Miranda tenía 36 años. Dominaba el inglés y el francés perfectamente, y estaba estudiando con ahínco griego, latín y hasta ruso. Llevaba consigo una descomunal biblioteca en varios idiomas, y también un laboratorio para realizar pequeños experimentos. Puede decirse que era también botánico, geólogo, matemático, medio alquimista, físico, geógrafo y un experimentado amante que coleccionaba pelos de pubis en pequeños nichos cristal. Probablemente no se conocía en su siglo a un hombre que hubiese conocido mejor los gustos de las mujeres en la cama como él. Hay parte de su diario que hasta hoy día no ha sido publicado (el historiador William Spence Robertson sostiene que es realmente impublicable) por lo crudo y revelador de sus hazañas en relación con sus experimentos con la verdad del sexo. Probablemente en su laboratorio ambulante llevase toda clase de elementos para analizar con sumo detalle la variedad de rarezas que adornan a las mujeres. Por este motivo, su conocimiento profundo del bello sexo, sus gustos y placeres, causaba en las mujeres una extraordinaria curiosidad por el personaje y a poco de conocerle quedaban prendadas y sujetas a su influjo.
Para desenvolverse en las cortes le bastaba con dominar el francés, pero siempre trataba de conocer las lenguas del país nativo por el que pasaba, porque su mayor interés era tratar a las mujeres de cada región y saber qué sentían y qué pensaban de su encuentro con él. En su viaje a Rusia, iba provisto de un pasaporte que le dio el ministro de Austria en Constantinopla, y como no tenía pizca de tonto se encasquetó el título de “conde de Miranda”. Seguramente se dijo a sí mismo, que para ser conde lo que hacía falta era tener presencia, y a él le sobraban títulos, educación, buen gusto para serlo. Además, ¿cuándo un hijo de la América española se había internado en esos mundos? Con una gran preparación moral e intelectual llegó a Rusia. Pasó unas semanas en una casa a orillas del río Dnieper, y luego prosiguió viaje a Kherson. Pronto lo encontramos visitando la mansión del conquistador de la península de Crimea, Gregorio Potemkin, convertido en príncipe de Táuride. Gregorio Potemkin era tuerto, pero miraba mucho mejor que todos sus pares e inmediatamente ordenó que a Miranda se le tributaran honores de ciudadano del mundo. El 31 de diciembre de 1786 fue escoltado hasta la residencia de Potemkin, honorario de la emperatriz Catalina II. Miranda pidió que le mostraran un cuadro de la emperatriz y lo estuvo mirando fijamente hasta que Potemkin impresionado por la serenidad y los conocimientos de aquel venezolano le dijo que cometería un crimen imperdonable si no iba hasta Kiev y conocía personalmente a la Monarca. ¿Qué estaría pasando por la cabeza de Miranda mientras analizaba aquel cuadro? Yo creo que Freud, Jung y Wilhem Reich, en cuanto a bucear en el sexo, comparados con Miranda eran todos unos niñitos de pecho.
“Vamos, visite Crimen -le dijo el príncipe- que Catalina II realiza una gira triunfal por la región meridional de su imperio.” En enero de 1787, en compañía del príncipe tuerto Gregorio Potemkin atravesó las estepas rusas y estuvo en Inkerman y Sebastopol. En Kiev Miranda concurrió a una misa celebrada de acuerdo con el rito griego, y luego estuvo frente a frente a la notabilísima Gran Catalina que contaba a la sazón 58 años de edad. Con su penetrante mirada la analizó completamente. La emperatriz que era de baja estatura y gruesa, quedó extrañamente prendada de aquel avasallante personaje y le ofreció graciosamente su mano para que la besara. Luego la zarina le invitó a su mesa, y hablaron largamente sobre la América española y sobre la Inquisición.
