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Se nos ha hecho común, ver como un mismo hecho histórico, la presencia de Colón en América como un proceso íntimamente ligado al cristianismo. Colón y la cruz como una misma cosa. Lo que quedó de la colonia luego de la guerra de independencia, fue la Iglesia católica con los mismos objetivos de aquellos conquistadores llegados de España. La Iglesia, pues, es una continuación de la presencia colonizadora de España en estas tierras. El hecho mismo de que América en gran medida haya adoptado como religión la católica, es parte del gran condicionamiento histórico, una continuación de las ataduras, de aquellas viejas cadenas, que aún nos destrozan cultural y moralmente. El etnólogo e historiador Bartolomé Tavera Acosta en su libro Río Negro, en CAPÍTULO XII, analiza las siguientes secciones: MISIONEROS - SU CONDUCTA Y RESULTADOS - DESPOTISMO- SUSPICACIA - INCONVENIENTES- SACERDOTES EXTRANJEROS - SACERDOTES NACIONALES – MISIONES EN 1842 Y 1854 PRETERMISION DE LA LEY DE PATRONATO – CONSIDERACIONES – IGLESIAS.
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Nos refiere Tavera que todas las misiones del Alto Orinoco y Rio fueron sometidas en 1768 a la autoridad del Gobernador de Guayana, según la real cédula de 5 de mayo de ese año, y que para 1800 había en estas últimas, según Humboldt, ocho o diez capuchinos, «quienes abandonaron el país por los años 1821 a 1822». Era de esperarse que esas misiones produjeran algún resultado positivo desde el punto de vista humano o cultural, pero ocurrió todo lo contrario. Resulta que ejercieron una influencia absoluta sobre los aborígenes, y dice Tavare Acosta que se les podía aplicar lo que con referencia a otros trae el historiador español Navarrete: «Pues, en efecto, así que lograron fundar vastos establecimientos, libres ya de afanes y peligros, se dieron: unos, a la vida mundana, buscando riquezas y placeres; otros, menos activos y enérgicos, vivieron en la holganza y la pobreza, y todos ellos descuidándose en la instrucción de los neófitos y sometiéndolos a un régimen estrictamente monacal, abusaron de su simpleza para oprimirlos y aun para embrutecerlos. Habiéndoles sido prohibido exigir nada de los indios por la administración de los sacramentos ni por ningún otro acto eclesiástico, eludieron este benéfico mandato con la venta usuraria de rosarios, imágenes y escapularios, la cual, repetidas muchas veces al año, llegó a ser una especulación de importancia. Destruidas las encomiendas por real cédula de 1678, mandó la ley que nadie defraudase a los indios en el precio de su trabajo, y hubo misioneros que emplearon su influencia en obtener de ellos fatigas gratuitas y superiores a sus fuerzas. Los capuchinos aragoneses de Guayana, más violentos y despiadados que el resto, no sólo emplearon estos medios indignos, sino que en los últimos tiempos renegaron de su ministerio pacífico y se dieron a saltear indios de los montes para llevarlos a las poblaciones so pretexto de reducirlos a la vida social. En muchas ocasiones no apresaban sino a los niños, las mujeres y los ancianos, a los cuales retenían para atraer por medio de ellos a la parcialidad a que pertenecían. Lográbanlo una vez que otra; mas con frecuencia los indios, por no someterse a la disciplina de los misioneros, dejaban en mano de los religiosos las prendas de su cariño, y vueltos fieras con el dolor y el deseo de la venganza, hacían guerra atroz a los establecimientos monásticos, sin perdonar a los indígenas convertidos. Por eso no era raro ver llegar a la capital de la Provincia diputaciones de indios pidiendo justicia a las autoridades civiles contra los padres misioneros y a éstos acusados ante la Audiencia de excesos verdaderamente graves. Por eso, en fin, las Cortes Españolas decretaron que se entregasen las misiones de Guayana al Ordinario eclesiástico en virtud de los males que sufrían los habitantes, así en lo moral como en lo político.»
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Tavare Acosta presenta el caso de los resultados obtenidos con el establecimiento de misiones en el Atabapo, Alto Orinoco y Rionegro, y dice con Humboldt: «Nada dejaron: ni una fábrica, ni un establecimiento útil, ni siquiera una institución que dé a conocer en aquel Gobierno un deseo de mejorar el estado y condición de los gobernados. No parece sino que, juzgándose de tránsito por aquella tierra, se abstuvieron deliberadamente de plantar en ella monumentos duraderos. Los indios habían perdido el natural vigor y vivacidad de carácter que en todos los estados del hombre es el noble fruto de la independencia, que, a fuerza de someter a reglas invariables hasta las menores acciones de su vida doméstica, se les había hecho estúpidos...
