Ante todo un reconocimiento a su presidenta Socorro Hernández. Fuimos invitados a discutir sobre la democratización de los medios de telecomunicación junto con Juan Carlos Monedero en el auditorio de la CANTV. Uno de los organizadores es el periodista Ernesto Navarro, luchador, decidido defensor del proceso bolivariano. Muchos fueron los puntos que abordamos en un tema complejo y cambiante como el de las telecomunicaciones, y fundamentalmente en lo referido a la función de la CANTV en esta revolución.
Se hicieron preguntas claves: ¿en donde se discuten los problemas sobre la transformación de los sistemas de comunicación e información, tanto de los Medios como la emergencia de las nuevas tecnologías?
Esto sabemos, muy poco se les deja a la sociedad, a las comunidades; es problema que globalmente se ha convertido de estricta incumbencia militar estadounidense.
Una realidad terrible nos aturde cada día y es el hecho de que mientras las tecnologías de la información se refinan, mejoran o se perfeccionan, las comunidades adolecen de mayor desinformación, de mayor incultura, confusión, caos y perturbación metal. Se está generando una especie de esquizofrenia colectiva: Los valores se encuentran cada vez más distorsionados en cuanto al conocimiento en general, en cuanto a la belleza, el sexo, la cultura, la alimentación, respeto humano. Puntualizamos que en el medio capitalista, hedonista y meramente sensual, crecen a pasos agigantados el cinismo, la hipocresía, la intolerancia, la insensibilidad y la desconfianza. Como nunca hoy se encuentran desintegrados los hogares, la función de la escuela y de las universidades. No hay un patrón de conducta moral, una verdad, un sentimiento profundo, que aguante cinco minutos de contracultura televisiva, de un simple mensaje por Internet o por un celular. Mensajes todos, por cierto huecos, pero es lo hueco lo que flota, lo que va por todas partes con la velocidad de la luz y que lo envuelve todo y todo lo penetra y deforma. Antes se decía, el estilo es el hombre, hoy lo hueco es el estilo, lo perdurable, lo permanente.
Razónele usted diez horas a una niña de catorce años, de lo estúpido y vacuo que resulta hacerse las lolas, y un segundo de una imagen por tele o en una revista, le llegará mil veces más hondo. Así la cultura del disimulo es lo predominante. Se disimula el amor, se disimula la solidaridad, se disimula el convencimiento y la honra.
El enemigo del hombre-imagen o de la mujer-imagen, de hombre-ilusión o mujer-ilusión, del sueño o de la fantasía de lo que hay que ser para ser, cunde desde el instante mismo en que se sale de la cama para cepillarse los dientes y se enciende la tele. Cada representación de lo que está ante sí durante el día hasta que vuelves a la cama es un viaje por entre vitrinas y escaparates, voces, músicas, señuelos y seducciones de propagandas. También esas propagandas son el hombre, son el niño y la niña que se debe ser, y que es inútil que se busque lo contrario porque el vientre del consumo lo envuelve todo. No hay alternativas. En plena revolución bolivariana y hacia el Socialismo del siglo XXI, se ha multiplicado por cien el crecimiento de malls, de centros comerciales, de conjuntos residenciales paradisíacos, adquisición de coches lujosos (el país de América Latina que más importa Hummers; para este año se traerán más de 3.000); en donde más se hacen las llamadas operaciones estéticas, para mejorar o rectificar el físico: nariz, senos, glúteos, liposucción, etc.
En fin, el hombre viene aquí para que los medios lo moldeen, lo programen, lo dirijan y para que jamás sepa quién fue; si algunas vez quiso o pretendió ser algo o decir algo por sí mismo. Si de veras amó o lo amaron. Y si de verás algo de todo eso tiene importancia, valió o vale la pena.
