No hay manera de meter a Francisco de Paula Santander como prócer de la independencia tanto de la Colombia actual mucho ni menos en la gesta venezolana. Cuando nuestro Presidente Chávez, por puro protocolo se vio en la necesidad de mencionar a Santander al lado de Sucre y Bolívar, el viernes pasado 31 DE AGOSTO, tronaron los cielos, se estremeció la patria y escuchamos los horribles gemidos de los patriotas que fueron triturados por este descomunal traidor y farsante.
Por influencia de Jeremías Bentham, Santander tal cual como los desquciaidso prósperos escuálidos del presente, fue acrecentando su obsesión por acumular, por preservar y aumentar sus bienes materiales. Apenas se conquistaba Nueva Granada, prácticamente obligó al Libertador a que se le adjudicasen dos soberbias propiedades en Bogotá. Con timidez afectada, le solicitó le fuesen concedidos ciertos terrenos, y una casita. Ya para entonces se había vuelto un experto en el conocimiento de los medios legales que podían satisfacer con creces lo que deseaba, asesorado por Vicente Azuero, el jefe de la Comisión de Secuestro. “No tengo genio pedigüeño oficialmente”, le dice en una carta al Libertador; sin embargo, eso es lo que hace más o menos en casi todas sus misivas. En otra le escribe: “Dígame usted para asegurarme, ¿los bienes nacionales de Cundinamarca entran en la Ley del Repartimiento? Quiero tener bienes: Lo primero, para contar con una segura subsistencia y que cuente también con ella mi familia. Lo segundo, porque no quiero ser más insensato, desprendiéndome, como hasta aquí, de tales bienes. Lo tercero, para precaver que algún día pueda ser excluido de empleos públicos por no tener bienes. Y lo cuarto, porque de servir con honor y con celo, queda muy poco, y quiero que me queden siquiera unas tierras”.[1]
Querían hacer ver que buscaban servir al pueblo y al gobierno, ¡pero sólo para servirse a sí mismos! Necesitaba asegurar su futuro. ¿Cuál futuro, señor? ¿El futuro a costa de Bolívar, que se estaba quemando el pellejo en la guerra? Un futuro brincando en un tusero, porque todavía la guerra estaba peligrosamente indecisa. Y, sobre todo, ¿para qué preocuparse tanto de bienes cuando él, por sus talentos, y gracias a sus sacrificios por la patria, siempre lo podía tener todo?
Sin embargo, por gracia divina, Santander fue destinado a repartir dinero a los ejércitos patriotas. En Bogotá no hacía más que acuñar plata y llevar la cuenta de los gastos, de lo que se daba y de cuánto debía a la tropa. Fingía quejarse de esta ocupación, pero no era sino un modo sutil de perpetuarse en el cargo. Bolívar sufría las deficiencias morales de sus amigos y, cuando los veía conformarse con miserias, el efecto del dolor le deprimía; le hacía escribir expresiones deplorables sobre el destino de América.
De allí los consejos del Quijote-Bolívar a su amanuense, el Sancho-Santander: Más preciosa es la vida de la República que el oro. Esto iba en la respuesta a una de las cartas en que Santander pedía información sobre el repartimiento de bienes. Aunque esta respuesta no estaba expresamente dirigida a él sino a los colonos, el Vicepresidente debió encontrar, si quería, la intención pedagógica del maestro.
Por estas frecuentes peticiones de Francisco de Paula, Bolívar le advierte: “Hay un buen comercio entre usted y yo; usted me manda especies y yo le mando esperanzas. En una balanza ordinaria se diría que usted es más liberal que yo. Lo presente ya pasó, lo fatuo es la propiedad del hombre, pues éste vive lanzado en la región de las ilusiones, de los apetitos y de los deseos ficticios. Pesemos un poco lo que usted me da y lo que yo le envío. ¿Cree usted que la gloria de la libertad se puede comprar con las minas de Cundinamarca?”.[2]
Fuertes fueron las acusaciones que se hicieron a Vicente Azuero por la dilapidación de lo obtenido en las confiscaciones como jefe de la camarilla de la Comisión de Embargos y Arriendos del Estado, y que trabaja a gusto de lo que decidiese su jefe. Porque Santander se hacía el ciego ante sus desmanes, sin caer en la cuenta que, por estos motivos, le habían hecho y le seguían haciendo la vida imposible al precursor Nariño. Nada, había que acomodarse, antes que llegara otro porque tener bienes era esencial para poder participar de las altas posiciones del gobierno. ¿Acaso no fue por esta razón por la que a Nariño se le tomó en cuenta en la Junta Suprema que derrocó al virrey Amar?
