Cuando un paciente acude a una clínica privada incitado por algún malestar -que es lo más normal que se puede experimentar estando vivo en esta vida que dizque se vive- no hace sino concurrir a un simple mercado, donde le van a vender una mercancía creada por una expectativa de enfermedad a diagnosticarse, para luego comprar a un precio igualmente escandaloso otra mercancía que no es más que su potencial sanación; y, acorde con los niveles de nobleza que pueda tener ese paciente, o de acuerdo también al monto de la suma asegurada que ofrezca su imprescindible HCM, dependerá un tanto la dignidad con la que será recibido por todo el personal clínico.
Arribado para ser explorado por ejemplo por el Dr. Diógenes Valcur, internista reputado (no re-hijoe-putado), lo pasan ante él, luego de haber aguantado una larga espera, quien a lo mejor lo recibirá con la cautelosa cordialidad que recomienda la regla deontológica neoliberal que habla acerca de la primera cita: ¡Cuidado! que pudiera tratarse de un pobre paciente...
Respondiendo a la clásica pregunta de qué es lo que siente, relata el paciente su aparente mal con una mezquina capacidad descriptiva que el Dr. Valcur por cierto no va a tratar de suplir en nada con preguntas pertinentes, remitiéndose sólo el paciente a decirle, con excesiva brevedad: “doctor, estoy sintiendo unos mareos raros…”.
-Bueno mi apreciado paciente, aquí lo que corresponde es descartar posibilidades- le dice el Dr. Valcur con tono engreído y comenzando a escribir con sus tradicionales trazos ininteligibles, luego de medirlo, pesarlo, de haberle puesto el estetoscopio y de haberle hundido los dedos en toda la grasosa geografía de su abdomen, haciéndole entrega de esos varios récipes garabateados que, en principio, no contienen sino las directrices para el inicio de una gran tarea: la de tener que practicarse un cagalerón de exámenes. (Aclaro que el sustantivo cagalerón lo tomé de un verso conmovedor del poeta Rosales)
-Muy bien, ¿y cuánto le debo, doctor?
-Bueno, por ser la primera cita, nada más que cien mil bolívares. Y luego que tenga todos los resultados de los exámenes, pida otra cita para verlo de nuevo. Y no olvide que todos esos exámenes los hacemos aquí. ¿Ok?
-Sí, doctor- dice el paciente con cara de cagado.
Al cabo de una semana, y luego de haberse dedicado a plenitud a practicarse todos los exámenes habidos y por haber, y de haber bajádose de la mula además con dos millones adicionales, vuelve el paciente, previa cita, a verse de nuevo con el Dr. Valcur, quien luego de revisar con parsimonia todos los exámenes, se despoja con distinción de sus gafas de lectura, se echa hacia atrás en la silla chillidosa, y le dice al paciente que lucía atento:
-¡Lo felicito! Usted no tiene nada en absoluto. Imagínese que usted ni siquiera está preñado, que era un leve presentimiento que abrigaba debido a mi agudo ojo clínico y a su sintomatología.
-¿Cómo va ser, doctor? ¿Y esos mareos entonces?
-Bueno, eso pudiera obedecer al estrés. No se preocupe. ¡Eche palante!
-¡Muchas gracias, doctor! ¿Y cuánto le debo?
-Por tratarse de usted, nada más que ochenta mil bolívares.
Una situación como la descrita es la que de manera rutinaria acontece en las clínicas privadas que no hacen sino esperar la arribazón de pendejos y productivísimos hipocondríacos, no sobrando para nada los enfermos reales que a la larga son los más explotados. Al enfermo real casi siempre no le alcanzará la suma de su HCM, por lo que quedará fuera de amparo e invitado a desalojar la clínica en el estado en que se encuentre, si acaso no apareciera más billete (y gordo) que garantice el pago total del precio de su potencial sanación. ¡Ni que tuviera corona!
En tal sentido, no ha dejado de extrañarme la defensa ardorosa que ha hecho un ciudadano no mucho tiempo ha de las clínicas privadas, a quien presumo médico por la privativa jerigonza con que trata el tema, considerando fuera de orden, y generalización además, la crítica seguro constructiva que se haya hecho contra los médicos venezolanos del área privada, al ser conceptuados como poco humanitarios y mercantilistas, afirmando que, por el contrario, en todo lo que hacen lo que hay es una inocultable abnegación y profesionalismo, que se les nota a leguas y en condiciones no pocas veces aptas.
Que un tocólogo oposicionista y según reposero afirme que la supuesta irresponsabilidad del gobierno la cubren las clínicas privadas, para nada me extraña, puesto que él seguro es un conspirador contra el sistema de salud Barrio Adentro con fines de seguir manteniendo vigente el sistema privado de clínicas donde se encuentra cebado. Pero ojalá –y para no sufrir un gran chasco- que el ardoroso defensor de las clínicas privadas no vaya a resultar para colmo algún coordinador de Barrio Adentro en algún Estado del país, porque esto sería una evidente contradicción de intereses manifiestos, además de una ambivalencia política inaceptable para fines incluso de su eventual solicitud de inscripción en el PSUV.
crigarti@cantv.ne