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Agrega Tavare Acosta que efecto, así fueron las consecuencias de aquel sistema tan horrendo, que acabaron dejando a los indios en una situación mil veces peor que cuando no estaban los fulanos, destruyendo su ambiente, su sistema de vida, sus tradiciones y costumbres, alterando de manera brutal al entorno familiar y al modo de vida natural que ellos durante siglos habían logrado construir, y por eso dice con famoso explorador alemán: "Si en lugar de frailes en aquellas regiones, hubiera habido una sociedad comprendedora, con los medios que ellos tenían estarían en el día aquellos lugares bajo otro pie».
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En el libro Río Negro, viene una nota de un tal capitán Cuevas, fechada en Sanfernando de Atabapo a 14 de enero de 1820 y legada a la Dirección de Rentas Nacionales, en la que se lee: "los indios solamente sufrían el despotismo frailesco, estando sujetos a la arbitrariedad de los ministros de sus respectivas misiones, estos tetrarcas los consideraban como seres destinados por el cielo para contribuir a su felicidad temporal y los ocupaban por turnos en el servicio de sus personas, familias y negocios, por lo que no está en otra contribución que la de su sexo personal, etc. Y en 12 de octubre de 1836 escribía el Jefe Político del Cantón Rionegro al Gobernador de Guayana: puedo decir tal cosa, porque lo dudo y sería faltar a la verdad; pero al menos si algo hubieran hecho en tiempo de su administración, algunos prestigios hubiera de ellos; por el contrario, se deja ver que la mayor parte de estos indígenas son infieles, y los que son cristianos no saben ni conocen el rezo, ni aun persignarse. Si digo también que los dichos reverendos frailes se dedicaron a fomentar las poblaciones, faltaré a la verdad, pues nada, nada existe, ni ha existido nada más que la ignorancia y el estado de salvaje, etc".
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Tavare Acosta también coloca un escrito de la Memoria oficial del naturalista Pedro Joaquín Aeyres en 1845 referente a los misioneros en la que dice: "Yo mismo en los principios deseaba ardientemente su llegada, esperando una eficaz cooperación de su parte. Pero el resultado probó que los pocos que fueron al Distrito (Rionegro) no eran aparentes para el fin propuesto por su profunda ignorancia y su ineptitud para comprender y practicar el sistema. Así es que, lejos de ayudar, perjudicaron y atrasaron la reducción.»
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Miguel Tejera, treinta años más tarde –nos refiere Tavera Acosta -, en su obra Venezuela Pintoresca, tomo I, páginas 61 y 62, dice de los misioneros: «Pero estos hombres, a quienes hemos visto comenzar piadosa y caritativamente la obra de la colonización, degeneraron luego, hasta el punto de ser émulos de los más crueles conquistadores. Olvidando su deber y posponiendo a la codicia todo sentimiento generoso, diéronse a punibles especulaciones, con que han manchado su memoria y deshonrado su ministerio.»
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Acota Tavare Acosta: "Verdaderamente muchísimo resalta el espíritu divino que alentó a algunos de los conquistadores evangélicos de los primeros lustros, y aún más si se le compara también con el que animó a los aventureros de la conquista por el hierro y por el fuego. Aquéllos (Bartolomé de las Casas y uno que otro más) soportaron tesoneramente todo género de contrariedades y pesadumbres; en cambio, éstos cometieron todo linaje de horrores e infamias. Sojuzgada con inaudita crueldad la infortunada raza india, se cebaron en ella llenos de mezquindad, de avaricia y de lujuria, y con ferocidad que espanta, se ensañaron contra cuatro de las principales naciones del Nuevo Continente: los quíchuas, los aztecas, los chibchas y los caribes, o, mejor dicho, donde y amor que encontraron valor e inteligencia, riqueza y dignidad a la independencia y al terruño. No parece sino que casi todos se emularon en protervia para señalar su presencia en el mundo descubierto por Colón. Pero los actos de carnicería cometidos en Venezuela revistieron caracteres más terribles que en ninguna otra parte, porque fueron sus aborígenes los que más lucharon por no ser sometidos, llegándose hasta el caso de que Monarcas españoles por cédulas de agosto de 1503 y diciembre de 1511 autorizaran la infamia de hacerlos esclavos, so pretexto DE QUE ERAN ANTROPÓFAGOS y de que resistían someterse al yugo de la religión romana. Y no sólo eso, sino que también la misma Monarquía por cédula de 4 de febrero de 1504 había entrado en la horrorosa trata, adjudicándose la ¡quinta parte de los indios que se salteasen!".
