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Suelo recordar el incidente que me pasó en la venta de libros usados del profesor Zinetar, en el centro de Mérida. Un día, acudí allí –como solía hacerlo los fines de semana- a revisar libros, y si me era posible, comprar alguno. Atendía el negocio, un joven estudiante de la Universidad de Los Andes, con manierismos intelectuales, que no sé por qué, quería conocerme. Este joven era estudiante de Historia y estaba en Mérida ganándose la vida con duros esfuerzos, pues venía de Barinas. Este barinés era evidentemente zambo, sin duda ninguna, como lo era Chávez, así lo mostraban sus excelsos rasgos físicos. Pues, de pronto, este estudiante, sin ton ni son –como le suele pasar a los opositores- comenzó a echar pestes contra los chavistas, pero de una manera demencial. Era un odio bilioso y desbordado, al punto que me hizo decirle: "-Oye, un momento, tú aspecto es de chavista, no podrás negarlo. De entrada, al verte, cualquier líder de la oposición mostraría aprensión ante tu aspecto y condición social, de muchacho humilde. No lo vas a poder negar nunca, no vas a poder mejorar la raza para hacerte antichavista, ni que te coloques todo el tiempo la gorrita "caprilera" esa que llevas, por favor, ubícate".
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Nunca en mi vida vi una palidez más cargada de odio y furia como la que enervó el rostro de aquel barínés. Si hubiese tenido en sus manos un arma la habría usado contra mí sin compasión ni control ninguno. Lo dejé ardiendo en su odio, y luego supe que cogió para Ecuador, y que lamentablemente por allá le fue bien mal, pero… de eso no hablaré aquí.
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Como aquel muchacho sabía de historia, y todo los que nos está ocurriendo tiene que ver con nuestro pasado, referiré aquí lo siguiente: Uno de los más grandes detractores de Bolívar fue don Salvador de Madariaga (quien fuera presidente del Congreso de la Cultura, tapadera de la CIA, y tío abuelo de Javier Solana, ex presidente de la OTAN), quien sostenía que el Libertador era un demente furioso porque sólo un zambo podía decir: "Tres siglos gimió la América bajo la tiranía española, la más dura que ha afligido a la especie humana… El español feroz vomitado sobre las costas de Colombia, para convertir la porción más bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapiña… Señaló su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolación: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva y cuando su saña rabiosa no halló más seres que destruir, se volvió contra los propios hijos que tenía en el suelo que había usurpado".
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Ahora bien, todos en Venezuela tenemos sangre negra y americana, como dijo Bolívar, y no hay nada más africano que la propia España. Pero la colonia nos envenenó durante siglos, diciéndonos que los enlaces y el trato con desiguales era una infamia, delitos de acción pública: pues, una mancha condenable era ser negro, mulato o zambo, y eran éstas razas catalogadas de "infieles", y que tener rastro de ella en la sangre era sancionable por la Inquisición. Y lo mejor entonces era quemar a estos infieles por impuros.
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Para los que creen en la pureza de la raza, hay que decirles algo que pueden comprobar matemáticamente y de manera muy simple mediante una progresión geométrica de razón 2 (tercer año de bachillerato): cualquiera de nosotros, desciende de alguna de las 1.048.578 personas que han vivido en el espacio de seis siglos atrás. Y hay que ver la calidad y la cantidad de engendros raros, buenos, horribles que puede caber en tamaña multitud. Ha sido una gran desgracia para Venezuela el que por muchos años las distinciones sociales se hayan fundado en el color de la piel, porque para el siglo XVIII teníamos en Venezuela más de 400 mil, entre negros, zambos, indios y mulatos, ¿y quién entonces en nuestra patria podía alegar no tener en la sangre unas cuantas gotas de algunos de ellos?
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Los conquistadores (bendecidos por la Iglesia), sentían un aberrante gozo quemando indios, por lo que hoy no resulta extraño que un cardenal como Baltazar Porras, admire la figura apocalíptica de un jinete de la muerte como lo fue Juan Rodríguez Suárez (también conocido como EL CABALLERO DE LA CAPA ROJA), el que escogió el lugar de su nacimiento (en España) para dárselo a la ciudad de Mérida.
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Al conocer la vida de este conquistador Juan Rodríguez Suárez, hicimos en Mérida una propuesta al Consejo Legislativo para que se le cambiase el nombre a nuestro Estado (Mérida) por el de Terepaima; esto en desagravio a tantos hermanos indígenas empalados y quemados por Juan Rodríguez Suárez, y que lo haríamos en honor a aquel insigne y valiente luchador aborigen, quien acabó con aquel monstruo de la capa roja. "El loco", así le llamaban a Juan Rodríguez Suárez, un extremeño, como dijimos nacido en Mérida (España), ciudad de abominables conquistadores. De hecho, existe en España la ruta de los Conquistadores (para pendejos turistas), por la provincia de Cáceres, en Extremadura. Por allí nacieron también badulaques genocidas como: los Pizarros (Francisco, Hernando y Gonzalo), Hernán Cortés, Bernardo de Alburquerque, Pedro de Valdivia, Hernando de Soto, etc. Esa ruta comprende Trujillo, Mérida, Miajadas, Escurial, Logrosán y Guadalupe (¡Ay, Dios mío, se le apareció al indiecito Diego la Virgen de Guadalupe, y todo porque Cortés pidió que se le apareciera!). El monasterio de Guadalupe, es un convento Jerónimo, donde los conquistadores debían solicitar licencia para zarpar a América. Así lo hizo Colón, quien después bautizó con el nombre del monasterio a una de las islas que descubrió en las Antillas. Juan Rodríguez Suárez era un zagal maligno, pendenciero y pervertido, que siendo muy joven, se vino con aquella camada de criminales a América. En sus recorridos por los pueblos indígenas se habituó a violar mujeres (uno de sus predilectos placeres), a torturar, mutilar y aperrear indios; llevaba consigo, en sus correrías, todo un harén, y engendró muchos hijos (quién sabe cuántas gotas de sangre llevamos de bandidos como ese).
