Cómo fue que me encontré de nuevo con el Dios Crucificado…, revelador y milagroso…

  1. Son las 10 de la mañana y he cumplido con el deber de votar. Salgo a esperar a una amiga que viene a visitarnos, pero al mismo tiempo, como desayuné abundantemente y tarde, quiero dar un paseíto hasta la Pedregosa Norte. Mi esposa me dice que no es buena idea eso del paseíto, que debo quedarme tranquilo en casa, pero… ¿cómo hago?... si no me siento en condiciones de hacerle caso. Algunos solemos ser tan tercos o tozudos. "-José sí es terco", recuerdo que decía tanto mi querida hermana Idilia.

  2. Pues bien, me dirijo a la garita de la residencia. Hace un sol inclemente, y parezco un campesino, encasquetándome el sombrero de ala ancha. Hay una soledad total, y a lo lejos veo batir desde un carro una bandera de Venezuela. El vehículo se planta a mi lado y el que lleva la bandera es un joven de unos 25 años. El joven se queda mirándome fijamente, y de reojo observo que el conductor es un tipo de unos sesenta años. Escucho que gritan "-Ron para todo el mundo". Me hago el desentendido y dirijo la vista hacia la urbanización La Linda, en espera de la amiga. Los dos tipos no avanzan, y no entiendo por qué carajo siguen plantado a mi lado. Los tengo a mi espalda.

  3. Entonces escucho que el joven, sin ninguna duda dirigiéndose a mí, porque no hay más nadie en el lugar, con gruesa voz espeta: "-No se vaya a equivocar, ¿me escucha? No se vaya a equivocar". Lo recalca, insisto, con dureza. Me hago el loco, y me mantengo dándole la espalda. El que está en el volante vuelve a gritar: "Ron para todo el mundo". Digo para mis adentros: "-¿Por qué este par de carajos no ingresarán de una buena vez a la urbanización, siendo que la reja que funciona a control remoto ya está abierta?". Siguen allí al lado mío, batiendo la bandera e insistiendo en que no me equivoque. "-Qué buena verga con estos tipos", me digo, y sigo dándoles la espalda.

  4. Como continúo haciéndome el loco, el joven arrecia en sus gritos: "Que no te vuelvas a equivocar, ¿escuchaste?". Presiento que se pueden enervar, porque permanecen allí parados y batiendo la bandera. No avanzan. El mayor vuelve a gritar: "-¡Ron pa’ todo el mundo!" al tiempo que el joven me grita: "-Viejo de MIERDA, seguro que te equivocaste y la volviste a cagar. Te digo que la estás cagando, ¿no te has dado cuenta?". Por un momento pensé que se iban a bajar del carro y caerme a coñazos. Yo seguí impasible sin mirarlos. Estaba esperando que salieran del carro. Con una sensación de vaguedad indefinida, veo al fin a mi amiga. Y me digo: "-Eso no debe ser conmigo, primero no me siento viejo, mucho menos de MIERDA, no me he equivocado y mucho menos la he cagado. ¿Por qué me voy a molestar, entonces?" Hace efecto mi indiferencia y quizá también la llegada mi amiga. Los tipos arrancan picando caucho, aunque sus rostros se me quedan fijos en la mente. Mi amiga al verme, pregunta: "-¿Todo bien?", y le contesto: "-Maravilloso, un día que se está dando muy amable, pasa adelante".

  5. Luego, por un instante sentí que debía devolverme a casa, y hacerle caso a mi mujer quien procura protegerme de todo mal, quien vela con profundo amor por mi seguridad, que está pendiente incluso de cada uno de mis pensamientos, ya sea en la plena paz o en los vientos secos con temblores lejanos. Iba andando con cierta sonrisa de desdén. Opté, pues, por llegarme a la Escuela "Luis Ignacio Guerra". Me decía en forma de chanza: "Qué riñones, querían cobrarme de antemano y sin conocerme, sin saber nada de mí…".

  6. Bueno, a lo mejor, seguramente –seguí diciéndome- ese par de tipos que me catalogan de equivocado, son buenas personas, pero a la vez nada de raro tendría que de pronto por un odio inusitado se pudieran volver locos y matarme, sencillamente porque no les respondí a sus insultos. Si a Jesús cuando lo crucificaban pidió a Dios que perdonara a sus asesinos y se preguntó mirando al cielo: "-Señor, ¿por qué me has abandonado?", quién carajo puede ser uno para que no lo califiquen de MIERDA y lo maten como a un perro". Cuando pasaba a un lado de la escuela "Luis Ignacio Guerra", alguien gritó: "Sí, claro, ella es negra y fea, te puedes imaginar por quién va a votar"…. Recalcó un tipo vestido pepito de lentes oscuros y zapatos de tenis: "-Quién carajo, va a ser sino la miliciana de MIERDA esa que está plantada en la entrada y que se cree Comandante en jefa de la propia hija de su puta madre…. Pero vamos a ganar, y vamos a ganar, y vamos a ganar … Ron para todo el mundo…".

  7. No dejaba de pensar en Jesús de Nazaret, viéndolo en la cruz, el Cristo de Matthias Grünewald, con el cual me topo tantas veces en la calle. El Cristo de los tétanos que jamás un rico podrá conocer; por supuesto que no me refiero al cristo refaccionado y pulido que adorna las Iglesias y es iluminado con finos candelabros, el predilecto de los fariseos. No, me refiero a ese cristo vulgar, de ojos entornados con una alcancía a sus pies. No, hablo del Cristo de los condenados, de los que viven en la orfandad y en la indigencia, en el callado dolor y en la pena infinita de estar pagando por los demás. El Cristo del pueblo, que el Pueblo es el único y verdadero Cristo. El que fue azotado, despreciado y escupido. El de las agonías eternas. El que llora pidiendo por todos nosotros. El Cristo de la calle que lleva en el alma cada buhonero, cada hambriento, cada madre, cada preso, cada loco o desesperado, cada desdentado, mendigo, negro o negra. El Cristo vejado y traicionado, vendido, impotente, que pregunta una y mil veces con su rostro enmarañado de soledad y pena: "Señor, por qué me has abandonado."



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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