Es cierto que luego de la invasión a Irak por George W. Bush, Carlos Fuentes incitaba a europeos y latinoamericanos a crear un bloque de poder a fin de que pudiera restaurarse la legalidad internacional despedazada por la invasión. Vitoreaba él la actitud de México y Chile que no la apoyaran, pero callaba la de Venezuela que además era (y es) de sonora repulsa. Basta sólo con haber oído ayer el discurso eficiente del canciller Maduro ante la Asamblea General de la ONU.
Es cierto que Fuentes, siendo “viejo” crítico de la revolución cubana, denunciaría las agresiones de Estados Unidos contra la isla, incluido el embargo criminal que denominara “estúpida política anticubana”, pero que así la ha considerado siempre sólo porque ha columbrado que fortalece más bien a Fidel.
Es cierto que Carlos Fuentes ha expresado que morirá escribiendo por ser un epígono de Balzac, quien también lo apeteció y practicó, y como un acto de fidelidad a la escritura misma, y sin pensar que pudiera publicar, porque además no lo hace para satisfacer al mercado… Pero un arreglado prólogo, a una biografía del opulento Gustavo Cisneros, pudiera desmentirlo en algo, o quizás en mucho.
Es verdad que Fuentes es bastante amigo y no sé si secuaz de García Márquez -a quien por cierto alguien una vez le preguntara, celebrando juntos el día de los enamorados en un casino, que si sabía que lo querían mucho, a lo que respondiera Gabo que sí, pero que eso lo asustaba- y que, como sabemos han conformado ambos junto con Vargas Llosa y Cortázar el denominado boom latinoamericano, “molesta palabreja”, a juicio de Cabrera Infante, el cual en realidad no sé si tuvo algo o mucho que ver con el mercado, duda que despejara Tomás Eloy Martínez cuando dijera que el boom no era más que un fenómeno de lonja; vale decir, un fenómeno creado por las editoriales cuando un público novedoso se creaba por el interés que despertaba la Revolución Cubana y el aumento del mercado de lectores gracias a la alfabetización; y porque además se toparan con autores que le hablaban de su mundo particular, y sin regatearle por supuesto nada al mérito literario de sus respectivas obras, y de cuya sombra han tenido que desprenderse, por cierto, los nuevos escritores. Ese día, aun estando juntos en la celebración, la pregunta sin embargo no se la formularían también a Fuentes, lo cual pudo resultarle muy afrentoso al tamaño de su ego… Porque él hubiera respondido, seguro, que eso de ser querido, y contrario a Gabo, me envalentona…
Es cierto que Carlos Fuentes alguna vez, junto con Goytosolo, respaldara la lucha del pintor oaxaqueño Francisco Toledo en favor de que el remiso Fox reconociera las radios comunitarias, a las que, como es lógico les tuviera grima en una “transición democrática mexicana”, cuya última evidencia de ella ha sido la pulquérrima elección donde resultara electo, justísimo, el cachorro de Fox… Pero a las demás comunitarias del continente, como bien fueran las de Colombia, Brasil o Perú, nadita de nada…
Es verdad que Fuentes ha expresado que le gusta intervenir en política, lo cual resulta irrebatible. Cuando habla de la problemática colombiana, por ejemplo, se refiere a los “narcos” y guerrilleros, pero hace elocuente olvido de los paramilitares, exponiendo como solución entonces la despenalización del consumo de drogas a nivel mundial, quizás con la fresca inocencia (y no tendría que agradecerme el requiebro) de no suponer que esa despenalización sería el más eficiente chalequeo al negocito tan fértil que hay detrás de ella, y donde sus beneficiarios más conspicuos pudieran hallarse, tanto en los países productores, como consumidores. Y, sobre el olvido elocuente del paramilitarismo, bien pudiera constituir ello un indicio no tan inocente de una verdadera (también secreta y sigilosa) postura ideológica…
Es cierto que Carlos Fuentes escribió un libro cuyo título, “Contra Bush”, no sé si tuviera que ver algo o mucho con el mercado, cuando quizás “El Errático”, por ejemplo, hubiera resultado (como título) algo más discreto o algo menos revelador, y donde lo compara con Hitler o Stalin, elevándolo a la categoría de “marxista-darwinista”, para quien –dice- impera sólo la economía y la sobrevivencia del más fuerte, y con lo que no deja ni palmo para la duda de que también resulta epígono del cineasta Michael Moore… Pero a la vez se considera uno de los “abuelos” de las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos, razón por la que resulta muy contradictorio que se llene de coraje cuando lo llaman “viejo”, aun cuando fuese o fuere a guisa de alegoría.
Es verdad que Fuentes ha dicho que hay que acelerar los programas sociales de la democracia (pan, techo y escuela) a través de la izquierda latinoamericana dentro de cauces institucionales y políticos pacíficos. Ha dicho no creer que la derecha sea tan estúpida como para devolver a la izquierda a los montes guerrilleros, con lo cual no sé si pretende ofender a los dos últimos gobiernos de su México “lindo y querido”, que ha sido justo lo que han venido consiguiendo con pausado, pero sin embargo atronador éxito.
Es cierto que Fuentes ha dicho que no es conveniente el desarrollo homogéneo de la izquierda, sino que ella debe ser diferenciada, dado que con la monolítica, que se llamó estalinismo, tenemos como para considerarnos “picados de culebra”... Que con ella se debe atender mejor los problemas locales, dado que los de Argentina, Brasil o Venezuela, no son los mismos. Y en fin, que el programa de la izquierda no es generar “teorías generales y apocalípticas” sino ocuparse mejor de los problemas reales y concretos. Y parecía que se estuviera refiriendo, en específico, al Socialismo del siglo XXI bolivariano.
