Extraordinarias exigencias no se pueden lograr en un período constitucional, ni en dos, ni quizás en tres

Continuación o Continuismo

El primer grito de independencia de Venezuela se produjo en el año 1810. Nuestro insigne y nunca bien valorado padre de la patria Simón Bolívar, una vez consumada la libertad de cinco naciones latinoamericanas, falleció en 1830. Es decir, en solo veinte años se produjo la transformación política de esos estados, desde colonias esclavizadas por el yugo imperialista español hasta flamantes repúblicas, libres y comenzando un proceso de franca autodeter-minación, abortada lamentable y prematuramente pocos años después.

En su mayoría, buena parte de esos 20 años transcurrieron en guerra contra las fuerzas españolas en Venezuela y después contra los enemigos que ocupaban las provincias alrededor de ésta. Este hecho configura la brillantez de la mentalidad militar, política y estratégica del Libertador y sus dotes de hombre de acción. Solo la libertad de las regiones que rodeaban al país, podía garantizar una verdadera liberación de la amenaza militar española, de allí que emprendiera tan magna campaña, que lo llevó a los límites de Chile y Argentina, naciones que ya perfilaban su propio destino en las manos de otros grandes, como Bernardo O´Higgins, José de San Martín y otros.

Estos veinte años también vieron el crecimiento personal del mantuano de Caracas, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponce, Palacios y Blanco, escalando los grados militares en la misma medida en que se desenvolvía su vena política y su genio como estadista, escritor y libre pensador. Pasó también en estos pocos años por un amplio colorario de eventos que lo empujaron a ser estratega de guerra, Capitán General de las fuerzas revolucionarias, general de ejercito en combate, estadista, diplomático, Jefe Supremo, Administrador de hacienda pública, presidente de repúblicas, firmante de un Decreto de “Guerra a Muerte”, de un Armisticio y de un Tratado de regularización de la Guerra con la potencia española, redactor de constituciones e inspirador de legislaciones, creador y organizador de estados; en fin, hacedor de repúblicas y nacionalidades. Todo esto resumido en un solo hombre, en un gran hombre; bajo la imperiosa necesidad de las circunstancias históricas, que arrastraron a un puñado de valientes patriotas y héroes, a entregar todo lo que tenían en busca del ideal de libertad de la patria.

En los finales del siglo XX y comienzos del XXI, la historia, cual rueda inmensamente indetenible, pareciera que da una caprichosa vuelta y nos coloca frente a acontecimientos, que si no fuese por la distancia en el tiempo, pareciera que trata de nuevo de abrir un círculo que quedó pendiente de cerrarse.

Hay quienes creen que todo aquello que dejamos pendiente en nuestra vida, regresa una y otra vez para esperar su cierre definitivo, en círculos de existencia inexorables que anteponiéndose sobre nuestra misma voluntad, marcan el destino hasta que logramos cerrarlos, quizá para liberarnos de su peso y dejarnos continuar más allá y más alto.

Una vez más, una potencia capaz de desplegar gran poder económico, pero sobre todo militar, ha reemplazado a los vetustos reinos europeos, en su intención de mancillar, aplastar y sojuzgar a otros países más débiles, para expoliar sus riquezas y sus recursos, de manera que les permita mantener su grosero esquema de desarrollo, a costa de otros pueblos, tal y como si fuera el dueño de la vida y de la muerte de la gente, que las considera poco más que ganado de pastoreo o de engorde y que basa su bonanza en la pobreza de otros, con la ausencia de una mínima moral, erigiéndose en un especie de protector a cambio de la ciega genuflexión de los supuestos “protegidos” y del olvido del mismo ser de los pueblos, no dudando en torturar y vejar y hasta asesinar, con tal de lograr su cometido de dominación.

Se plantea entonces, de nuevo una segunda revolución y una segunda independencia, quizá la verdadera, o la culminación de la que no se pudo terminar (¿El cierre del círculo todavía abierto?), ya que Bolívar no le alcanzó la vida y murió pensando que “había arado en el mar”, traicionado por las oligarquías locales que entregaron estos países a la voracidad de las clases dominantes y que envilecedoramente vendieron nuestro futuro a las trasnacionales extran-jeras y especialmente a la dominación norteamericana.

Sin aceptar la tesis de la reencarnación y estableciendo las distancias correspondientes, no solo en cuanto al tiempo, vemos aparecer un hombre formado en los pasillos de los cuarteles, de humilde raigambre criolla, en contacto con el gentilicio del país e inspirado en las ideas bolivarianas, sin arrastrar el lastre del compromiso político o económico con sectores poderosos, que irrumpe sin cortapisas y con valentía, haciendo valer los derechos de su pueblo por encima de cualquier otra motivación (Lo cual ha enardecido a las altas clases sociales, a la ultraderecha, al imperio del norte y a sus lacayos internos).

