El polvorín desatado por el proyecto de Ley Orgánica del Registro Civil que presentó el Consejo Nacional Electoral (CNE), sólo sirvió para demostrar que en el Zulia, especialmente en Maracaibo, somos campeones de nombres feos.
No sé en que se basaron algunos articulistas, columnistas, para hacer ese comentario, pero me convencieron. Aparte de lo que hemos visto, debemos recordar el caso de Cañonero II.
Cañonero fue un caballo adquirido por venezolanos en los Estados Unidos en la década de los 70. Seguramente, los jugadores, apostadores y otras personas ligadas al hipismo recuerden mejor y con más detalles este caso que quiero contarles.
El pura sangre fue llevado a competir en la triple corona estadounidense. Lo entrenó Juan Arias y lo montó Gustavo Avila, el verdugo de la época. En los Estados Unidos, Cañonero II ganó el Derby de Kentucky, el Preakness Satakes de Maryland y perdió el Belmont Stakes en Nueva York.
No pudo triple coronarse, sin embargo, la dos primeras victorias constituyeron una hazaña tal, que la algarabía suscitada en el país por el proyecto tendente a salvar a los bebés de no cargar con la burla y humillación de esos nombres raros, no fue nada para la euforia que desató en el mundo del hipismo venezolano la actuación de Cañonero II.
Todo se veía normal. Además, el sólo hecho de que el caballo fuera de venezolanos no dejaba de ser motivo para que los ignaros del hipismo también compartiéramos el entusiasmo de las victorias del famoso animal.
Pero en medio de esa felicidad contagiante, se propagó una noticia en Maracaibo que sorprendió: un padre llegó a una jefatura civil y quiso presentar a un hijo con el nombre de Cañonero II, afortunadamente, según los comentarios de la época no se lo permitieron. El hombre se marchó muy molesto.
Verdad o mentira, imaginen, lo que debe significar para un niño llevar el nombre de un caballo, aunque déjenme decirles que actualmente se observaron otros tan raros como el de ese corcel.
Aquí llegó un momento en que colocar los nombres a los hijos era una locura, al punto, de que presentarlos como Pedro, José, María, Pablo, era casi una raya.
Lo curioso es que leí muchas informaciones relacionadas con el proyecto, y no observé a nadie con uno de esos nombres feos criticando la propuesta del CNE.
Es fácil para alguien con un nombre normal dar una opinión en contra de esa ley, pero quisiera ver a alguna dama que se llame, por ejemplo, Marsolvienaire (Mar, sol, viento, aire) o It’s my life (esta es mi vida), como sé que existen, criticando la propuesta del Consejo Nacional Electoral.
A mí me han contado que cuando niño me iban a colocar Nelixo, menos mal que finalmente optaron por Alberto, porque yo adoro a mis padres, pero dudo que los hubiese perdonado. Y que me disculpen los que quizás se sientan a gusto y orgullosos con esa identidad, en todo caso, mi opinión es que si hay seres humanos que se acostumbra a vivir con un nombre extravagante, para otras puede ser un trauma en la vida.
Por eso, estoy en desacuerdo con que se suspendiera este proyecto de ley que ahora sólo limitará el registro de niños con denominaciones de órganos sexuales -¡sería el colmo!-, y argumenta que los nombres combinados son parte de la cultura de este país.
Igualmente, las personas que tengan nombres raros se los podrán cambiar y quitarse ese karma de encima. Ojalá nunca se olvide este beneficio legal.
Con el debate que se produjo en la prensa nacional vimos cualquier cantidad de nombres feos, pero tengo la plena seguridad de que aún existen muchos más escondidos con apelativos.
Pienso que debe haber numerosos por ahí camuflados, que ante tal extravagancia deben llevarlo algo así como un secreto de estado. Y es que tengo un amigo llamado Vitroaldo, a quien le decimos “Vito”, pero en estos momentos, reflexionando al respecto, ya no sé si le llamamos así por cariño o compasión. Una vez recuerdo que se alegró porque le comentaron que en Caracas tenía un tocayo, pero nunca se supo si semejante noticia era verdad.
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