El proyecto madurista es inviable por varias razones. La más obvia es la política: se ha profundizado la crisis de legitimidad hasta niveles nunca vistos, a partir del robo de las elecciones del 28 de julio y la instauración de un régimen de facto apoyado únicamente en las armas de sus aparatos policiales y militares, a falta de respaldo popular, consentimiento ideológico y credibilidad. La crisis de legitimidad se retroalimenta con la ineficiencia y la ineptitud, así como por la lentitud burocrática y el colapso de servicios públicos básicos: la electricidad y el agua. La otra razón es la económica: al continuar las prácticas rentistas y estatistas, sin un plan coherente y una gran corrupción e ineptitud en la administración, no se supo evadir el colapso del rentismo, sino que, al contrario, se hizo al país más dependiente de una industria extractiva petrolera la cual ninguna de las gerencias fueron capaces de levantar por incapacidad, corrupción y, por supuesto, el impacto de las sanciones norteamericanas (aunque hay varios países, actualmente amistosos con el gobierno de Maduro, que han sufrido estas sanciones y han sabido salir adelante). Hoy, la poca producción petrolera nacional depende de las inversiones norteamericanas y extranjeras en general (Chevrón, Repsol), y se dirige, en una gran porción, a pagar deudas gigantescas (la más grande, con China) o se vende a Estados Unidos y otros países (India). Las carencias financieras del país se solventan con entradas poco transparentes, como la venta de oro, y otras. Estas circunstancias, de las cuales es culpable enteramente el gobierno, han llevado a la dictadura burocrático-militar a recurrir a profundizar prácticas de complicidad delincuencial en el reparto de la renta extractivista, y a solicitar apoyos desesperadamente a través de un oportunismo geopolítico que busca aprovechar las contradicciones en la "nueva guerra fría", con la sutileza de un elefante en una cristalería, como lo demuestra hasta la saciedad el aislamiento.
Hay otros factores que hacen inviable a este régimen. Pero hay uno que muy poco se menciona: la destrucción del sistema educativo, universitario y de ciencia y tecnología. Esa catástrofe forma parte de la crisis humanitaria compleja que los organismos internacionales han diagnosticado en el país desde 2015, al lado del colapso de la salud y la alimentación. Esa destrucción se hace más significativa en un mundo donde cada vez más se reconoce al conocimiento como el insumo principal de la producción.
Habría que aclarar, antes de seguir, dos cosas. Primero: la crisis educativa en este país venía del período adecopeyano. Incluso hubo un ministro de Educación del segundo gobierno de Caldera que dijo que la educación venezolana había resultado una estafa. Pero la diferencia, entre aquello, y lo que hoy tenemos, es la que hay entre un enfermo de cierta gravedad y un cadáver ya en avanzado estado de descomposición. No solo se arrastra un atraso monumental desde el punto de vista pedagógico, curricular, etc., es decir, estrictamente educativo; sino que se ha retrocedido a un punto muy parecido al del siglo XIX. El emblema escandaloso de la destrucción de la educación en este país, fue la ministra que invitó a los maestros, víctimas de unos ingresos de hambre, a "hacer y vender tortas". Hoy, resultado del enésimo enroque entre los cercanos a Maduro, el actual ministro, con el mismo show pugilístico acostumbrado que consiste en acusar a unos culpables imaginarios, la emprende contra la "burocracia", las comisiones de servicio, los "permiseros", cualquier cosa, pero nada de aportar soluciones a la planta física de las escuelas, reactivar programas imprescindibles y muertos hace tiempo, como el de la alimentación escolar, y mucho menos menciona el tema de la escasa remuneración del personal docente. La última: "invita" a los jubilados a trabajar "ad honorem" en medio de la miseria general. Con razón un profesor de liceo, ya adulto mayor, me comentaba en estos días que se sostenía haciendo de vigilante tres días a la semana. La deserción escolar es dolorosa, igual que el éxodo docente. Desde 2015, se viene observando una terrible reducción de la cobertura educativa, como lo indica la UNICEF que reportó, en 2019, que, al menos un millón de niños y niñas están sin escolarizar en Venezuela. Según la ONG Hum, que sigue la situación de crisis humanitaria verificada por la ONU, 6,5 millones (69,5%) de niños, niñas y adolescentes asistían a escuelas severamente deterioradas hasta marzo de 2020; 6,2 millones (66,6%) no recibía una educación acorde con el derecho a la educación; 4,9 millones (52,7%) no tenía acceso a una alimentación adecuada en la escuela; y 2,7 millones (29,3%) estaba en riesgo de abandonarla por ausentismo o irregularidad de asistencia. Más de 1 millón de niños, niñas y adolescentes (10,9%) abandonó la escuela y 960 mil (10,3%) de niños y niñas de 0 a 2 años no han sido escolarizados, requiriendo protección urgente del sistema educativo por los altos niveles de pobreza de sus hogares (Hum Venezuela, 2020, pág. 18). Esta preocupante situación se recrudeció en el marco de la Emergencia Sanitaria Mundial por COVID-19. Según la encuesta sobre condiciones de vida de la UCAB (uno de los pocos estudios serios que todavía existen), ha habido una reducción sostenida de la cobertura educativa global en Venezuela, la cual pasó de 76% en 2016 al 66% en 2023 (UCAB, 2021, pág. 4).
