No metas tu cabeza en el horno

Varios estudiosos de la cultura como F. Jameson han hablado de la dificultad de la imaginación utópica en estos tiempos. Esto se manifiesta en la literatura y los medios en el predominio del tema de las distopías, catástrofes y fines de mundo, en la literatura, cine y series de streaming, sobre las anticipaciones optimistas del futuro de la Humanidad. O sea, es más fácil imaginar el fin del mundo que un mundo mejor. En Venezuela, en medio de este ambiente electoral que hoy alcanza la máxima de la exacerbación de las pasiones, esa tendencia general se expresa en la dificultad de la imaginación anticipadora de vislumbrar una "transición".

El concepto entraña cierta dificultad. Entiendo que estudiosos como John Magdaleno y Víctor Álvarez, entre muchos otros, están pensando en ejemplos como la transformación pacífica que se dio en España, de una autocracia franquista, a una monarquía constitucional democrática. O en Chile, de un autoritarismo militar a una democracia representativa que hasta ha aguantado un gobierno que se define a sí mismo como de izquierda. Ya imaginar una transición como la imaginó Marx en el siglo XIX o Lenin, a comienzos del XX, como la que lleva de una sociedad de clases y Estado, a otra situación sin ninguna de las dos cosas, ya hoy no lo sueñan ni los camaradas comunistas o trotskistas. Ahí se demuestra la decadencia de la imaginación utópica. Álvarez, desde hace tiempo, ha venido enfatizando la relevancia de un pacto de convivencia pacífica y un compromiso de no persecución a los derrotados. En la misma dirección se ha manifestado el presidente de Colombia y hasta se rumora que de eso se está hablando en las cuasi-secretas conversaciones entre Washington y los delegados de Maduro.

Pero hoy, en el fragor de la guerra de nervios de estos últimos días de campaña, se duda de si alguno de las dos principales opciones electorales vaya a reconocer un resultado adverso. O sea, se considera ya una utopía medio ingenua, imaginar un respeto mínimo a los resultados y un traspaso de poderes sin plomo en Venezuela. Claro, como dijo Marx, el pasado pesa demasiado sobre todas las cabezas: de un lado, un pasado reciente de agitación en las calles cuasi-insurreccional y peticiones de intervenciones extranjeras militares; del otro, declaraciones reiteradas de que no se va a entregar el poder, juramentos de que "los oligarcas" (los del otro lado, claro) nunca comandarán las fuerzas armadas, de que "si es necesario" se va a actuar como un dictador (lo ha dicho el propio Maduro). También se agudizan las campañas de acusaciones. Orquestaciones oficialistas acerca de que la oposición va a cantar "fraude" (ya lo ha hecho: las toneladas del pasado pesan). Y las constantes denuncias de "magnicidio" mediante denuncias de un grupo criminal del vecino país, ultraderecha denunciando a una "ultraderecha" que ahora es informante de confianza de la Fiscalía de Venezuela, sin pasar por la Fiscalía del vecino país. Todas esas cosas (detallitos, pues) promueven el escepticismo y la imaginación catastrófica. Es más, eso es parte de la campaña electoral: crear una tensión pasional que puede llegar a ser difícil de manejar. Son los espectáculos para ambas galerías.

En ese contexto de la orquestación propagandística, orientada a reafirmar determinados sesgos, creencias o, como se dice ahora, "matriz de opinión", es que puede comprender iniciativas como aquella suscripción de un pacto de reconocimiento de resultados. De hecho, las declaraciones posteriores del presidente del CNE, destacado cuadro oficialista, evidenciaron que fue solo un movimiento para afianzar y confirmar la conseja de que la oposición no va a reconocer los resultados y se encuentra siguiendo "una agenda" de violencia, con guarimbas y demás prácticas conocidas. En este sentido, la postura de Néstor Francia fue la más esclarecedora: no solo no era necesario ese "pacto, porque ya desde el momento en que se inscribe una candidatura en el CNE se reconoce ese organismo, sino también que era inconstitucional porque se renunciaba a un derecho, el de la impugnación en caso de alguna irregularidad, que es de carácter constitucional o legal.

Como veníamos diciendo, la transición que se imaginan algunos estudiosos, politólogos, economistas y colegas periodistas, sería resultado de una difícil negociación. Como se coloca de referencia las ya mencionadas de España y Chile (Magdaleno habla de decenas de experiencias similares, entre las que cuenta la de Suráfrica, por ejemplo), es mucho más que un traspaso de poder, la cual solo pudiera producirse sin mayores problemas en una democracia. De modo que las dudas surgen porque nos hallamos, por lo menos, en un Estado de excepción. En efecto, lo estamos, desde, por lo menos, 2017, cuando el Poder Legislativo fue anulado en bloque por una "Constituyente", convocada por el Presidente (cosa permitida por la Constitución), sin referéndum previo (retroceso en relación a la anterior Constituyente, la de Chávez), con una estructura corporativa (nada constitucional; es más, muy parecido a las Cortes de Franco y los "parlamentos" de Mussolini), que no produjo una nueva Constitución, pero sí un entramado de leyes ("constitucionales" como lo inventó Escarrá, borrando de un plumazo la pirámide de Kelsen, fundamento del Derecho Constitucional mundial). O sea, la transición es desde un estado de excepción autoritario, a la normalidad de un estado de derecho propio de una democracia representativa. Es fácil decirlo. Muy complicado realizarlo.

