Si, los llevamos con orgullo, no los escondemos, la historia los ha reivindicado, no necesitan presentación, ni búsqueda de padrinos para decirle al mundo lo que significaron para nuestro país y para todo un continente.
Por donde Ud. los mire, los lea o los deletree, reflejan dignidad, merecen honores de la república y admiración de la colectividad que los ha hecho suyos y los recuerda con respecto y veneración.
Si Ud. los enumera, verá cuanta historia hay en ellos, cuanta entrega y sacrificio. Cuanto fervor por dejar una huella perenne con sabor a patria, con tambores de victoria para que sus herederos disfrutaran de independencia y reconocimiento ante el mundo.
Los apellidos a los que me refiero, trascendieron sus propias fronteras y son recogidos, junto a sus nombres en tierras extrañas donde, aparecen en arcos gloriosos o reseñados en los libros de historia como próceres.
Nuestros apellidos no son los encopetados y presumidos que se sentían más extranjeros que nacionales, construyeron su propio linaje, se enraizaron en nuestra historia, propios del mestizaje que nos caracteriza como pueblo y nos muestra en su pluralidad cultural.
Son los Bolívar, Miranda, Sucre, Bermúdez, los Camejo, los Cáceres, los Ricaurte, los Páez, los Sotillo, los Arismendi, los Miranda, los Rondón, los Sucre, los Mariño, los Medina, los Bermúdez, los Camejo, los Rodríguez y pare de contar porque son cientos. Cuando se nombran merecen reverencia. Son sinónimos de coraje, valentía, arrojo, de amor patrio.
Hay otros, mejor dicho, los otros, sus apellidos, que fueron enlodados, otrora, por los que llevaron en una época y que al ser mencionados se relacionan con causa poco nobles, aunque ellos han tratado de posicionarse como nobles y encopetados.
Los que por ejemplo, han ido, considerándose más súbditos que nacionales, han acudido a potencias imperiales a ofrecer el territorio venezolano. Fueron los mismos que convalidaban la división de Venezuela, para que fuera colonizada por los imperios de siempre.
Los que, aún, naciendo y viviendo en estas tierras, su alma y su ser se ven más cómodos en el norte. No se ven reflejados en su propio país y quisieran ser más súbditos y colonizados.
Esos apellidos, los otros, no los nuestros, han dejado secuela, muchos de sus descendientes que han heredado esa forma de pensar y de actuar. Anímicamente se sienten más del otro lado, y sienten añoranza por otras culturas y paisajes.
Amar a su país de origen, no está dentro de sus prioridades, pero tenerlo como caja chica, para atesorar fortuna y disfrutarlo fuera, si es centro de sus preocupaciones. Confundir a su territorio, como si fuera sus propias haciendas y propiedades, si es lo suyo, allí centra su ambición.
Esos apellidos, sus apellidos, sus conductas, los que tienen su alma en el norte, los que se prestan para que nuestras riquezas sean saqueadas y nuestros bienes subastados, son los que deben ser rechazados. Esos son los apellidos que históricamente han doblado la cerviz, para que el coloniaje y el vasallaje nos atrapen como en una red.
Los nuestros, por el contrario, hay que dignificarlos, mostrarlos con orgullo, porque nuestra descendencia así los recordará y no sentirán vergüenza al pronunciarlos ni llevarlos. No sin razón, el sentir popular ha recogido sabiamente este refrán: "De tal Palo, tal Astilla".