Segunda aclaración: tal vez porque sus amigos iraníes, rusos o, incluso, cubanos, le han hecho ver la relevancia del tema, de vez en cuando el gobierno hace alguna que otra declaración acerca de la importancia de la ciencia y la tecnología. Hace poco, Maduro se llenó la boca hablando de la importancia de esas actividades a propósito de la apertura de un instituto "Fernández Morán", en un país donde el déficit de profesores de ciencias básicas (matemáticas, física, química y biología) en secundaria es ya una tara de décadas. Maduro (y la misma Ministra de CYT) evidencian que no han hecho un balance serio de la actividad científica en el país, la cual se concentra en su mayoría en las universidades. Se nota demasiado que no manejan cifras del éxodo de científicos venezolanos. Por lo demás esto no sorprende: nunca hubo un balance confiable de aquella ya olvidada y olvidable "Misión Ciencia" de 2007, que manejó muchos miles de millones de dólares, una parte desaparecida por el despilfarro y la "amistad con lo ajeno", otra, ciertamente invertida en algunos proyectos por un "ratico", sin seguimiento, sin plan ni concierto, hasta morir de inanición y negligencia burocrática.
Por otra parte, ya las universidades ni siquiera figuran en alguna línea del discurso oficial; solo en sus agentes en las mismas universidades que impiden, por ejemplo, que se realicen elecciones universitarias, cuestión absurda después de que las hubo en la Universidad Central de Venezuela. El Ministro del sector tuvo que rebuscar fotos para demostrar (en Facebook) que se había graduado de algo. Hasta ahora ha funcionado una especie de "pacto de silencio", impuesto después de momentos dramáticos como aquella persecución en caliente de la rectora de la Universidad de Carabobo, y a través de un ministro de Educación Superior, partícipe de la banda El Aissami, por el cual el gobierno financia algunas mejoras de la planta física y un bono extraordinario para unas autoridades que ya lucen eternas (profundizando, hasta niveles inimaginables, la crisis de legitimidad universitaria que apuntó Boaventura de Souza Santos hace ya un par de décadas), a cambio de reírle sus payasadas en tiktok al gobernador vampiro, ya venido a menos en la pelea a cuchillo en el PSUV.
En este mundo globalizado desde hace décadas, se sabe que los países que se propusieron seriamente desarrollarse, invirtieron en educación. Las dos grandes banderas internacionales de la educación han sido equidad (el derecho universal a la educación) y calidad. En América Latina, destacan los casos de México, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador (donde hasta hay un sistema de mejoramiento de calidad de la educación superior) en cuanto a crecimiento de la actividad científica. En Japón, la profesión de docente es la mejor remunerada. En los países centrales (incluida Rusia, India, más allá de los casos ingleses, europeos y norteamericanos) se está implementando el llamado "Modelo Universitario Global Emergente" el cual, no solo contrata profesores e investigadores de todo el mundo, sino que busca, con becas agradables, a los mejores estudiantes de todos los países.
Ser docente hoy en Venezuela es un drama. Dolorosamente, la vocación de servicio, que cuando se habla de educación tiene un componente fundamental de amor, que tiene la mayoría de los maestros, se ha visto frustrada por la imposibilidad de mantenerse y mantener una familia con esos sueldos inexistentes.
Entre tanto, en contraste con las enseñanzas pedagógicas de Paulo Freire, María Montessori, Vigotsky, incluso Simón Rodríguez (cuyo nombre a veces llena la boca a los funcionarios del régimen), se desarrolla en Venezuela una "Pedagogía del opresor", basada en la subordinación burocrática (adular para arriba, patear a los de abajo), lo peor de la "educación bancaria" tan criticada por los clásicos del pensamiento pedagógico (caletre, miedo, aburrimiento). Ni hablar de las corrientes actuales de la educación: educación por problemas o por proyectos, el uso de las TIC, la transformación de los roles de docentes y estudiantes, las competencias básicas. Ni hablar de pensamiento crítico. El ideal docente es una bestia enzapatada, si es posible uniformada, que pone a los muchachos a gritar loas al presidente y al líder eterno, al tiempo que saltan con un palo de escoba en las manos, figurando un chopo, y se aprestan a sapear como agente de la CIA a cualquier compañero o hasta algún padre o representante que se atreva a quejarse de la situación. Pero, sobre todo, ha desaparecido la concepción de que la democracia, más que un sistema político, es una cultura y una sólida educación cívica. Hablar de eso con el ministro es como hablarle en mandarín.
Y ni así, tan aduladores que son de los chinos, se motivan a revisar esos tópicos.