiraron a monseñor Felipe Rincón González la administración de todos los bienes de la Arquidiócesis y le comenzaron a hacer sentir que era un vil ratero que había escondido millones de bolívares cuyo paradero no quería revelar. Hay un momento en la declaración de monseñor Felipe Rincón González en la que es realmente patético su clamor, y es cuando declara ante sus verdugos, que ríen mientras lo torturan: «Cualquiera cosa que se encontrase que me pertenezca, está a la disposición de V. E. Inclusive mi Cruz Pectoral y dos anillos, únicas prendas que poseo»
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Entonces aquellos policías y delincuentes de la fulana Visita Apostólica, le cambiaron los candados a las alcancías de la Santa Capilla y se llevaron los Libros de Cuentas. En julio de 1937, querían obligarle a que apuntara en el libro cantidades mayores que las recibidas, o que se acusara de haber cometido un fraude. Lo acorralaron, lo llevaron a martirios indecibles. Aquellas torturas, humillaciones y angustias lo que perseguían era que monseñor Felipe Rincón González se quebrara. Y así lo estuvieron haciendo durante más de dos torturantes años. Hubo un momento en que monseñor Felipe Rincón González se dirige al Visitador Apostólico, el doctor Miguel A. Mejía y le dice refiriéndose a las vilezas con que le persigue el padre Peñalver: «En vista de tal impertinencia, resolví no hablar más con el señor Nuncio, cuyo proceder en el caso no puedo menos de calificar de pérfido... Es conveniente advertir que el ánimo del padre Peñalver es cada día más perverso, habiendo tenido la avilantez de decirme en mi cara hace pocos días repetidas veces que está dispuesto a pegarle cuatro tiros a ciertas personas de quienes supone han hecho públicas algunas de sus fechorías: falta de respeto a mi persona que agregó a muchas otras que en la propia entrevista me cometiera, y la cual es más que suficiente para formarle un proceso ante la Congregación del Santo Oficio.»
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Pero nada podían hacerle al padre Peñalver porque estaba fuertemente apoyado por la Nunciatura, y se vanagloriaba de sus excesos y ultrajes en contra de don Felipe Rincón. Nosotros invitamos a todos los venezolanos a leer este terrible libro del Cardenal José Humberto Quintero para que se conozca esa perversa y horrible miseria que corre y se respira dentro de los templos, seminarios, arquidiócesis y también desde la Nunciatura de Venezuela.