Antier no más, cuando en el Teresa Carreño estaba reunida la Asamblea Nacional con el pueblo (hasta los teque teques la sala, y concentrada toda ella en la exposición que les hacía su presidenta Cilia Flores rindiéndoles un informe sobre todo el proceso de la reforma constitucional) se presenta entonces de pronto el agraciado y corpulento Jon Goicoechea, acompañado de un grupito, pero en especial de dos conocidas damas y actrices y exponiendo el deseo de entrar con ellas para presenciar el acto y para intervenir de manera eventual -de ser pertinente- en el redondeo conceptual del interesante asunto nacional este. Además acompañado, el buen Jon, de tres damas periodistas más pertenecientes a los respectivos y lujosos estafes de Globovisón y RCTV, que han demostrado tener un olfato sobrenatural para desentrañar lo noticioso, y sobre todo cuando es para uso y disfrute de consumidores externos…
Luego de intensas negociaciones con el equipo de seguridad que conocía muy bien por cierto la adicción guarimbera de ellos y ellas, logran penetrar para sentarse en lo que mutatis mutandis se conocía en el autobús de mi adolescencia como la “cocina”. Allí se mantendrían calmos hasta que de repente todos y todas habrían de pararse a pegar berridos ininteligibles, y donde sobre todo a las damas se les notaban sus respectivas carótidas como a punto de reventón en frágil estado aneurismal, y donde los ojos se les notaban también como inyectados de un odio demasiado sanguinario. Todo el mundo voltearía a ver quiénes gritaban de una manera tan retumbante, y por tanto se detendría el acto. Luego sabría que el detonante de la hidrofobia sería el nuevo contenido propuesto sobre un artículo que resulta universal y que habla de los recursos legítimos de un gobierno en los raros y en todo caso temporales estados de excepción. Claro, pero como ellos están en una perenne conspiración financiada desde el exterior, seguro no les interesa la poca o mucha inteligencia de la modificación propuesta, sino más bien los eventuales efectos de un estado de excepción que pudieran generar ellos con su tenaz acción subversiva. Bueno, a esta gente qué le pasa, me dije sin entender semejante reacción, cuando luego me enteraría que todo obedeció al simple hecho de haber oído nombrar el artículo 337 constitucional de labios de Cilia Flores.
No mucho tiempo después, aparecería Libertad Velasco con sus hermosos labios despintados y congestionados de puro fervor revolucionario (y convertida en más belleza aún) atrincherada con mucha energía en la condena de aquella baratísima provocación. Luego los fanfarrones y fanfarronas serían desalojados del recinto por la gente, para que afuera sin embargo continuara el jaleo. Estando en eso, se le acercaría a Goicoechea un joven sigiloso que lanzaríale un oper corto que llegaría neto a su mentón y que, a propósito siempre se le ha notado como poco acoplado, como si no alcanzara nunca hacer “clic” dentro de su mecanismo mandibular... De no haber sido porque el proveedor fuera un mini mosca, hubiera conocido el won de Jon la lona del Teresa Carreño que, con toda seguridad, debe ser muy dura para caer sobre todo de platanazo.
Viendo la cosa, y por ser un tipo pacífico, me inclino y pronuncio uno de mis frecuentes soliloquios no exento éste de gestos vehementes, y me digo: ¿Pero tú eres loco, Goicoechea? ¿Cómo se te ocurre irte tan desamparado a formar peo al Teresa Carreño estando full de revolucionarios, y para colmo acompañado de dos damas de avanzada edad y de músculos flácidos ya?.
Mira mano, la próxima vez que se te ocurra una gracia no libre de riesgos como esa (y espero que nunca más se te ocurra), vete entonces acompañado de hombres apropiados. Llévate –eso sí, sobrio- a Oswaldo Álvarez Paz, por ejemplo, a Luis Miquilena, a Emeterio Gómez, a Demetrio Boesner, al león bisco de Globovisión, y sobre todo a Enrique Mendoza con la cachucha bien patrás y curita al cachete, y con su tradicional chaqueta multicolor propia de malandro heroico. No te recomendaría que llevaras a Ledezma ni a cabezemotor, porque pudieran atrambucarse en la estrechez de la modesta puerta de seguridad, y perder por eso toda siempre recomendable fluidez el conflicto.
Mira, Goicoechea, vamos a hacer una vaina, mano: ¡cuídate y pórtate bien, o se lo digo a tu mamá, vale!