La habilidad de Farruco al proponer un debate con su artículo autocrítico “Fabiola y nuestros errores. Un debate oportuno” (Aporrea del 24-10-07) logró quizás adelantarse a un tornado de críticas como aquel de cuando comenzaba su gestión y del que habría de defenderse no sin regusto de chasco ante este mismo medio que las canalizara en aquella oportunidad.
En mi caso acepto tener una opinión favorable de él como persona (a quien no conozco, pero que sin embargo pienso que sí) y de su gestión cultural al frente del despacho ministerial, por la aparente minucia de haber cundido el país de herramientas para que haya alcanzado expresarse la cultura en todos sus niveles y estamentos, lo cual pone de relieve la importancia de ese ministerio para la Revolución. Y eso es innegable. Y negarlo no pasaría de ser una burda ojeriza de alguien de espíritu insuficiente. Además, le reconozco la discreción y llaneza (¡revolucionarias!) con las que se conduce como ministro. La Villa del Cine, valga el ejemplo, es una de esas herramientas donde según dizque largó el pellejo para alcanzarla. Y lo creo y lo felicito por ello, porque la Villa no se inauguró dando traspiés, sino por el contrario, produciendo tremendos largometrajes y documentales que incluso han dado mucho que hablar en positivo fuera de Venezuela. ¡Vale Farruco!
Para lo que voy a expresar de seguidas, no me voy a valer del artificioso o relumbrante auxilio de lo que haya dicho el artista o intelectual tal o cual consagrado, sea de las Américas, europeo, asiático, africano o de Oceanía, antiguo o contemporáneo, vivo o muerto, sino que voy a ser lo que soy, patoso: me voy a valer sólo de lo que pienso y siento como crédulo y majadero hombre del pueblo venezolano, y a la vez administrado que siente y padece (o que también disfruta mucho) de la acción de la Administración revolucionaria (algunas veces entre comillas) en todo su espectro; pero, en este caso, por supuesto, cultural.
Y como quiera que las reflexiones de su nota son las que sirven de pábulo a estos, mis modestos comentarios, haré entonces una aproximación a su idea allí expuesta, sin que por mi mente haya pasado la idea de practicar un descuartizamiento.
Dice Farruco al final de su nota, que se inclina a creer “que hemos cometido un error de enfoque, no por haber contratado a Fabiola, sino por colocar el peso de la actuación en una mayoría de actores provenientes del mundo comercial de las telenovelas”. Y esa autocrítica es válida, dado que, en todo caso debió haber sido paritaria, tanto para que los actores y actrices “comerciales” aprendieran algo de los actores y actrices no comerciales en cuanto a la esencia etnográfica de su técnica vivencial, así como para que los no comerciales pudieran aprender o desentrañar algo de la artificialidad de la técnica de los “comerciales. En mi caso, enemigo de las telenovelas más envilecedoras aún de la condición humana, no hubiese contratado a ninguno por gozar incluso de la pingüe demanda privada tanto nacional como internacional de la que disfrutan todos. Pero decir que fue un error en sentido estricto, no, pienso que fue más bien producto todo del amiguismo que entre nosotros tiende a ser puede que hasta cómplice o también genético… ¿Y dónde quedaría aquello entonces de creer en los poderes creadores del pueblo? ¿Y dónde quedaría aquello entonces de que entre un principio y un amigo me quedo con el principio? Todos tenemos que entender, que una empresa revolucionaria cualquiera no puede quedar nunca al margen de los principios revolucionarios, porque corre el gravísimo riesgo de que, en una realidad revolucionaria se dé la tonta contradicción de que se apliquen principios contrarevolucionarios… lo que nos conduciría de forma cierta a lo estéril, a lo ineficaz.
Así como Farruco cita también lo que se ha venido haciendo en Literatura, que sí me toca más de cerca, debo decirle que quizás no desprovisto como de cierto “palanquismo” o expectativa al menos de ello, que siempre resulta y resultará contrarrevolucionario, porque, además de no tener nada de raro, debe ser atinente ya al inconciente colectivo, debido a que fuimos formados en una sociedad muy individualista durante estos últimos cincuenta años, donde el ser se distinguía más por su “palanca” que por su valor intrínseco de ciudadano, así como en una época (medioeval creo) la mujer se distinguía más por el amante que por el marido... De allí que se haya derivado pues que antes y aún hoy, hasta para pagar la luz habría que conseguirse una buena palanca, y esa cultura no ha desaparecido, incluso ni en los que se dicen revolucionarios, porque seguro habría (eso) algo de genético en ellos; pero que ojalá no de vicioso por lo cómplice… También reconozco que la Revolución hace intrépidos esfuerzos para elaborar unos buenos productos fungistáticos, como el gobierno electrónico, por ejemplo.
Y digo que me toca de cerca lo de la Literatura, porque enviaría hace ya un tiempo (no sé si considerable) dos manuscritos al Perro y la Rana (y que conste que esto no constituye un “sapeo” público para nadie, porque todos los que me han atendido por teléfono como inquiridor lo han hecho con urbanidad y decoro que reconozco y agradezco) para ver si tenía la amabilidad de considerar sus publicaciones. Acepto que esa editorial del Estado es otra herramienta muy importante para que pueda ver sus obras publicadas lo que los escuálidos llamarían con el desprecio que ellos incluso pudieran sentir por sí mismos: el “perraje literario”. Lo grave sería que, por esos mismos “prejuicios genéticos”, los revolucionarios también nos consideraran así. Acepto que esos libros míos no son los mejores, pero tampoco los peores, y sobre todo vistos muchos publicados por el Perro y la Rana… Ahora, ¿no sería capaz de entender El Perro y la Rana (dentro de ella, claro los que ejercen la burocracia cultural) el deseo de cada escritor de ver colmado su anhelo de ver publicada su obra, sobre todo en mi caso, que me considero un escritor “tardío”? ¿Y la solidaridad revolucionaria dónde queda? ¿Esa solidaridad revolucionaria no obligaría a que al menos se informe al escritor de manera oficial, a través del correo electrónico, siempre tan presto, la estación obligatoria en la que se halla su obra al menos para ligar su avance como se haría con un caballo en un hipódromo? Pero no me dispongo buscar palanca alguna, porque terminaría despreciándome a mí mismo… Y me niego a perder la fe. Y, mi apreciado Farruco, para saber “encontrar y valorar talentos insospechados en el seno del pueblo”, la mirada que aspiramos no es que sea jamás “generosa”, sino muy “atenta” y sobre todo perspicaz… Y en eso consiste mucho la Revolución aun en otras áreas del cotidiano acontecer.
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