De modo que los sobresaltos se agudizarán, después del 28 de julio. Salga sapo o salga rana. Si gana Edmundo González, cabalgando sobre la popularidad de MCM, habrá una serie de suspensos: si Maduro y su gente lo reconoce, si se formarán y cómo las comisiones de entrega de mando en los ministerios, cómo saldrán parados los jefes militares que forman parte del grupo dominante, si se levantarán las sanciones personales a Maduro y su combo. Son muchos meses desde Julio hasta la hipotética toma de posesión del nuevo presidente en enero de 2025. Es probable que en ese lapso se desmonte todo el entramado de leyes que le han dado a la figura del Presidente de la República, unos poderes supra-legales, sin prácticamente control institucional de sus acciones en la negociación con las petroleras, con el secreto con que se manejan los recursos nacionales, tema que por cierto es tan oscuro que habría que ver cómo se han convertido en extraordinarios los ingresos que, en buena ley, son ordinarios, con el fin de que el Presidente los mueva a su real y personal entender y voluntad. La idea es que EGU no tenga esos poderes que ha tenido Maduro.

Igual de tensos serían esos meses de ganar Maduro. Primero, la cuestión del reconocimiento por parte de la oposición. Segundo, la recomposición de la política de la oposición que, hasta ahora, ha mantenido la estrategia de seguir los cauces legales y pacíficos. Tercereo, el asunto de los liderazgos. Cuarto, la preparación para las elecciones parlamentarias que son las que vendrían a continuación, de seguir todo "normal". Quinto, el contexto internacional, con la amenaza de la victoria de Trump y las nuevas incertidumbres que se crean.

Lo mejor que puede ocurrir es que todo fluya bien. Que se establezcan las comisiones de transmisión de poder y las informaciones no desaparezcan en la nada. Que se abran las "cajas negras". Que la oposición mantenga su unidad, si pierde o si gana. Que el chavismo se recomponga y revise, de perder. Porque si gana, habría que ver si cumple con la promesa presidencial de abrir "la madre de los diálogos. Todo es incierto. Lo peor que puede ocurrir ya se ha dicho, haciendo gala de todo el pensamiento apocalíptico tan propio de esta época. Más porque se aproximan las elecciones norteamericanas con el temor de que gane Trump y se barajeen las cosas a nivel global, con muchos peligros y amenazas, y muy poca estabilidad.

De nuevo, se plantean muchos dilemas del prisionero, repetidos y en serie. Una y otra vez los actores se debatirán entre cooperar, aunque reciban un beneficio mínimo en relación con sus aspiraciones, o no cooperar, con el riesgo de ser castigados muy severamente. En los experimentos mediante simulación computarizada que se han hecho reiterando el dilema del prisionero, los actores terminan cooperando porque es la opción que más los beneficia a mediano y largo plazo, a pesar de que los resultados se encuentren por debajo de los objetivos de cada uno. En este sentido, hay buenas señales. Que siga compitiendo todavía EGU, es una. Que haya conversaciones abiertas entre EEUU y Maduro, es otra. También lo son los mensajes de los presidentes de Colombia y Brasil. Una buena señal es que haya alguna liberación de presos políticos, como ya se hizo en un episodio anterior del mencionado "Convenio de Qatar", que en un capítulo anterior de esta zaga, se manifestó por la liberación de elementos de todos los bandos en pugna. Así mismo, es señal de cooperación la flexibilización de las sanciones económicas, más si el panorama internacional anuncia un aumento de los precios del petróleo.

No hay nada que indique que el gobierno no seguirá jugando la carta del oportunismo geopolítico; es decir, agitar el fantasma del supuesto apoyo militar de Rusia y China, de convertir a Venezuela en un punto tibio o más caliente de la actual Guerra Fría; cuando todos sabemos que Rusia está concentrada en ganarle, en Ucrania, a la OTAN y los EEUU en Europa, mientras articula un esquema de seguridad que le haga contrapeso a la OTAN en Asia. También sabemos que los intereses económicos y geopolíticos de China no se identifican con los de Venezuela: China está metida de pies y cabeza en la explotación del petróleo en la zona en reclamación con Guyana. Además, Brasil, el principal socio comercial de China en América Latina, sigue una política de apaciguamiento del conflicto venezolano que pasa por unas elecciones creíbles, con desenlaces pacíficos.

Mientras tanto, hay que ir a votar. Por la opción más factible para producir un cambio político, Que nos enrumbe de nuevo a la normalidad de un Estado de Derecho democrático, que deje atrás el presente Estado de Excepción, que libere a los presos políticos y se abra un nuevo juego para un porvenir optimista.



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Jesús Puerta


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