Al igual que entre 1810 y 1830, se hace necesario entregarle la conducción de la “nueva guerra” a un líder verdaderamente consustanciado con el objetivo de la revolución bolivariana y tal como en aquella época, no porque no existan otras personas con la capacidad requerida o con suficiente talento para llevar a cabo la ardua labor que enfrenta nuestro país y los demás de Latinoamérica y del caribe, de romper las cadenas de la grosera dominación de los gobiernos del llamado primer mundo.

No se trata que Bolívar, con destacadísimos talentos, impidiera que otras personas figuraran al frente de los acontecimientos. Las circunstancias y los inmensos requerimientos históricos ameritaron una conducción única y consolidada, con unidad de acción y decisión, bajo criterios bien definidos, armónicos y consistentes. Los magnos propósitos así lo indicaban. El objetivo último, la vida misma de los pueblos, obligó a tomar medidas especiales y extraordinarias, que pudieran garantizar el resultado esperado y que al final se cumplió, por lo menos en cuanto a la liberación de la dominación española.

Es imperioso unificar los esfuerzos hacia una sola iniciativa, de aglutinar las intenciones de millones de habitantes hacia el bien común, de hacer salir inmensos sectores de la población de su estado de indefensión, pobreza y exclusión. De cambiar esquemas mentales sumamente debilitados por una despiadada propaganda envilecedora, alienante y transcul-turizadora, que había socavado las bases morales del pueblo; pero que gracias a Dios ha venido despertando paulatinamente bajo la guía del líder Hugo Rafael Chávez Frías.

Creo que ningún revolucionario puede negar hoy las tremendas y delicadas circunstancias.

La situación actual, de un verdadero estado de emergencia amerita una conducción única cónsona con las características de tan extraordinarias exigencias y cuyos propósitos sabemos que no se pueden lograr en un período constitucional, ni siquiera en dos, ni quizás en tres, mientras se forma la generación emergente que deberá continuar el camino. De allí, que los verdaderos revolucionarios, en la cabal comprensión del acontecer actual, deben hacer como el ciudadano común lo hizo durante la gesta independentista, entregarse en las manos de Simón Bolívar, bajo su sabia conducción.

Nuestro pueblo, nos ha dado explícitas señales de su sapiencia: Siguió ciegamente a Bolívar y lo hizo porque lo conocía, el pueblo rescató a Chávez el 13 de Abril y aguantó estoicamente 63 días de un cruel y despiadado cerco económico durante el paro petrolero y lo hizo por seguir a su líder, también porque lo conoce y sabe que puede confiar en él. Esto no lo comprenderíamos, si nosotros no sabemos leer entre líneas, ya que esa maravillosa simbiosis entre Chávez y el pueblo se ha dado espontáneamente y sólo es posible entre ellos.

En ningún otro país se han producido hechos como el rescate del presidente y el aguante del pueblo durante el paro; es más, en otros lugares por menos presión popular se han caído gobiernos y han renunciado presidentes, y sin embargo, a pesar de haber sido orquestado por los especialistas de golpes de estado, desestabilización y derrocamientos, el pueblo venezolano le dio una verdadera lección al imperio norteamericano. Lamentablemente no la han querido aprender y vuelven de nuevo una y otra vez con todos los medios a su alcance, que son bastantes, a intentar retroceder la historia, demostrando la decadente actitud de un imperio que gime sus últimos estertores, basado en su prepotencia y en sus efímeros medios.

Bolívar, con esa increíble mentalidad con trascendencia en el tiempo y con visión política demasiado adelantada a su época, casi premonitoriamente, ya nos había advertido sobre los peligros del gran coloso norteamericano. Sus palabras fueron confirmadas por los acontecimientos posteriores y ellos lo sabían, de allí que comenzaron sus andanzas criminales contra nuestro Libertador y contra nuestra joven república, logrando debilitar las fuerzas de la revolución, comprando conciencias y satisfaciendo las traidoras apetencias de ciertas clases oligárquicas, que siempre se han caracterizado por pulular bajo la égida de los poderosos, cual vulgares y serviles lacayos apátridas, ávidos de riqueza fácil.

Aunque Bolívar dejó sin terminar la parte final de su obra, ya que la muerte nos lo arrancó tan prematuramente, parece habernos dejado como su legado, un extraordinario compendio de ideas, conceptos y directrices en su dilatada correspondencia, en las obras de su pluma, que de seguirlas nos podrán conducir con toda seguridad hacia la felicidad de la patria.

Hoy al igual que ayer la política exterior de Venezuela debe proyectarse hacia la consolidación de la unión latinoamericana, otra de las estrategias que en esta época, casi significa la supervivencia de nuestros pueblos. Bolívar lo aprobaría e insistiría también en ello y de estar vivo la emprendería con la misma vitalidad como intentó crear una confederación de naciones hispanoamericanas, como única forma de insertarse en un digno puesto en el concierto internacional y como garantía de la verdadera independencia de esta parte del mundo.



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