Es verdad que en Cartagena de Indias hubiera de celebrarse, en 2004, la V Asamblea del Foro Iberoamérica, donde uno de los primeros “chicharrones” fuera justo Carlos Fuentes, evento al que llegara bajo incertidumbre su amigo García Márquez luego de seis años sin visitar la ciudad colonial, donde incluso tiene una casa sobre la que se especularía que Julio Iglesias quería comprársela, hecho que Gabo negara diciendo que lo que pasaba era que Julio estaba muy bajo de popularidad y con ello quería repuntar… Cabe destacar que el organizador de ese evento sería un alto ejecutivo del grupo Cisneros y directivo de su canal televisivo, y no sé –porque en realidad no lo sé- si fue allí por cierto donde se cuadrara lo del prólogo… Y digo que allí, porque presumo que por prestigio no hubiera pasado por raro que el martirio se lo ofrecieran primero a García Márquez, quien seguro no lo habría de aceptar, y por lo que quedara Fuentes como un simple “pior es nada”... Porque, ¿no resulta al menos conjeturable, y en plena sanidad, que un hombre amante de la historia como el señor Cisneros no hubiera preferido al gigante García Márquez como el ilustrísimo prologuista de su tan trascendente biografía?
Cierto es que Fuentes ha dicho que el escritor no puede aislarse, sino que debe alimentarse del mundo, que, dicho por él así, es como si lo dijera un típico donjuán, un dandy, condición esta última que conserva no obstante el paso de unos “pocos años” por su humanidad que además considera acerada. Pero no sería sino hasta mediados del 2005 (al menos mis ojos nada habían leído antes ni nada mis oídos percibido al respecto) cuando en una entrevista concedida en España se refiriera a Chávez como un demagogo... ¿Y eso?
Es verdad que Carlos Fuentes, seis meses después dijera en el Festival de Berlín, que algunos escritores lograban una gran popularidad y que luego desaparecían para siempre; no sabiendo yo si esa reflexión era la que lo había venido atormentando, sobre todo en cuanto a lo que siempre lo hiciera en Borges cuando apreciara, que, algo peor que la muerte, era el olvido… Y lo que me ha impulsado a reflexionar sobre que, quizás los escritores olvidados en vida, pudieran gozar de la recompensa de resucitar luego de cien o doscientos años de su desaparición física como seres vulnerables.
Es cierto que en México, a mediados del pasado año, hubo una porfía sobre la autoría de una enigmática novela cuyo título es “Los misterios de la ópera”, que fuera lanzada al mercado con una enorme campaña de marketing y por lo que se convertiría, de inmediato, en un best seller. Se cree que el que se anota como autor, un tal Emmanuel Matta, no es otro sino que el mismísimo Carlos Fuentes, lo cual habría de quedar evidenciado en un 95% mediante una investigación de la Universidad Nacional Autónoma de México, luego de ser sometida la obra a tres pruebas lingüísticas: la ley de Zipf, que indica la frecuencia con la que aparece una palabra en un texto; un índice de repetición de palabras, y la llamada entropía de Shannon, que precisa la cantidad de información que proporciona un texto. Y quizás una pregunta que salta entonces, como niño encaprichado, es: ¿No sería esto una maniobra de Fuentes como aquella que denunciara el Gabo con Julio Iglesias con motivo de la presunta compra de su casa en Cartagena de Indias? Tal vez Fuentes haría, como al menos lo hiciera una vez la gringuita Meg Ryan, que filmó escenas de sexo dizque para sacarse las inhibiciones...
Es verdad que Carlos Fuentes dijera recién -y sin que mediara ni siquiera un “quítame esta paja”- que Chávez es un bufón y un fascista disfrazado de izquierdista, poniéndolo a nivel del duce Mussolini incluso. A esta posible gratuita agresión habría de contestarle el comedido Roy Chaderton, como corresponde a un embajador de su talla, calificando al escritor de “gringo viejo”, dándose entonces éste por ofendido seguro más por lo viejo que por lo gringo, y a lo que Fuentes ripostara, de inmediato, tildando a nuestro embajador de “bufón del bufón” basado quizás en la experiencia de su propio padre, que también fue embajador y quién sabe bufón de qué bufón, y de él mismo, que también lo fuera (bufón de algún otro bufón) y a lo que tuviera que renunciar para no tener que pasar como cómplice histórico de Gustavo Díaz Ordáz, el bufón genocida de Tlatelolco, en 1968, que fuera premiado con la condición de “bufón de un bufón” también, como él, y sobre lo que hoy, aún, se reclama justicia.
Y al final termina siendo verdad, pero no explicable, que un dandy como don Carlos Fuentes, que debiera encontrar en las ejecutorias de Chávez hoy todo lo que ha dicho anhelar en el campo político para Latinoamérica, sin embargo se muestre tan obstinado crítico de él, lo que pudiera obedecer a tres razones, aunque pudieran haber más: una, que su posición política no es sincera; otra, que su opinión pudiera ser un paradójico producto que pondría en duda su “infalible” sabiduría (Saramago ha dicho que tiene muchas dudas, pero que le gustan las dudas), y la otra es que pudiera ser beneficiario selectivo en un mercado político donde afrentar a Chávez se ha venido convirtiendo en una como mercancía de complicidad que se cotiza a unos precios que, pudieran confirmar, la apreciación aquella de un coterráneo suyo que fuera también “bufón”, y que profiriera alguna vez algo más o menos como esto: ¿Y qué general literario sería capaz de aguantar un cañonazo de cincuenta mil dólares?
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