El doctor Revérénd, que con tanta solicitud atendió al Libertador; que a veces, lo cargaba de la hamaca a la cama, y que no quiso aceptar honorarios por aquellos cuidados, también se hizo cargo de vestir el cadáver. Y narra así un episodio que ocurrió entonces, y que a veces ha sido desfigurado: “Entre las diferentes piezas del vestido que trajeron, se me presentó una camisa que yo iba a poner, cuando advertí que estaba rota. No pude contener mi despecho, y tirando la camisa exclamé: "Bolívar, aún cadáver, no viste ropa rasgada; si no hay otra voy a mandar por una de las mías". Entonces fue cuando me trajeron una camisa del general Laurencio Silva...".
-Augusto Mijares-
Dice el profesor Juan de Dios Sánchez en un escrito de Junio de 1.999:
LA MORTAJA DEL LIBERTADOR FUE PRESTADA.
Al buscar en las cosas extrañas o simplemente increíbles que acompañaron el transito final del Libertador, prisionero entre las cuadradas formas de la Quinta de San Pedro alejandrino, en la hermosa ciudad colombiana de Santa Marta hay dos realidades que nos acompañan.
El hombre que dio la libertad a medio hemisferio americano murió en casa ajena y con camisa prestada. Ajena la casa y aunque propiedad de un caballero español, no pudo sentirse ni en su propia casa ni en el país ni en donde la ciudad donde nació.
Aquella casa, la casa de los Mier, ha debido mover su alma más que todas las que antes vio y en las que vivió
En cuanto a la camisa se tiene como seguro que perteneció al general venezolano, nacido en la ciudad de El Tinaco, Estado Cojedes José Lauriano Silva, uno de los lideres del tiempo de la emancipación y quien para el momento, (1830) el grado de general de División al que había ascendido después de la acción militar del Pórtete de Tarquí en que las tropas ecuatorianas comandadas por Sucre derrotaron a las peruanas lideradas por La Mar.
1830 fue un año de terrible momentos: era el final de ciclo heroico y Sucre ya había muerto Bolívar lo acababan las fiebres y las tristezas pero, por esos momentos estelares de la vida de los hombres, la historia se detiene sobre la cabeza de Silva y lo señala para que sea un símbolo eterno de lealtad al hombre y de todos los pueblos.
La mañana moría y empezaba la tarde del diecisiete de diciembre de 1830y al no llegar el oxigeno al celebro de Bolívar expiró. A lo ignoto voló aquel espíritu superior pero los despojos humanos, atados a la tierra, estaban desnudos y solitarios sobre el lecho de muerte.
No había ropajes de lujo como otrora, nada de sedas ni linos para vestir al más grande de los hombres. Rodean al Libertador puros hombres y Bolívar no tiene camisa con que amortajarlo. La que tiene puesta está rota dice Revérénd. Esto quizás sea un ejemplo para que las generaciones posteriores al Libertador superen la injusticia que se agolpó sobre la cabeza de quien liberó seis naciones.
Bolívar el que nació en cuna de oro, al que le sobraban vestidos y sirvientes se enfrentaba siendo ya un despojo humano al duro trance de ser enterrado con una camisa rota y raída... Pero Silva, en posición que lo eterniza, con piedad, con respeto al comandante de todos los días y de todos los tiempos, con sentido de servicio, fiel, obediente, atento subalterno, trae una de sus camisas y amortajan al Libertador.
Nadie puede saber que sintió Silva. Estaba cumpliendo uno de los deberes como Albacea del muerto inolvidable.
Y a la historia pasa, como los bíblicos ayudantes de Jesús, la figura de Silva cumpliendo más allá de todo su deber y su amistad.
Transcurrirán los últimos años del siglo XIX y primeros del siglo XX, San Antonio del Táchira era un pueblo bucólico, se perfilaban ya los liderazgos del Cabito Castro y de su compadre Juan Vicente Gómez... En una esquina de la plaza principal estaba la carpintería de Nepomuceno Serrano... quien con siete bellas hijas y un par de varones fuera bisabuelo de quien les escribe...
En aquellos años, vivía en ese pueblo fronterizo un par de hermanas descendientes de El Libertador -Familia Amestoy Goiticoa- por la línea de Juana Palacios… Las niñas Contreras fueron muy amigas de estas señoritas, y de aquellas tertulias pueblerinas sale la conversación de la Camisa que lleva Bolívar a su tumba… Pues bien mis amigos, me contaba mi abuela Ernestina Contreras Serrano- cuando yo era niño y al quererme inculcar aquel Bolivarianismo de personas que conocieron personas que vieron a El Libertador que la camisa en cuestión era de Joaquín Mier y no de Laurencio Silva… Y que fueron Mier, Silva y Revérénd quienes se pusieron de acuerdo en decir que la prenda de vestir era de Silva, ante la afrenta -otra más- que hubiese representado decirle al mundo que Simón Bolívar había sido enterrado con la camisa de un español…
¿Será esto verdad?... Nunca se sabrá… como siempre digo: “no se puede creer en la historia antigua al ver como escribimos la moderna”… La propiedad de esa prenda quedará en la duda, por ahora seguirá siendo de Laurencio Silva, y a los que lean este artículo, le quedará una duda -y un mal sabor de boca- cuando escuchen la versión oficial de la historia…
Nos Vemos en las teclas…
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