Por eso, trastocando fechas y escribiendo melosas cartas al Libertador, consiguió finalmente su firma para hacerse con Hato Grande y la referida “casita” de un tal español Córdoba.
Bolívar, fastidiado de esta clase de correspondencia, le preguntó desde el abismo de la guerra venezolana:
“Lo que yo deseo saber es cuáles son las propiedades que usted quiere que se le adjudiquen”.
"El Decreto —ya mencionado, y que concedía la propiedad de Hato Grande como pago de sus haberes militares— realmente llegó en la medida que exigió Santander: con fecha falsa (las fechas no cuestan nada y seguramente redactado por el Hombre de las Leyes mucho menos). La fecha que Santander le puso al Decreto fue la del 12 de septiembre de 1819. Es decir, tres días antes de su nombramiento para la Vicepresidencia. Tal vez era la mejor forma de guardar las apariencias”.[3]
Francisco cobraba por adelantado los tormentos que padecía en el Palacio de Gobierno; por esto pasó un oficio a la Comisión de Repartimiento de Bienes Nacionales, para que en caso de dejar la Vicepresidencia, no lo fueran a dejar en la miseria. Aquel que llegue a ocupar una alta posición en el gobierno no puede dejar el cargo sin haberse llenado de bienes de fortuna. Esa será la conducta de los que vayan pasando por el poder. Miguel Peña se llenará de odio contra Santander al ver que éste acumula más que él. Antonio Leocadio Guzmán no se quedará atrás; Quintero, mucho menos. José Hilario López y Obando asaltarán las haciendas de Joaquín Mosquera para que éste no tenga más que ellos. “No tiene usted derecho, más derecho que nosotros” —le dirán democráticamente a don Joaquín. Son los primeros síntomas de aberrante “socialismo” que luego tratará de implantar J. H. López (considerado en la Nueva Granada como el iniciador de la revolución “seudocomunista” en su país). A todos los recovecos legales acudía Francisco y redactaba densas cartas al Libertador pidiéndole que, en virtud de sus facultades extraordinarias, concediera propiedades a sus amigos. Así se lo recordaba él con artículos que podían hacerse constitucionales.
Poco decoroso es que un patriota acepte que se le paguen sus servicios con una casa, con hatos y terrenos. Pero sí lo admite de conciencia y de acto si es por escrito. Las propiedades eran más importantes que las ideas, que los principios y más fuertes que la libertad.
Tampoco quería quedarse atrás en lo del rango militar: “¿Creerá usted —le escribirá poco después— que ahora pocos días estuve pensando que todos los generales pueden ser generales en jefe antes que yo, si sigo en el Ejecutivo? Pues es buen chasco —agrega— salir de Vicepresidente dentro de tres años a que me manden tantos generales que no sirven para mandarme”.
Bolívar, débil ante este amigo, trata de satisfacer sus vanidades. Pensaba que en las cosas pequeñas lo mejor era ceder y no discutir por miserias pecuniarias.
Sin andar con esas hipocresías constitucionalistas, Bolívar previó el desastre legal que se avecinaba por el vano deseo de la posesión, y escribió a Francisco: “Mucho me molesta la intriga de los legisladores y mucho más me confirmo en la imposibilidad que hay entre nosotros de mantener el equilibrio. Será un milagro si salvamos siquiera el pellejo de esta revolución. Yo estoy resuelto a separarme del mando el mismo día que se instale el Congreso de Colombia...” Estaba Bolívar sobre todo cansado del Congreso que, según él, “…cuando uno más descuidado, está, da una ley contraria a lo que se propone ejecutar... Todo me confirma en mí resolución de salvarme como pueda de entre estos mandrias, malvados, imbéciles, ladrones, facciosos, ingratos y todos los peros del mundo”.
[1] Archivo de Santander.
[2] Simón Bolívar, Obras Completas.
[3] Arturo Abella (1966) Don Dinero en la Independencia, Ediciones Lerner.