Uno de los primeros fue Judas Iscariote. Se asustó porque su estómago de come come no se iba a llenar con aquel trocito de pan que repartió Jesús y fue y se entregó a los brazos de los oligarcas de la época, que encabezaba un ocioso romano que lucía una coronita de laurel para la mabita en la oreja derecha, quienes le ofrecieron una GIGANTESCA “madonna con papita y salsa barbicue, además de una Loca “Coca” (la que le gusta a Orlando Urdaneta y a Patricia Poleo, además de 40 dólares con la cara de Jerry Lewis a un lado.
Una muestra de cobardía a la máxima velocidad fue la que le observamos en su rostro y en sus movimientos al fallecido campeón mundial de boxeo Vicente Paúl Rondón aquella horrenda noche en la cual tuvo en ráfagas al granítico Bob Foster frente a frente. Mientras en la esquina de Foster observamos a un hombre seguro, tranquilo, con una mirada de alfanje que no la brincaba una Keyla Monterola, por el otro lado estaba Vicente Paúl Rondón, tal una vieja foto de la miseria humana. Era algo para la historia. Jamás habíamos percibimos en un hombre, la gráfica que denota el horror. El miedo, la angustia, el deseo de salir corriendo como un mismo animalito ante la presencia humana.
Iban, pues, a unificar un título, pues ambos eran campeones mundiales, pero de diversas organizaciones. Foster además de boxeador cumplía función de policía en gringolandia. Su figura delgada, casi famélica, empero atlética, no causaba esa admiración a la cual los adoradores de la escultura le profesan un amor casi masoquista. Sus brazos se movían como aquellos molinos a los cuales Cervantes acudía para visualizar la epopeya del Quijote y de Sancho Panza y su demoledora pegada eran un par de bolas criollas nuevecitas.
Alguien, al cual Rondón odiaría siempre, hizo sonar la campana. La atmósfera gris, hacía toser a las bacterias, ante lo humareda producida por los cigarrillos y tabacos de la otra muerte. Foster se puso de pie. Sus delgadas piernas se dirigieron a donde estaba un hombre cubierto de sudor y pánico. No quisimos estar dentro del aparato óseo de Rondón, porque allí crujía todo. Antes de ese desigual combate, los manejadores de Rondón, ávidos de munas y chequeras, lo enfrentaba a gladiadores del montón. Rondón salía con la mano en alto, diciendo que…”La bendición para mi mama y que me traigan a Foster”. El humor popular de los venezolanos le agregó a esas palabras, después que Foster le dio a entender a Rondón quien era el verdadero el campeón, “La bendición para Foster y que me traigan a mi mamá”
Empero existen cobardías distintas. Cobardía practicadas por hombrecitos de yeso. Un gran cobarde fue Manuel Noriega. No tuvo bolas ni tabanco en la vejiga para enfrentarse a los gringos cuando fueron por él. Los curas, ante el bullicio que causaba el rock new wave ante la casa episcopal, lo entregaron al gobierno que invade y asesina niños y éstos se lo llevaron. Manuel Noriega fue cobarde, traidor y aguajero, como todos los patanes. Recientemente tuvimos a otro cobarde. Su nombre Sadam Huseim. Creemos que fue con tranquilidad a la horca, para evitar que la historia le colocara el sello de pusilánime, de melindroso, de mentiroso, por haber estado diciendo durante muchos meses que “Esta será la madre de las batallas” y ni siquiera fue capaz de minar la entrada a Bagdad para evitar a los peores criminales de la historia.
Pero el acabóse de la cobardía criolla, no las representó en las Olimpiadas del Diablo, un sujeto llamado PABLO MEDINA, el día 12 de abril de 2002 en el palacio de Miraflores, sede del gobierno nacional. El pueblo iba por lo suyo. Reclamaba la presencia del Presidente al cual había elegido en limpios comicios democráticos. Los golpistas estaban en ese lugar. Cuando comenzó a hilvanarse el regreso de Chávez esos patanes, esos perros coberos, esos necios que hoy hablan desde “Gusanera”, estaban allí, usurpando la noble majestad constitucional. Nada más escucharon que el golpe había sido aplastado por el binomio de diamantes: civil-militar, comenzaron a replegarse. Allí estaba Marta Colomina, la que habla y odia y lanza su bilis contra los pobres, desde el poder mediático, sin que sepamos porque no está detenida en una cárcel, pagando el haber ayudado a romper el hilo constitucional. Estaba así mismo, PATRICIA POLEO, verdadera ofensa al amor, al gentilicio de la mujer venezolana, el payaso Guaicaipuro Lameda, Molina Tamayo, Granier Marcel y otra jauría de jala bolas, de ruinosos estercoleros de la vida y naturalmente PABLO MEDINA. Viajamos al pasado e intuimos que Rondón no tenía porque poseer el rostro más patético de la cobardía aquella noche. PABLO MEDINA, LO SUPERÓ EN UN 1000x1000. Fue una cucaracha cuando la oscuridad, donde se encuentra, es batida por un haz de luz. Sin una micra de vergüenza, de hombría, de gesto varonil, el político hablador de pajas, apenas pudo balbucear algunas palabras y más rápido que Tío Conejo ante la presencia de Tío Tigre, puso pies en polvorosa, rompiendo la barrera del sonido por la veloz huida que emprendió. Estoy seguro que sus hijos querrán olvidar esa escena. Su padre no se portó como un hombre que se enfrenta a las vicisitudes que da la vida, sobre todo en política. No quiero imaginarme a su familia, pasando pena, avergonzada por la actitud temblequera del sujeto, cada vez que pasan el video del hecho. Y no es que seamos supermanes, pero el hombre, el llamado animal hecho a semejanza de Dios, debe dar muestra de dignidad, de respeto, de ser poseedor de sangre en sus venas. PABLO MEDINA si tuviera una micra de personalidad, no anduviera sacando páginas completas en la prensa con declaraciones, no estuviera tratando de dar ejemplo, porque el pueblo no es gafo, no es tonto y en jamás de los jamases, VA A CREER LO QUE DICE UN COBARDE.
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