Mientras somos lo que creemos ser, allá fuera bastante lejos, están los que nos mueven, los que nos alimentan y dirigen nuestros pasos. Ellos nos han colocado verdaderas camisas de fuerza, teipes en la boca, tapaderas en oídos y boca, y al menor movimiento que hagamos, al menor estornudo ellos estremecerán al mundo por todas las pantallas y radios, por todos los cables y periódicos, y dirán que tú eres una amenaza para la democracia, que tú censuras, que eres intolerante, que no admites el disenso. Que eres indudablemente un loco, un inmoral, un pervertido, un tipo en el que anida los más abominables crímenes e inconfesables deseos de hacerte tirano con tus conciudadanos.
Porque ahora lo que importa es la ideología del mercado y de la comunicación. Si quieres te puedes quedar con todo lo demás. Con la presidencia del país ganada si quieres unánimemente. Con todos los poderes del pueblo, a ellos les basta con dominar las telecomunicaciones, el resto no les importa. Nosotros nos quedamos con la idea de “progreso”. ¿Se acuerdan cuando en los años sesenta la palabra más sonora, más contundente en todo escenario político era PROGRESISTA? Hoy a los progresistas los viola cualquiera. Hoy un progresista es un trapo usado, alguien que va a cien kilómetros por hora sin saber por qué para comerse un cachito en algún café de la carretera Panamericana: un triste mequetrefe que hace cola para tirarse un helado. Alcanzó todo el mundo el progreso, ¿y ahora qué podemos hacer con nosotros, con nuestros hijos, con el país?
Ya no vale, el progreso.
Cuando alguien que aspire al socialismo del siglo XXI se la mienten así, tendrá que responder “Más progresista será tu madre”.
Ahora el problema es hablar a distancia para mantener la distancia. Dejarse mensajes antes que hablar, porque mientras más impersonal mejor. El horror a lo directo, al contacto, a lo humano. Mientras más digitalizados nos encontremos más anónimos, más invisibles, mejor enconchados en lo nuestro que tampoco tiene nada importante. Lo moderno es la madre del desencuentro, del rechazo, del aislamiento, de la soledad, de lo desintegrante.
Es así como se llega al pensar único, un pensar que no va más allá de la oferta y la demanda. Vendo luego existo. Existo, luego compro.
Sólo hay en nosotros la reflexión de los metales; todo nos rebota. Nada queda en nuestros ánimos, en nuestro corazón. La publicidad no lo permite, no te da tiempo para retener nada, insisto.
Los dueños de los medios ve todo con suma claridad, el votante, el ciudadano no son otra cosa que meros consumidores, meros observadores sin derecho a decidir nada, y al que además hay que mantener permanentemente aterrorizado. Un ser occidental que no se mantenga en permanente estado de terror no es de fiar, no es demócrata. Puede dudar y poner en peligro todo el sistema. La democracia debe sustentarse de manera tal que impida toda duda, todo pensamiento, toda vacilación en cuanto a lo deben seguir y deben pensar. De modo que en todo momento hay que controlar el acceso a la información libre.
En cuanto a telecomunicaciones Chomsky se permite citar a Thomas Bailey en su libro “Las Ilusiones necesarias”, cuando éste dice: “puesto que las masas son manifiestamente miopes, y por lo general no pueden ver el peligro hasta que se les echa al cuello, nuestros estadistas se ven obligados a engañarles para que alcancen la consciencia de sus propios intereses a largo plazo”. Sir Lewis Namier, remata que no hay libre albedrío en el pensamiento y las acciones de las masas del que hay en las revoluciones de los planetas, en las migraciones de los pájaros y en las hordas de los lemings cuando se arrojan al mar, y que solamente se produciría un desastre si se diera a las masas una entrada significativa en el foro de la toma de decisiones, tal cual como se está produciendo en estos momentos en Venezuela. Ciertamente, en este sentido, en el único país del mundo en el que realmente se está produciendo una determinante participación de las comunidades en el foro para tomar decisiones es en Venezuela.
Es así como todo lo que se estuvo conociendo por democracia en Venezuela durante los 40 años de la IV es una política manipulada por una elite, que no es otra cosa que competencia de grupos de empresarios por el control del estado.
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