En el alojamiento de la condesa Branicki, la emperatriz interrogó a Miranda sobre muchos temas. Seguramente, con la debida confianza Miranda pudo tomarle el pulso de sus pasiones y analizarle su carácter. El venezolano entonces le dijo que se proponía hacer el largo viaje hasta Moscú, ella le contestó que no permitiría que se ausentara de Kiev en esa estación, porque se consideraba peligroso el cruce de los ríos. Fue entonces cuando Miranda escribió en su diario: “este acto de su buen corazón, hizo tanta impresión en el mío, de terneza y agradecimiento, que no podré olvidarlo jamás”. Con motivo de otra recepción él volvió a conversar con ella y escribió: “Me preguntó S.M. varias cosas durante el juego, a cerca de nuestra América, de los jesuitas, de las Lenguas, de los Naturales del país etc… y me dixo como la Corte de Madrid le avia negado estas noticias (diciendo que era el secreto del estado) para formar un Diccionario que quería publicar de todas las Lenguas conocidas”. La Emperatriz le interrogó también sobre las antigüedades de Grecia e Italia. De aquí -agrega- descendimos al estado de las artes en España, célebres pinturas que debía haber en los Palacios del Rey, Autos de Fé, y la antigüedad de Granada…¨ Miranda tomó nota “….la bondad de su Corazón, humanidad, instrucción y nobles sentimientos de su espíritu….¨
Sin duda que el Precursor se había ganado el corazón de la Emperatriz, porque todo en la corte observaron el enorme favor que le dispensaba en todo la caprichosa soberana. En su diario también apunta que el conde de Ségur juzgó halagüeña su recepción y le calificó de “gran Cortesano”.
Ahora tomo nota del libro de William Spence Robertson sobre Miranda: “Poco después de regresar Miranda a Kiev, advirtió que Catalina II le miraba con no poco favor. Su chambelán le sugirió que no regresara nunca a las posesiones españolas y que se quedara en Rusia. Después de referirse a una partida de whist que jugó mientras estaba en el alojamiento del conde de Branicki, Miranda expresa lo siguiente en su diario: “Mamonov me hizo sentar junto á el con mil cariños…. Y concluido el juego me llamó a parte, y dixo que la emperatriz, le avia encargado me significase que queria que io me quedase con ellos, pues temia que en mi Pais no me trataran bien etc… io le respondi que nadie seguramente que amaba mas á la emperatriz que io, ni era mas sensible a su Real bondad; mas que me allava en tales circunstancias en el dia, que hacian la Cosa casi imposible….que finalmente io se la comunicaria baxo inviolable secreto, para que informase á S.M. y que haria lo que a ella le pareciese justo… El príncipe Potemkin informó a Miranda que cuando la emperatriz se enteró que podñia ser víctima de la Inquisición si regresaba a su tierra natal, “habló de su persona con ternura de madre”. Aunque los propósitos que acariciaba Miranda con respecto a la América española le impulsaron a declinar un ofrecimiento tentador de entrar al servicio de Rusia, el conde Mamonov le informó que su imperial ama le daría su protección “en todas partes del mundo”. Miranda sugirió entonces, que para estimular la realización de su obra, le vendría muy bien a fin de emplearla en caso de necesidad, una letra de crédito de 10.000 rublos. Parece que, audazmente, esbozó sus ideas revolucionarias a la zarina. En un articulo que ayudó a redactar para la prensa muchos años después, declaró haber revelado sus ideas sobre su tierra natal a Catalina II, la cual, según dicen, manifestó el más vivo interés por la realización de su proyecto y le aseguró, en caso de que triunfara, que sería la primera en apoyar la independencia de la América del Sur. Normandes, el ministro de España en Rusia, escribió a Madrid y declaró que Miranda gozaba de alto favor ante Potemkin y la emperatriz, más que cualquier otro forastero que se encontrase en la corte rusa.”
Continúo documentándome en el trabajo de William Spence Robertson: Miranda residió alrededor de tres meses en San Petersburgo. Por medio de sus cartas de introducción, conoció a muchas personas distinguidas. Dice en su diario que en la biblioteca de la academia de las Ciencias le permitieron examinar el proyecto, redactado por Catalina, de un código para Rusia. Después de visitar las fortificaciones de Kronstadt, escribió con entusiasmo en su diario que allí debería erigirse una estatua colosal de Pedro I. Fue invitado a una serie de comidas y recepciones, en la capital, que acaso superaron a todas las fiestas a las cuales había asistido hasta entonces. Entre las residencias imperiales que visitó figuran el agradable palacio de Tzarkoie-Selo, el llamado “Ermitage”, y el magnífico Palacio de Invierno. Entre tanto la zarina había regresado a la capital, y allí dio audiencia a Miranda. En su diario, alega Miranda que en cierta oportunidad, mientras Catalina se dirigía a misa, le dijo en voz baja que le protegería contra las intrigas españolas. A principios de agosto, escribió que Mecanaz había ya repetido su pedido de que se le entregara a España, pero Bezborodko le había dado la misma respuesta que en julio, es decir, que “S.M. me avia acordado su protección y la estima que me profesava era personal, y no por rangos, ni titulos,- me dijo asi mismo que la emperatriz esta mañana le avia ordenado que me diese Cartas mui expresivas, y de fuerte recomendación, para todos sus Ministros en paises extranjeros que me protejieran, prestasen auxilio en su nombre &c… y que si io huviese de necesitár alguna cosa mas que le avisase- si volvía aquí seria siempre mui bien recivido.- y que si pensara venir a establecerme en Rusia, que me darñia un acomodo ventajoso con sumo gusto &c. &c.”