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Añadiendo: "¡Y cómo serían los crímenes, cuáles los atropellos y cuántas las infamias, cuando hasta necesidad hubo de que el Papa Paulo III declarase en bula de 2 de junio de 1537 que los indios tenían alma y que eran tan humanos como los europeos!... En verdad que no pueden leerse las páginas de la historia de la Conquista sin que brote indignado un grito de horror y de protesta contra el cúmulo de atrocidades cometidas por aquellos seres que trajeron en maridaje horrible la tea del incendio y la cruz, que de símbolo de humildad y tolerancia se convirtió en arma de combate y de degüello, PUES POR DONDE QUIERA SE VE QUE EN LA TIERRA AMERICANA «PASÓ COMO UN HURACÁN LA CONQUISTA, DEVASTÁNDOLO TODO: CIUDADES, ARCHIVOS, MANUFACTURAS Y SEMENTERAS, DISPERSANDO LOS HUESOS Y ANIQUILANDO LAS TRADICIONES DE LOS MÍSEROS INDIOS».
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Citando a Felipe Pérez: «Esta ola creciente de maldades; este comercio infame, que jamás quedaba satisfecho; este asesinato constante de pueblos indefensos, que tenían que desaparecer como habían desaparecido los de la Española y los de Puerto Rico; este hacinamiento de víctimas, las víctimas del látigo, de la esclavitud, del hambre, del insomnio, no podía llenar todavía los antros profundos de la más despiadada codicia. ¿Qué faltaba para concluir el horrendo cuadro, después de desaparecer los ostiales y los pobladores de la costa venezolana y de las islas y después que el último de los indígenas fuera testigo de la honra arrancada a sus hermanas y de haber presenciado la muerte horrorosa de sus progenitores? Faltaban el huracán que arrasara con toda aquella civilización infame y el terremoto que lanzara a los aires los cimientos de piedra amasados con el sudor y la sangre indígena».
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Cuando el 1819 derrotamos al ejército de Barreiro y el Libertador se dirigió al Congreso de Angostura para fundar la Gran Colombia, dice Tavera Acosta que aquel Gobierno de la naciente República, "por Decreto de 14 de diciembre de 1819, expulsó del país a los capuchinos que adictos a la corona de España quedaron en el territorio ocupado por las armas de los patriotas, y, como hemos dicho, ya había enviado para las misiones de Rionegro al Padre Pérez. Después de muerto este sacerdote, el Gobierno suplió la falta con el Pbro. Mateo Manzaneda, a quien le tocó, ya en Atabapo, decir la misa y cantar el Tedeum -cuando la promulgación allí de la Constitución de la Gran República- el 18 de JULIO 1822. Posteriormente en 1824 llegó por la vía del Brasil el Padre José Piazi, italiano, quien venía recogiendo limosnas para la reconstrucción de su iglesia en el Ducado de Palma. Ya en Sanfernando, fue victimado en la noche del 18 de diciembre de ese año, dizque para robarle, resultando luego enjuiciados el Juez político, José Antonio Franco; Diego Franco y José María Aquino. El asesinato de este fraile italiano produjo un ruidoso proceso criminal que duró doce años".
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Sigue diciendo Tavera Acosta: "En febrero de 1831 llegó Fray Simplicio Mateus y regresó en abril del mismo año. Era cura de Caicara. A principios de 1836 vino el Rvdo. Padre Claudio García, quien no quiso bautizar ni casar a los indios porque no sabían rezar. Pertenecía, como el anterior, al curato de Caicara y se fue en ese mismo año. Era hombre que portaba trabuco y puñal, porque decía que «en Rionegro asesinan hasta a los sacerdotes», aludiendo, sin duda, a la a la muerte del fraile Piazi. Para el servidas año de 1831 ya se habían extinguido totalmente las misiones territorio por religiosos de la Península en todo el territorio de Venezuela; pero el Gobierno utilizó más tarde el mismo servicio de otros misioneros españoles. Y, en consecuencia, los primeros que llegaron a aquellas regiones, a contar desde 1840, fueron: Fray Blas Caballero, quien sólo se concretó a hacer algunos bautizos y se ausentó a poco para no volver. José María de Mondragón y Fray Joaquín 1842, Fray de Valls. Este no quiso jurar la Constitución Venezolana. En 1843, Fray Manuel María de Aguilar, Fray Miguel Antonio Clava de Valdepeñas y Fray Tiburcio de Salamanca, quienes poco después se fugaron…".