Maquiavelo, criticando algunas cosas de príncipes, vivió y escribió para su príncipe ideal. Tal vez, de ello aprendió el Diablo a imaginarse que la política es una ciencia de la intriga para que la mentira sea un instrumento intrínseco del egoísta, de manera que éste sitúe la verdad por debajo de las botas del zapatero o de los cascos del caballo de Atila, olvidándose que en toda época habrá un Whitman haciendo crecer la hierba, que es la verdad.
Las contradicciones existen no sólo en la sociedad, sus clases, su Estado, sus estamentos, sus partidos políticos, sus gremios entre sí y en su propia interioridad, sino también en la misma naturaleza inorgánica e igualmente en el pensamiento social. Si llegásemos a creer que entre organizaciones revolucionarias, que luchan por una misma estrategia o fin, no se produjeran contradicciones, llegaríamos al terrible estigma de creer en la perfección política sin darnos cuenta de los persistentes latigazos que por la espalda nos propina la historia como castigo a nuestra ignorancia. Y si llegásemos a creer que en una organización revolucionaria no se producen contradicciones o disidencias, caeríamos en una indescifrable imperfección que errando tras errando nunca nos permitiría inventar para no errar. Lo que más enriquece una teoría o doctrina son, precisamente, esas disidencias que se debaten en el campo de las ideas y hacen conquistar la hegemonía en la esencia de los principios revolucionarios para la lucha por la estrategia común. Lenin, por ejemplo, para llegar al bolchevismo -como expresión de la ideología marxista - hubo, primero, que andar un difícil pero próspero camino en la batalla de las ideas contra los que posteriormente de la socialdemocracia se agruparon en el menchevismo. Si se hubiesen puesto a dirimir sus contradicciones, dentro de la socialdemocracia, a tiro limpio entre ellos, lo más seguro es que el grupo vencedor hubiese terminado aferrado, exclusivamente, a la táctica del terrorismo espontáneo o de grupo. Dice Mehring, que cuando Marx y Engels no coincidían en alguna idea, se encerraban a producir su batalla de análisis hasta que llegaban a la precisión de conceptos asumidos por ambos como propios. Esto no lo hacemos nosotros, hoy día, para dirimir nuestras diferencias, sino que recurrimos a la descalificación, al insulto, a los improperios, porque nos dejamos guiar por el ansia de ser vencedor y no en buscar el entendimiento que nos identifique en la misma idea.
Esas cosas dichas atrás son necesarias para comprender que no es con la utilización de las armas en manos de los camaradas matando camaradas la metodología para resolver las contradicciones entre camaradas. Si esto hacemos, en nada nos diferenciamos de esos imperios, que por sacar ventaja en la repartición del mundo para explotarlo y saquearlo, hacen guerras mundiales entre sí.
Existen dos cartas que debería ser una obligación de lectura para los revolucionarios colombianos y todos los revolucionarios que compartan la lucha del movimiento insurgente del hermano país. Una, escrita de la mano del camarada Manuel Marulanda Vélez -de las FARC-, y la otra, del camarada Milton Hernández -del ELN-, escrita unos pocos días antes de morir víctima de una maldita enfermedad que se lo llevó demasiado temprano de este mundo. Si bien ambos no coinciden en los análisis sobre las raíces del conflicto armado entre las FARC y el ELN, sí lo hacen en la imperiosa necesidad de ponerle fin mediante el diálogo franco y revolucionario. Marulanda dice: “Si hemos hablado con nuestros enemigos de clase, por qué no hablamos nosotros como combatientes por una misma causa, aunque utilicemos métodos diferentes en el trabajo revolucionario”. Milton, por su parte dice: “Si las FARC y el ELN en verdad queremos seguir sirviendo a los interese de la patria y de las mayorías nacionales, no debemos sacrificar de la noche a la mañana lo que hemos conquistado en estas cuatro décadas, con sangre, heroísmo y esfuerzo. De persistir en las agresiones y la arrogancia demostrada en algunas regiones nos convertiremos en los mejores aliados de esa derecha paramilitar y criminal que lleva años y años tratando de destruirnos sin conseguirlo. Paradójico y cruel, pero cierto”.
Para Marulanda como para Milton, ningún motivo es suficiente para que las manos de revolucionarios se manchen con la sangre de revolucionarios. ¿Con cuáles palabras se podrían consolar a los centenares de familiares que sus seres queridos, camaradas, han sido víctimas de sus propios camaradas? ¿Y cómo explicarle a los pueblos y a la historia esos hechos, donde se enfrentan, hasta matarse, los mismos camaradas?