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Juan Rodríguez Suárez con mañas y arteras prácticas, el 1º de enero de 1558, consiguió hacerse con la Alcaldía de Pamplona, y desde allí emprendió una expedición hacía la Sierra Nevada (nombre copiado de la que existe en Andalucía, España). De Pamplona salió con sus huestes de asesinos al grito de "¡A sangre y fuego venceremos!" Llegaron a Capacho o Loma de Los Vientos y Juan Rodríguez Suárez dio muerte a 250 indios, a quienes quemó vivos en sus propia chozas, o dejó atados a los árboles para que muriesen de hambre y de sed, y luego despedazados utilizando perros amaestrados para estos menesteres; el propio Rodríguez Suárez disfrutaba alanceándolos.
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En igual forma Rodríguez Suárez asesinó 300 indios en el Valle de Santiago. Los sobrevivientes huyeron despavoridos esparciendo la noticia de estas masacres por todos los rincones de la Cordillera, cundiendo el terror entre todos aquellos habitantes que acabaron por ver en esta figura como se le conoce, El Jinete de la Muerte. De otros 250 indios asesinados como los anteriores, y de innumerables violaciones de indias vírgenes y casi niñas, dan cuenta los escritos del Fiscal que lo acusó ante la Real Audiencia, no sólo entre los Capachos y los indios del Valle de Santiago, sino más adelante, entre los Táribas y sus vecinos de Palmira, Cordero, El Zumbador y El Cobre. El Fiscal de la Audiencia, Licenciado García de Valverde, presentó el 8 de mayo de 1559, a ese máximo tribunal, formal acusación contra Rodríguez Suárez, en la que se establece que este monstruo dio muerte a más de ochocientos indios que murieron comidos por los perros, flechados o alanceados, o que ordenó se les atase a los árboles hasta ser devorados por las fieras y aves de rapiña, o que mandó a quemar vivos en sus propias chozas, ADEMÁS DE DECIR QUE FUNDABA MÉRIDA, como si ésta ya no existiera; se empecinó en pelear con su propia gente haciéndolo sin la correspondiente licencia según mandaban los propios colonizadores. En sus crímenes sólo estaba autorizado para descubrir minas, según establecía la Real Provisión del 1555 dirigida por la Real Audiencia de Bogotá al Cabildo de la Ciudad de Pamplona.
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Preso, acusado y sentenciado a muerte, este criminal Juan Rodríguez Suárez, huyó de Bogotá; fue protegido entonces por otro obispo parecido a Baltazar Porras, llamado Fray Juan de los Barrios. De nada le valieron a este obispo Barrios los argumentos de la justicia que señalaban a Juan Rodríguez Suárez como "homicida voluntario, alevoso, incendiario, raptor de doncellas y vírgenes, salteador de caminos y depopulador de mieses, campos y comida". Nada de eso impresionaba a Juan de los Barrios y le protegió hasta que el asesino huyó hacia Venezuela donde ya no reconocía a la justicia de Bogotá sino la que emanaba de la Real Audiencia de Santo Domingo, según decía. Fue así entonces como Rodríguez Suárez se hizo lugarteniente de un gobernador de nombre Pablo Collado, quien lo contrató por su gran fama de asesino de indios. Con unos 35 hombres salió Juan Rodríguez Suárez del Tocuyo hacia los Meregotos del cacique Terepaima, se internó por esos lares enfrentando a los indios Teques y hostigando a Guaicaipuro. La historia finalmente recoge que fue el cacique Terepaima quien le puso fin a este monstruo, y que después de matarle le descuartizaron.
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En cierto modo, enfrentamos una guerra racista y xenófoba contra Venezuela. Sufrimos una guerra de ignorantes, guiados (por las redes sociales) por malvados lacayos. Sufrimos una guerra racista y un monstruoso odio contra los pobres, inspirado en el santanderismo. Francisco de Paula Santander, el padre del modelo oligárquico que dirige a Colombia desde hace 190 años, odiaba a los negros, a los venezolanos, y sufría de aporofobia (odio a los pobres). Su aversión a negros, venezolanos y pobres, produjo:
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La desintegración de la Gran Colombia cuando en 1825 asesina alevosamente al negro y capitán venezolano Leonardo Infante. Desde entonces se inicia en la Nueva Granada una hostilidad espantosa contra los venezolanos.
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Un racismo pertinaz contra negros, indios y mulatos, al negarse en 1820 de manera frontal a liberar los esclavos para que éstos participaran en la guerra de independencia.
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El fracaso del Congreso de Panamá, porque en su afán por imitar en todo a los gringos, desoye las órdenes del Libertador: no invita a Haití (porque es un país "lleno de negros miserables") y en cambio para darse pompa y "elevar la etiqueta de su estilo" convoca (contra la decisión geoestratégica de Bolívar) a Estados Unidos y al emperador de Brasil.
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Entre los partidos un desaforado interés por alcanzar prerrogativas oligárquicas, haciéndose con los caudales públicos, acumulando propiedades y robando; todo esto fundado en las teorías de Jeremías Bentham, autor de la "DEFENSA DE LA USURA".