El conde de Bezborodko le informó a Miranda por esta época que estaba convencido del cariño que le tenía la zarina, de su celo y que estaba dispuesta a recibirlo en cualquier momento que él lo considerase conveniente, Su Majestad Imperial le autorizaba a Miranda a vestir el uniforme de sus ejércitos, y proveyó de una carta circular a los ministros de Rusia en Viena, París, Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y Nápoles, en que les ordenaba en caso de necesidad, prestar la imperial ayuda y protección al portador. También se le confió una carta secreta del conde de Bezborodko a los ministros Rusos de Berlín, Nápoles y Viena, que dice lo siguiente: “El conde Miranda, coronel al servicio de Su Majestad católica, habiendo llegado a Kiev durante la estada de la emperatriz en ésa, tuvo el honor de ser presentado a Su Majestad Imperial y de conciliarse por sus méritos y cualidades distinguidas – y entre otras cosas por los conocimientos que ha adquirido por sus viajes en los distintos continentes del globo- el sufragio de nuestra Augusta Soberana.
“Su Majestad Imperial, queriendo dar al Sr. Miranda una prueba señalada de su estima y del interés particular que por ñel se toma, ordena a V.E., cuando reciba la presenta carta de mi parte, tributar a este oficial una acogida conforme al aprecio que Ella misma tiene por su persona, testimoniarle todos los cuidados y todas las atenciones posibles, acordándole su asistencia y protección cada vez que la necesite y quiera él mismo recurrir a ella, y, finalmente, ofrecerla cuando venga el caso, su propia casa como asilo.
“La Emperatriz al recomendar a Vd., Señor, este Coronel, de un modo tan distinguido, ha querido demostrar hasta que punto siente cariño por el mérito, dondequiera lo encuentre y que en un título infalible, ante ella, para poder aspirar la preferencia a sus bondades y su alta protección, consiste en poseer tantos –méritos- como el Sr. Conde de Miranda.”
Después de llegar a San Petersburgo el ministro español Normandes, las intrigas contra el “criminal de estado” parecen haber declinado. En un despacho fechado el 9 de agosto de 1787, el conde Cobentzel informó a Viena que Miranda vivía en la intimidad de los diplomáticos extranjeros, así como de la Corte rusa. “Es un hombre de temperamento grosero y vastos conocimientos-decía Cobentzel-, que habla muy libremente de todo, pero denuncia particularmente a la Inquisición, al gobierno de España, al Rey y al Príncipe de Asturias. Hace muchas alusiones ofensivas a la ignorancia española.”
En aquellos días, el conde Bezborodko aconsejó enfáticamente a Miranda que desconfiara de los españoles, y le envió una letra de crédito sobre el banquero inglés de la zarina, por valor de dos mil ducados. El beneficiario tomó nota de que había pedido diez mil rublos y cuando se quejó y declaró que necesitaba en total dos mil libras, el conde le aseguró que se le daría todo el oro que deseara. Además se le concedió el derecho de llevar el uniforme de coronel de un regimiento cuyo jefe era el príncipe Potemkin. En vísperas de su partida de la capital, Miranda dirigió una carta muy diplomática a la zarina; agradecía las numerosas gentilezas que había tenido con él y le declaraba serle profundamente adicto, agregando que “Únicamente un grande y tan interesante objeto como el que me ocupa actualmente, sería capaz de hacerme diferir el grato y dulce placer de poder por mis servicios satisfacer en parte lo que debo a la benevolencia de V.M. y de compartir con sus súbditos las ventajas preciosas e inestimables que la Sociedad goza bajo su ilustre y glorioso reinado”. Decíale además que la “Carta de Crédito que V.M. ha tenido a bien agregar todavía, será juiciosamente empleada.”
