Biaggio se vino a Venezuela después de la Segunda Guerra Mundial. Llegó a Caracas con el corazón lleno de dolor, su maleta con muy poca ropa y en su mente, sólo rodaba una película de recuerdos con sonidos de metralletas, flash de violencia, diálogos de injusticia incomprensible y muchos visos de temor.
En su patria, “un alguien”- como lo definía- le contó que en este país la vida era distinta, el porvenir no era una utopía y hasta soñar era “como cuando el sol sale más bonito”. Sin pensarlo dos veces, depositó sus manos en los vacíos bolsillos de su chaqueta raída y abordó el barco que lo llevó a “La América”.
El día que Biaggio llegó a La Guaira, le sorprendió la tierra roja de las montañas, “ese fue mi signo”- dijo cuando a sus 77 años recorrió el recuerdo – Entonces, no sabía ni dónde ir. Lentamente fue caminando por el pasillo de madera del puerto y una angustia por el “¿ahora qué?” fue inevitable que le sacudiera el cuerpo. Estaba en esas dudas cuando pasó frente a un negocio que en Venezuela se llamaba arepera, no pensaba detenerse, pero una voz lo sacó de sus pensamientos.
“Musiú” – le dijo el hombre- ¿Quiere una arepa? Biaggio no entendió, primero porque no hablaba el idioma y segundo porque no sabía que le ofrecía. Sin mediar palabras aquel desconocido le mostró la masa redonda color blanco abierta en el medio con un relleno de abundante queso. Biaggio entonces comprendió que se la ofrecían en venta y en un gesto de mostrar sus bolsillos vacíos, rechazó la oferta. El hombre insistió en que la tomara y otro paisano que observaba el hecho, apuró el paso para ayudarlo en su trance de no entender y le dijo: “agárrala, él te la regala”.
“El hombre de la arepa – contó Biaggio – me dijo con su sonrisa franca: ´Come Musiu, se de donde vienes, este es mi negocio y no me voy a arruinar por darte una arepa”.
Aquel gesto lo guardaría Biaggio hasta el fin de sus días. El hombre de la Guaira le dio, más que el alimento, la fuerza de seguir adelante sin olvidar jamás dos cosas fundamentales: la solidaridad del pueblo y el respeto eterno al país.
Biaggio comenzó a florecer en Caracas, montó una tintorería a la que llamó “Venecia” y en ese río de oportunidades navegó sin parar. Se casó con una venezolana y tuvo tres hijos.
En “La Venecia” la vida fue bella, él nunca dejó de contar la historia de la arepa y con pasión repetía al personal, “yo soy un orgulloso de Venezuela y su gente, un trabajador mío es mejor que tres juntos de cualquier lugar del mundo. ¡Qué gente para trabajar con ganas y honradez!
Un día, un trabajador le dijo a Biaggio: “Quisiera tener mi negocio propio, pero no se cómo hacer”. Reinaldo había comenzado muy joven en la tintorería como repartidor, allí aprendió a leer y escribir y sus entregas las hacía en bicicleta.
El día que Biaggio murió, él me contó: “Me dio el dinero para el negocio nuevo, se lo pague con los años y jamás me cobró un centavo más de lo entregado, sólo me pidió que no olvidara al hombre de la arepa y navegara en la nueva Venecia con el mismo orgullo que en la tintorería vio”
El día que Biaggio se fue para siempre, antes con voz emocionada le comentó a sus hijos:
* “Vine de mi Italia a Venezuela con mil emociones y un miedo, hoy me voy del mundo feliz porque la vida me lo enseñó todo. En mi tierra dejo mi nacimiento y una parte de mis recuerdos y aquí en Venezuela seguiré vivo en mis hijos, mis amigos y todos los trabajadores y sus hijos con quien tanto compartí. Le voy a decir a Dios que Venezuela y su gente son bellas, no hay otra igual”.
Biaggio no fue, sigue siendo mi padre y recordando a Gerbasi, es verdad, el mío también fue el inmigrante. Mi padre nació en Italia, nación a la que amó siempre y vivió 50 años en Venezuela, nación a la que adoró hasta el final.
El fue el primero en hablarnos y enseñarnos, cuando nadie refería el asunto, de socialismo, justicia y equidad.
Con él aprendimos a comprender, valorar y amar.
Si estuviera aquí y hubiese visto el desbalance de “balance” y el desprecio de su compatriota al descalificar de la manera más ruin a los venezolanos acusándolos de flojos y pillos, volvería a repetir lo que decía en “la Venecia”:
* “un trabajador mío es mejor que tres juntos de cualquier lugar del mundo. ¡Qué gente para trabajar con ganas y honradez!”
Biaggio, donde quiera que te encuentres, mi respeto ¡Camarada!