Tres días después Miranda acusó recibo formalmente de letras de crédito del gobierno ruso por valor de dos mil libras. El dilema que se había planteado a los ministros imperiales fue certeramente pintado por el conde de Ségur: “No se atreven a hablar contra el viajero a la Emperatriz, que lo protege y persiste en la creencia de que es inocente y oprimido”.
…Otros puntos de vista sobre la estada de Miranda en Rusia se encuentran en los siguientes extractos de una carta escrita desde San Petersburgo, por su amigo íntimo el sabio doctor Guthrie, cirujano inglés que estaba al servicio de la Emperatriz, y dirigida al doctor Duncan de Edimburgo:
“Permítame presentarle a un viajero sumamente liberal e ilustrado, de la parte del globo que Vd. Menos esperaría: a un noble mexicano que, a pesar de todas las góticas barreras impuestas al conocimiento que puede inventar el Santo Tribunal, ha encontrado medios secretos de adquirirlo, y ahora viaja para instruirse más. También, es difícil descubrir en que rama de la cultura antigua o moderna puede ser incompetente. El conde de Miranda se propone poner término en Edimburgo, a su gira por Europa, las Américas del Norte y del Sur y una parte de Africa, y creo que pocos han aprovechado tanto sus viajes.
“Vino al Imperio, vía Kherson, desde Constantinopla, y después de visitar la Crimea con el príncipe Potemkin, nuestro primer ministro, acompañó a la Emperatriz en su famoso viaje. Esta inteligente dama pronto distinguió al conde entre el amplio grupo de nobles extranjeros que ha acudido a Kiev por el placer de verla, y las señaladas distinciones de que le hizo objeto honran igualmente a ambos. Sólo lamento que todas las atenciones del Norte no le puedan inducir a quedarse con nosotros. Creo que el temperamento del conde, más crítico que erudito, lo ha alzado por encima de la mezquina y obscura política que durante tanto tiempo ocultó a los ojos del Viejo Mundo la mejor parte del Nuevo, pues contesta al historiador, al filósofo o al naturalista todas las preguntas que pueden arrojar luz sobre sus respectivas investigaciones. Esto ha llamado la atención, incluso a las testas coronadas, en el mismo sentido porque nuestra Gran Señora ha estado bromeando con el acerca de las llamas de la Inquisición y aun le ha invitado a quedarse en Rusia, honor que rara vez se confiere a un oficial, por distinguido que sea.
“El Rey de Polonia tuvo también la idea de conocerle durante su último viaje, y le hizo proposiciones similares; en resumidas cuentas, parece que todos los amantes y protectores de las letras se interesan por el primer sudamericano completamente ilustrado que ha llegado a Europa. Ruego a Vd. Le presente a todos sus sabios amigos y le dé oportunidad de asistir a las asambleas de las sociedades médicas y otras, con el objeto de permitirle juzgar el progreso del enjambre de inteligentes estudiosos que constantemente se encuentra en Edimburgo, desde que la universidad y otras cátedras han sido ocupadas por maestros ilustres. Tales son las atracciones que busca Miranda, y no el brillo de las Cortes y las distinciones de rango que elude en la medida que lo permite la decencia, en la persecución de su gran objeto, por el cual parece sentir una insaciable sed.”
….Envuelto en un pedazo de papel que lleva el nombre de una hermosa dama, puede encontrarse también en los manuscritos de Miranda un rizo rubio que otrora adornó la frente de una amada sueca.
Indudablemente fue pedido al Ministro de Suecia en San Petersburgo un informe referente al turista, que envió a su gobierno. Su veredicto era que Miranda “era un hombre de raro talento, lleno de información, dotado de grandes energías y elocuencia, pero de temperamento imprudente y violento, y de una sorprendente grosería de modales, que se manifiesta en todas las circunstancias.”
Nunca hubo un venezolano más universal que don Francisco de Miranda, realmente gloria del mundo y de todos los revolucionarios del planeta.
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